1. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. El mal como ausencia de pensamiento crítico.
En el juicio deIsrael contra Adolf Eichmann, el Teniente Coronel de las SS responsable directo de la solución final donde se exterminaron a seis millones de judíos, este declaró su inocencia a través de una de las más terroríficas declaraciones que haya conocido nunca el hombre: No perseguí a los judíos con avidez ni con placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos. Esto es a lo que Hannah Arendt, que asistía al juicio en calidad de filósofa judía afectada por el ascenso nazi en Alemania, denominaría como la banalidad del mal, el hecho de que no había una intención malévola en sí misma en el orden de las acciones de Eichmann, un auténtico deseo de destruir la raza judía, sino que, simplemente, era un pelele que se dejó llevar por la férrea burocracia de la Alemania nazi.
¿Por qué nos interesa este concepto? Porque nos sirve para explicar con una precisión aterradora lo que sucedió el 25 de Septiembre de 2012 en España cuando un grupo de ciudadanos rodeo el congreso para intentar forzar la destitución del gobierno y la constitución de una nueva constitución abierta al poder soberano del pueblo. A pesar de que podría parecer exagerado, si es que no directamente capcioso, comparar el gobierno de Mariano Rajoy con el del mucho más abiertamente totalitarista Adolf Hitler —pues si en lo negativo ya sería absurdo compararlos, en lo positivo sería directamente una mala broma en la que el señor Rajoy saldría, también, perdiendo de largo — , porque de hecho lo es, la realidad es que podríamos comparar el como, en último término, ambos han llevado acabo unas políticas concomitantes en lo que respecta al tratamiento de la información y la burocratización de la soberanía popular. Para ello partiré de la teorización que hace Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén tanto del concepto de la banalidad del mal como de el análisis profundo que hace de los estados totalitarios, para finalmente demostrar como la política de Rajoy es una que se basa en un principio totalitarista no-democrático. Para empezar con ello, lo primero será ver dos declaraciones de José Manuel Sanchez Fornet, nuestro abusado de obediencia:
Para los de las identificaciones: no las llevan y APOYAMOS QUE NO LAS LLEVEN ANTE ORGANIZACIONES VIOLENTAS. LEÑA Y PUNTO.
— José Manuel(@sanchezfornet) septiembre 25, 2012
@angeltiolino si, hasta que se acuerda una estrategia dedenuncias y te denuncian mientras etas de vacaciones. Es una orden superior hoy.
— José Manuel(@sanchezfornet) septiembre 25, 2012
Después de estas maravillosas declaraciones, llenas de una retórica poética abrumadora, podríamos encontrar los rasgos principales que Arendt encontraba en Eichmann como subterfugios para justificar la atrocidad de sus propias acciones: la incapacidad de pensar por sí mismo ejemplificado en el uso de frases hechas y clichés auto-inventados, el aludir a la recepción de órdenes y el jactarse de las acciones realizadas. El primer caso es evidente cuando usa la expresión leña y punto o el te denuncian mientras estás de vacaciones son clichés auto-inventados muy propios de la policía española, siempre aludiendo su (hipotética) indefensión ante la cual tienen que protegerse; la incapacidad de expresarse a través de un discurso coherente, por mínimo que este sea, más allá de frases hechas y códigos auto-inventados demuestra esa disposición hacia esa particular falsedad propia de aquel que sabe que es más fácil habitar la mentira de un agravio que la realidad de una agresión. Esto nos lleva hasta el segundo caso, más grave si cabe, que es es una orden superior hoy: como Eichmann, después de jactarse de la necesidad de sus acciones e incluso aludiendo que fueron incluso escasas, rápidamente se excusa culpando a una instancia superior a la cual no se podía desobedecer. Por otra parte, ese leña y punto es auto-explicativo por sí mismo.
