Negro fluorescente, de MF Wilson
El problema de llegar hasta cierta cuotas de conocimiento científico es que la apuesta sobre la moralidad de nuestras acciones se va disparando de una forma tan alarmante como potencialmente indeseables son las consecuencias derivadas de esa ciencia. Es por ello que no debería extrañarnos que la primera gran discusión filosófica que trascendió su propio ámbito en nuestro siglo fuera cuando Peter Sloterdijk expuso la conveniencia de la experimentación genética en Normas para el parque humano, ante lo cual Jurgen Habermas no dudo ni un segundo en dedicarle toda su fuerza académica para destruir ya no la posibilidad de que se practicaran experimentos genéticos sino siquiera de que hubiera discusión posible al respecto. Con una generación alemana que aun puede recordar el holocausto como algo propio y no de sus antepasados, proponer cualquier idea de selección genética era un suicidio pero, ¿acaso existe alguna forma de avance científico que sea tan radicalmente negativo que no pueda ser discutida su posible regulación bajo los códigos éticos y morales del momento?
La experimentación genética es un problema extremadamente delicado por una cantidad cuasi infinita de argumentos ético-morales, sin contar algunos directamente históricos o metafísicos, que impiden hablar con cierta distancia al respecto de su conveniencia. Bajo la imposibilidad de cualquier clase de debate al respecto de la genética la única forma de experimentar las posibles consecuencias de este salto de paradigma científico es a través de la literatura; si no podemos experimentar la ciencia genética, ¿por qué no experimentar la literatura al respecto de esta? Es por ello que podríamos entender el biopunk no sólo como una evolución de género al respecto de la literatura anterior de ciencia ficción, sino como un auténtico salto paradigmático: una vez ya conocemos las consecuencias particulares morales de la cibernética en nuestra vida, pues ya todos somos en mayor o menor medida seres con extensiones protésico-cibernéticas no permanentes ‑lo cual incluye desde algo tan simple como el móvil‑, el cyberpunk requiere un salto natural hacia el siguiente paso científico natural que aun no estamos preparados para experimentar en lo real: la experimentación genética, el biopunk.
Bajo esta premisa podemos entender que la obra de MF Wilson tiene una importancia particular dentro del devenir actual de acontecimientos. Negro Fluorescente nos propone un mundo donde las clases sociales se han polarizado de forma extrema entre las personas con un código genético sin taras, los cuales viven una vida de clase media-alta acomodada en una ciudad pacífica, y aquellos que tienen algún problema de ADN a erradicar por lo cual son expulsados a un gueto donde la violencia es la moneda de cambio habitual. Todo esto será producido a causa de la problemática habitual del cyberpunk: una enorme corporación ha patentado de forma sistemática las modificaciones genéticas que impiden que cualquier persona pueda replicarlas para así poder curar sus problemas particulares. El problema hoy ya no son las empresas de Silicon Valley que a través de su burbuja parecían dirigirse a dominar el mundo, ahora el auténtico terror es la industria médica pretendiendo imponerse como garante del auténtico sentido de que supone ser humano.
El problema que se sustenta en el biopunk en general pero en Negro Fluorescente en particular es un tema que nos afecta de forma particular ya hoy: como por las patentes médicas es posible masacrar la vida de millones de personas sólo por conseguir algo más de dinero. Los individuos que no tienen dinero como para poder permitirse las costosas modificaciones de ADN que permiten a los individuos ser lo suficientemente buenos como para perpetuar la especie son dados de lado, asesinados de forma indirecta al ser obligados en su expulsión a vivir en una tierra salvaje donde nada bueno puede crecer. Es por ello que la problemática particular que aborda el cómic es precisamente como la ingeniera genética no es buena o mala per sé sino que dependiendo de quien controle los hilos de quien puede manipularla y quien no, esta se convertirá en algo que temer o adorar de forma co-dependiente a esta decisión. Siguiendo el cambio de la pregunta del qué al quién de Friedrich Nietzsche es como mejor podemos comprender esto: el ¿qué ocurriría si permitiéramos experimentar con la genética? se define a través de ¿a quién le beneficiaria que permitieramos experimentar con la genética?
Bajo esta premisa deberíamos entonces recordar el biopoder de Michael Foucault, porque es el punto exacto donde nos situamos. A través de esta concepción podríamos comprender que toda forma de existencia viene mediada por el discurso médico, que decide quien está sano y quien no situándose como una fuerza ideológica en sí misma que define la vida y, por tanto, quien lleva una vida aceptable y quien no. Ahora bien, esto no es un ataque hacia la medicina o los médicos, o no exactamente, porque de hecho el biopoder puede ser ejecutado, y generalmente lo es, por individuos ajenos a la medicina en sí: los políticos y las corporaciones que permiten y se aprovechan de las patentes médicas aun a costa de la vida de millones de personas en el mundo son los que sustentan la vara del biopoder. Lo irónico de Negro Fluorescente es que no necesita hablarnos del futuro, de la problemática de la experimentación genética, porque de hecho ya nos está hablando de algo que conocemos sobradamente bien en tanto lo vemos casi cada día. Las industrias farmacéuticas se enriquecen a costa de producir unos materiales que controlan a través de las patentes produciendo que aquello que podría llegar a un precio mínimo para aquellos que más lo necesitan, para todos aquellos que lo requieran independientemente de sus recursos, sea sólo digno de aquellos que pueden pagar los sobredimensionados pesos de la salud.
No sin un cierto carácter irónico por el carácter de la obra, extremadamente combativo y con un carácter anti-capitalista subrayado hasta la extenuación, afirmaría MF Wilson su creencia en que la experimentación genética debería desarrollarse lo antes posible antes de que la desarrollen los malos. Ahora bien, ¿quienes son los malos? Los malos son aquellos que pueden impedir que la experimentación genética pueda llegar hasta todos aquellos que lo necesiten, pero actualmente los malos ya han blindado toda posibilidad de que se les escape su arma definitiva, el moldear al ser humano a su antojo. Es por ello que el Negro Fluorescente no hace un discurso del futuro tanto como un discurso del presente, porque ya hoy nos enfrentamos con el hecho de que el biopoder permanece en la mano de unos pocos que lo han entronizado como propio.
Al final de la obra todo el mundo acabará por tener todo aquello que necesita, pero sólo en tanto antes ha mediado una revolución (no-violenta) a través de la cual el biopoder ha cambiado de manos al sólo existir ya una persona en el mundo capaz de desencriptar la información genética de la corporación que controla de forma mayoritaria los tratamientos genéticos. Esto es biopunk: el liberalizar el biopoder, la posibilidad de moldear nuestro cuerpo y nuestra vida (física) en sí misma según se nos antoje de forma libre. El problema es que para llegar hasta ello tenemos ante que conseguir que las patentes y los derechos de unos pocos no se sobrepongan sobre los derechos de la mayoría, como de hecho actualmente se está combatiendo en la red, y para ello necesitamos conseguir que la información no permanezca a unos pocos sino que se replique hasta el infinito hasta llegar a todos. La única posibilidad de que la ingeniería genética no repercuta de forma negativa en la humanidad no es a través de los estrictos límites morales a establecer a priori, unos límites que siempre partirán de la imposibilidad de poder parar de forma absoluta la evolución de la ciencia, sino a través de una democratización del biopoder, de la auténtica gobernación sobre el cuerpo propio, que permita que cualquiera que necesite cambiar su cuerpo pueda hacerlo sin mediar por ello condiciones económicas. Porque esto no trata de política o moral, porque esto trata de mera justicia.
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