Halloween no acaba nunca, y por ello aunque haya llegado a su fin nosotros seguimos alimentándolo. ¿Se preguntan que fue de la segunda parte del especial, aquella en la que hablaríamos de Rob Zombie todos en comunidad? Ya saben que pasó: ustedes no acudieron a la llamada y por ello se canceló; no había nada que mostrar, ¿para qué dar explicaciones? Pero hubo una persona, sólo una persona, que sí contestó y, por ello, se merece la explicación y el minuto de gloria que no puedo proporcionarle pero sí intentaré darle. Va por ti, Dulcemorgue.
Mis pasos devoran el polvoriento y sinuoso camino hacia la desvencijada casa de Otis y sus huestes. Otra visita más. Expectante por el macabro show cuyos detalles estarán ahora mismo ultimando. Ya siento mi respiración acelerada y no siquiera soy capaz de ver la casa. El olor —siempre comentábamos que el olor delataría los jueguecitos de esa jodida familia— el olor espeso lo posee todo en este paraje. El olor a muerte es evidente y se convierte en embriagador según nos vamos adentrando más y más en los terrenos de la familia. Ahí están, esperando en la puerta. Parece que soy de los últimos en llegar, veo caras conocidas de otros años. Estoy sediento y aquí aparece Baby ofreciéndome algún dudoso brebaje, a saber qué habrá estado haciendo con él, maldita ninfómana.
-Buenas tardes, damas y caballero. Bienvenidos un año más al verdadero circo de los horrores, este año…
La voz de Otis sigue resultando tan repulsiva como de costumbre, pero su invitación a un inframundo de depravación y muerte puede con todos los prejuicios que podemos albergar cualquiera de los miembros de este pequeño y selecto grupo de adictos al morbo y a la sangre.
-..tendremos con nosotros una sorpresa especial, pasen al interior de nuestra humilde mansión, Baby les indicará sus asientos y les servirá su bebida favorita.
Por fin, pensaba que íbamos a derretirnos ahí fuera. Aquí dentro se está extrañamente cómodo. El espectáculo va a dar comienzo mientras apuro mi copa de bourbon que lascivamente Baby se ha pasado por su entrepierna. ¿Qué sucede? Mi cabeza pierde todo soporte con la realidad y mi visión funde a negro. No puedo gritar, no puedo moverme. No puedo huir. Sólo puedo sufrir. Noto como algo se clava en la palma de mi mano derecha. En mi mano izquierda también. Algo metálico rodea mi cuello y me aprisiona. Un dolor al que no me acostumbro recorre mi aturdido sistema nervioso hasta taladrarme la cabeza. Abro los ojos y mi visión está teñida de rojo. Estoy suspendido a un par de metros sobre el salón de actos colgado por los brazos, crucificado en el aire. El dolor me nubla, las hábiles manos del Doctor Satán se mueven por mi torso, amputando y cortando a su voluntad con esa maldita precisión quirúrgica que tanto nos hacía reír en anteriores ocasiones. Estos cabrones me han convertido en su estrella principal. Soy el cadáver 1001.
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