No nos debe caber duda de que José Manuel Sanchez Fornet no es Adolf Eichmann —pues no se puede comparar un genocidio con defender una penosa actuación policial por indignante que esta sea o pueda llegar a ser, en ningún caso por ningún motivo — , no es un fascista por mucho que así pretendan verlo ahora muchos, pero su modo de actuación, a una escala infinitamente menor, es el mismo que regía las acciones de Eichmann: cumple (o, en este caso, justifica) órdenes que no cuestiona. Es por ello que pretender que la policía es culpable de los hechos, que son unos fascistas monstruosos que se jactan de la violencia emitida, es hacerle el juego al poder en tanto distorsionamos la auténtica fuente de la violencia institucional; si existe un culpable, una fuerza totalitaria en sí misma, ese es el gobierno de Mariano Rajoy. La policía ha seguido unas órdenes desproporcionadas para cumplir los que ellos creen como el mantenimiento de la paz social y la legislación vigente —con placer y jactándose de ello, pero creyendo de facto que estaban defendiendo la soberanía del país — , pero quienes han atentado abierta y conscientemente contra el poder soberano del pueblo son los políticos que han creado un estado kafkiano, el cual resulta propicio para que se cumplan sin cuestionar unas órdenes de una magnitud totalitarista.
La absoluta ausencia de pensamiento crítico, la adscripción total y absoluta hacia las órdenes emitidas y la ideología inculcada son los cánones de comportamiento que sostienen los funcionarios dentro de una lógica estatalista, produce una incapacidad total de percibir que sus acciones van en contra de sus propios intereses, defender la legitimidad soberana, cuando no directamente contra su propia moral. Si algo caracteriza el totalitarismo es la imposibilidad del pensamiento, la discusión o la disensión, la adscripción a un pensamiento oficial que se repite como un mantra a través de frases hechas y realidades auto-inculcadas que se impregnan en el discurso como una falsedad constante de la cual es imposible deshacerse una vez han infectado el cerebro con su particular simulacro. El problema del que se adscribe dentro de esta forma de pensamiento no es que sea malvado, que se regodea en su crapulencia, sino que no es consciente, ni puede llegar a serlo, de por qué todo lo que dice es una visión absolutamente ideologizada carente de cualquier sustento en la realidad en sí más allá de sus burdas auto-justificaciones. Ni los policías ni Sanchez Fornet son malvados fascistas, sino que son los ejecutores acríticos de las órdenes emitidas por unas instancias marcadamente totalitarias.
2. La revolución no será televisada. La manipulación de la información y el lenguaje como paradigma del fascismo.
2.1. La banalidad del mal en la prensa
Aunque la banalidad del mal es un concepto que nos puede servir para explicar como un calco la situación que vivimos en el estado policial encubierto que supone actualmente la marca España, habríamos de admitir que su función puede ir más allá de denunciar los desmanes policiales. Si la maldad es banal, si el que es malvado lo es por su absoluto desentenderse de los actos que éste promueve, entonces hay otro actor determinante dentro de esta misma banalidad del mal: los periodistas; desde el mismo instante que un periodista se deja presionar o intimidar para no dar la información tal y como sucedió en la realidad, cuando se deja sesgar por un criterio ideológico impuesto por instancias superiores porque es la linea editorial o hay cosas que no se puede decir, deja de ser periodista para convertirse en un vocero de la autoridad. El problema es que el periodismo español es, actualmente, un gabinete de prensa del gobierno. Y para muestra, un botón:
Así manipula El Mundo: Publica hoy a las 14:05 “escasa afluencia al 25S” en un artículo escrito ayer 24! #25S #feliz25s twitter.com/jimbardett/sta…
— נim вaяdett (@jimbardett) septiembre 25, 2012
Obviando la triste manipulación preventiva, la cual habla por sí misma haciéndose así innecesario comentar algo más allá de esta, será interesante ir un paso más allá: ver la paradigmática separación temática de las grandes cabeceras del país. Entre resaltar las declaraciones de independencia de Artur Mas (El País, ABC, El Mundo, La Vanguardia, El Correo, El Periódico) y el enfatizar la extrema violencia desatada en la manifestación de ayer (El Correo, La Gaceta, La Razón) se nos muestra de forma evidente un sesgo ideológico dentro de la prensa nacional: aquellos que poseen posturas más moderadas, más cercanas al centrismo y a las políticas oscurantistas del gobierno, asumen la técnica de la cortina de humo y aquellos que están más abiertamente ideologizados reflejan visiones también más abiertamente manipuladas. El primer caso se basa en la estrategia del silencio, hacer como si no hubiera pasado nada para que, si relegamos la información a un segundo plano, parezca que en verdad no ha sucedido nada en ningún momento en el día anterior; aquí los periodistas, tanto o más que los periódicos, faltan a su deber porque no expresan la realidad latente que hay en la calle. En el segundo caso el problema sería el mismo, sólo que magnificado: los periodistas expresan una cierta patina ideológica de forma abierta; lo que en la mayoría de cabeceras es un plegarse augustos a los deseos totalitaristas del estado, en aquellas de índole más extrema es un hacer patente la necesidad de esa represión.
Esta idea del periodismo, basado en que de hecho deberían defender los intereses de comunicar la información de una manera libre y lo más objetiva posible, se basa en el célebre artículo censurado de Albert Camus, el cual celebró con fervor su recuperación toda la prensa, incluida buena parte de la nacional. Si el artículo trata, como el propio Camus dice, de cómo, frente a la supresión de estas libertades, un periodista puede permanecer libre es, precisamente, porque el periodista debe ser el último reducto de libertad en una sociedad que tiende cada vez de una forma más abierta al totalitarismo; incluso si todos los demás somos silenciados de forma sistemática por los perros del poder, el periodista debería ser aquel que nos de voz una y otra vez para contestar a la represión ejercida por el poder. Cuando afirma que si tan sólo todos los franceses —partiendo que, de hecho, es igualmente válido para los españoles actualmente— tienen a bien mantener dentro de su ámbito todo lo que creen que es verdadero y correcto, si quisieran ayudar con su pequeña contribución al mantenimiento de la libertad, resistir el abandono y dar a conocer su voluntad, entonces y sólo entonces esta guerra se ganaría, en el sentido más profundo de la palabra se refiere precisamente al labor del periodista, como informador, de estar en primera linea de batalla: si el periodista se amedrenta, si no media con el terror de lo real alimentando las sombras del simulacro, entonces ha dejado de ser un periodista.
Ahora bien, tendríamos que diferenciar entre aquel que calla o al menos lucha a través de pequeños destellos fulgurantes en segundo plano para no llamar la atención indeseada de los poderes fácticos —que es la actitud principal de las grandes cabeceras hoy, aun cuando sea más el mucho más indeseable primer aspecto que el segundo; el que calla siempre es cómplice por omisión— y aquel que defiende de forma abierta la ideología totalitarista oficial del estado. En este segundo caso, los que han abierto sus portadas con una desinformación tan evidente como lamentable, Camus les dedicaría unas palabras: ni todas las restricciones del mundo harán que un espíritu mínimamente honrado se comprometa ante la deshonestidad; estos periodistas, si es que pueden llamarse así, no son siquiera espíritus mínimamente honrados. Y si alguna de estas cabeceras se pregunta por qué el periodismo está muriendo, que recuerde que sí conocemos los mecanismos de la información, es fácil comprobar la autenticidad de una noticia — vivimos en la era de Internet, los nativos digitales conocen los mecanismos de la información.
2.2. El totalitarismo del estado español
Suponiendo que de hecho ni la policía ni la prensa son fuentes autoritarias, sino que se dejan infectar por el autoritarismo del estado, esto nos lleva necesariamente a que debe haber una fuente evidente de autoritarismo por parte del estado que vaya más allá de la mera teorización intelectual o la acusación conspiranoica. Para eso obviaremos en cierta medida las acciones, pues una agresión policial se explica por sí misma, para centrarnos en el problema clásico de los gobiernos autoritarios: el doble lenguaje: el gobierno no usa las palabras que usa en su acepción común, sino que todo lo que dice siempre oculta un sentido sesgado, ideológicamente marcado, a través del cual decir algo intolerable en un sentido marcadamente positivo, o viceversa cuando se trata de retratar a aquellos contrarios a su poder. Para ver como funciona esto, desgranaremos tres declaraciones de tres miembros de la cúpula estatal: el ministro de interior, la secretaria general del PP y la vicepresidenta del gobierno.
La última vez que yo recuerdo que se rodeaba y se tomaba el Congreso fue con ocasión del intento de golpe de Estado y lo que se pretendía era tapar la boca a todos los españoles.
María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP
El uso del lenguaje en éste caso se basa en el doble lenguaje que se sucede en una comparación capciosa que podríamos resumir en el 25‑S es un nuevo 23‑F. Partiendo de que Tejero no pululaba por las inmediaciones del parlamento, ni en general se pretendió destituir a través de la fuerza del ejército al poder, la comparación es por sí misma capciosa: se pretende reducir lo que es precisamente el pueblo declarándose en contra del gobierno a un golpe de estado. En este caso lo sugestivo en un sentido de neo-lengua totalitarista sería la declaración de que lo que se pretendía era tapar la boca a todos los españoles, como si de hecho el poder soberano emanara no del pueblo hacia el estado sino del estado hacia el pueblo: lo que dice entre lineas Cospedal es que el pueblo no tiene un poder legítimo por sí mismo, carece de toda soberanía, sino que el estado es quien concede al pueblo el poder de decisión. El totalitarismo de esta declaración tan mal velada es obvio, pues si el poder es estatal de forma exclusiva al pueblo que gobierna, entonces el gobierno es ilegítimo: si Cospedal considera que el pueblo pidiendo su dimisión es tapar la boca a todos los españoles, es porque considera que los españoles no tienen soberanía alguna más allá de la que el gobierno les confiere. La idea última que desarrolla es esa, son nuestros señores y les debemos obediencia.
Felicito a la Policía, que actuó extraordinariamente bien y gracias a ella esa intención manifiestamente inconstitucional e ilegal de ocupar el Congreso y coaccionar a los diputados cuando están reunidos en sesión, no se pudo llevar a cabo.
Jorge Fernández Díaz, ministro de interior
Felicitar a la policía por atacar a la ciudadanía es una clara extensión del argumento de Cospedal, pero lo que nos interesa aquí particularmente es el uso que hace de una palabra en particular: coacción. Cuando afirma que no se puede coaccionar a los diputados está, de nuevo, arguyendo la idea de que el diputado medio tiene la soberanía y cualquier intento de quebrantar o modelar ese derecho es atentar contra el estado democrático. El problema es que elegimos diputados para que nos representan y, por extensión, si de verdad la soberanía emana del pueblo, la coacción es la medida básica a través de la cual el ciudadano puede manifestar sus ideas políticas en democracia: coaccionamos al gobierno cambiando nuestro voto, a través de manifestaciones, huelgas, presionándolos con campañas de recogida de firmas y con artículos de opinión; una democracia indirecta no es democrática sino existe una coacción de los ciudadanos, los que mandan, sobre los diputados, los que llevan los intereses de los ciudadanos que representa a la práctica a través del estado.
Cuando se permite que los policías no lleven identificación y se les felicita por apalear al pueblo soberano que está ejerciendo presión sobre sus representantes, mientras los ciudadanos están haciendo lo que es su deber cívico dentro de la democracia, se está atacando de forma directa a la democracia porque se está impidiendo la soberanía popular. Porque las declaraciones de Jorge Fernández Diaz serían muy consecuentes si fuera la representación de El Guía de España, una fuerza espiritual soberana que va más allá de cualquier forma terrenal —lo cual es en sí mismo la postura clásica de todas las formas dictatoriales de la historia, en las cuales toda forma poder emanaba de una instancia superior — , pero en tanto representante de la ciudadanía elegido democráticamente sólo demuestra en estas declaraciones como no es más que parte de una fuerza totalitaria que ignora hasta lo más básico de que es una democracia.
La democracia tiene que ejercerse sin presiones.
Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del gobierno
Sin presiones no hay democracia, porque de hecho la democracia es presión. El concepto de democracia de éste país se basa precisamente en la más pura idea totalitarista de que el estado manda mientras el pueblo obedece, porque cualquier ataque hacia el estado siempre es necesariamente ilegítimo. La presión, como ya dije antes, es el medio a través del cual el pueblo soberano se hace oír. El problema es que cuando dicen democracia, en su neolingua, no quieren decir democracia sino algo así como el estado totalitario del cual emana el poder absoluto y concede, una vez cada cuatro años, la posibilidad de elección al pueblo como un tributo con el cual pacificar su terrible voluntad. Esto, que no deja de ser heredado de las políticas totalitarias de la dictadura de Franco, es precisamente contra lo que se enfrentaban ayer los asistentes al 25‑S: lo que ellos llaman democracia en su neolingua, pero no lo es en absoluto. Lo que reclamaban, reclamamos y reclamaremos siempre es una auténtica democracia no totalitaria, un sistema político en el cual el poder soberano emane desde el pueblo hacia el estado y no al revés.
3. El intelectual revolucionario opera siempre cerca de la vida en carne y hueso. La necesidad de pensar y actuar hoy y ahora.
Llegados este punto, sólo nos quedaría intentar responder la que hoy es la pregunta que Inmanuel Kant desarrollaría como más importante para la humanidad: ¿qué me cabe esperar? Lo único que nos cabe esperar hoy es que la escalada del totalitarismo aumente de forma desproporcionada, oculta siempre bajo un sistema kafkiano tan terrorífico como efectivo. La policía y los medios de comunicación están mediados por una niolingua que han asumido como propia de un modo natural, alejándose de sus auténticas labores en la sociedad, por lo cual estamos esencialmente sólos ante el peligro; me cabe esperar la nada, porque es lo único que nos será permitido.
¿Significa esto que debemos rendirnos? No, muy al contrario, la labor de todo ciudadano actualmente sea cual sea su clase social u ocupación es abrir los ojos a cuantos haya a su alrededor para combatir el totalitarismo repugnante del cual hacen ya gala de forma abierta en nuestro gobierno, independientemente de su color o signo. Lo que me cabe esperar es una cantidad casi infinita de luchas, el estar siempre delante luchando contra la banalidad del mal tanto de la prensa como de la policía y de la maldad sí intencional del totalitarismo que impregna cada acto de la cúpula del gobierno; si ahora nos callamos, si después de la violenta actuación del gobierno bajamos las orejas, entonces estaremos cayendo en la misma banalidad del mal en la cual han caído ya la policía y los medios de comunicación: los ciudadanos, como fuente legítima de soberanía, somos la última fuerza de choque contra el totalitarismo del estado. Por eso lo único que me cabe esperar, a mi pero también a usted, querido lector, es denunciar con voz en grito los desmanes de un gobierno completamente desatado en su forma de monstruoso Leviathan que oprime de forma sistemática al pueblo. Es hora de despertar al Behemoth del pueblo soberano, el conjunto de todos los ciudadanos libres, para enfrentarse contra un estado despótico y arrebatarle el poder que nunca ha sido suyo, que siempre ha emanado desde nuestro permitirle de forma condescendiente su criminalidad latente en forma de un totalitarismo disfrazado de democracia.
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