Missing Holiday, de Otsuichi y Hiro Kiyohara
Uno de los problemas más graves a los que los seres humanos nos tenemos que enfrentar en tanto entidades gregarias es, precisamente, nuestra necesidad de comunicarnos con los otros. Ahora bien, la comunicación nunca es sencilla ya que aun cuando tenemos un lenguaje común, un medio discursivo a través del cual saber la opinión del otro, jamás poder saber lo que piensa el otro en sí; toda comunicación viene lastrada por una serie de interferencias basadas en la imposibilidad del lenguaje para comunicar ciertos conceptos o, en el peor de los casos, la mala fe de sus hablantes para no hacerse entender ‑si Otsuichi quisiera engañarnos y hacernos creer que lo que es un secuestro no lo es, ¿cómo podríamos saberlo?. Es por ello, porque la comunicación no siempre es todo lo simple que debería ser para poder constituirse como algo realmente efectivo, creamos una serie de instituciones ‑la familia y la comunidad, esencialmente- para constituirlas como un lugar seguro donde no pueden existir el malentendido: en tanto hay rasgos en común que unen a todos los implicados en esa institución ‑los lazos de sangre en la familia, el vivir en un mismo lugar la comunidad- se le presupone a todos los miembros de esta que actuarán para el bien común y no exclusivamente para su interés propio. Pero esto es una mera suposición de lo que debiera ocurrir de facto; es un compromiso, no una realidad.
La principal problemática de estos nexos es que son, en el mejor de los casos, débiles. El pertenecer a una misma linea de sangre que otras personas no implica particularmente nada más allá de que al menos una parte de esas personas (tus progenitores) han tenido que cuidarte y educarte al menos hasta el momento que puedas sobrevivir de forma autónoma y el pertenecer a una comunidad es algo que puede cambiar en cualquier momento en tanto uno decida irse a vivir a otro lugar. Es por ello que en una sociedad desarraigada, que tiende hacia la conquista progresiva de libertades (tanto físicas como morales), haya cada vez un desamparo mayor con respecto de estas instituciones. Este sería el caso de Nao quien se escapará de casa porque no se siente unida a su familia; ella es la hija de una mujer que se caso en segundas nupcias con un hombre rico que ahora se ha casado con otra mujer después del fallecimiento de su madre, ¿en qué lugar se supone que eso es una familia si, de hecho, no hay nexo común?
Seamos flexibles: la familia no se tiene, se elige. Aunque obviamente se nace dentro de una composición dada que no se puede eliminar, pues necesariamente hemos vivido en una comunidad y en una familia específica, con el tiempo estos son factores que pueden cambiarse de un modo u otro. Esto, que se ve muy claro en la elección de pareja ‑el padre de Nao elige a Kyoko para formar una familia‑, es una cuestión muy opaca cuando se trata de abordar como una realidad que se dirija en todas las direcciones de la relación familia; aun cuando se pueda elegir quien será la pareja, ¿se puede elegir un hijo aun cuando no se lo sea? El padre de Nao dará una respuesta interesante al respecto:
Los lazos de sangre no significan nada. La madre de Nao fue una mujer a la que amé profundamente. Pero tampoco eso significa nada. Lo que importa como padre es haber ido con ella al colegio. Sentir sus palmaditas en la espalda cuando más lo necesitaba. Y, en el futuro, asistir a su graduación, celebrar con ella que ha aprobado el acceso a la universidad, prepararle una fiesta cuando cumpla la mayoría de edad y ser una mujer hecha y derecha. No sabes cuanto deseo sacarle una buena foto cuando esté allí, en su ceremonia, maquillada e impecable con un precioso quimono. Tarde o temprano entrará a trabajar a algún despacho y la veré salir a trabajar con su traje. Y, también tarde o temprano, encontrará su media naranja y querrá casarse. Supongo que yo tendré más pelo blanco que negro, para entonces. Me habré convertido en un abuelo canoso. Pero ella tendrá hijos, que yo podre abrazar de vez en cuando, cuando se dejen caer por casa a verme. Y puede que algún día la misma emoción de ver la carita de mi nieto me mande al otro barrio, quien sabe. Pero, llegado a ese punto, criar a un hijo ya no será asunto mío. Seguir siendo su padre, ser el padre de Nao es mi único deseo…
Todo esto se nos narra con Nao escuchándolo sin que su padre lo sepa, lo cual produce una interesante problemática en tanto comunica algo que es incomunicable en sí mismo. La imposibilidad de comunicar los auténticos deseos que una persona siente hacia otra persona es algo que está ahí de facto, por lo cual se problematiza cualquier intento de comunicación que se pretenda más allá de la imposibilidad de hacer entender que ese deseo es así; los deseos no son comunicables per sé, sino que necesariamente han de darse a través de la pura abstracción. Es por ello que se hace necesario especificar que no es necesario ‑los lazos de sangre, que amo profundamente a la madre de Nao- para después ensalzar que es todo aquello que sí es necesario ‑la relación familiar que se conforma entre ellos, la comunicación sentimental (no-versal y sin-sentido) que se establece en su relación- que nos lleva hacia la confesión del deseo en sí mismo.
¿A donde llegamos con todo esto? A que el problema de la comunicación no se solventa en tanto tal en ninguna forma de construcción social, pues ni la familia ni la sociedad nos pueden asegurar la comprensión de nuestros actos y necesidades, pero sí se da en la articulación de flujos deseantes bipoiéticos entre personas que forjan un deseo paralelo entre sí. El ejemplo más evidente sería que aunque Nao y su padre no sean familia son, de hecho, padre e hija en tanto Nao tiene un deseo de ser hija hacia él del mismo modo que éste tiene un deseo de ser padre hacia ella; a través de como se configuran en tanto figuras de deseo pueden establecer un marco de comunión a través del cual construir una relación donde, aun sin un entendimiento fáctico, el uno puede ponerse en el lugar del otro. Por ello durante toda la historia vemos como Nao, lentamente, va empatizando con la situación de su padre hasta que comprente perfectamente como se siente a través de un acto discursivo en el que vislumbra toda aquella realidad que hasta el momento ella presenciaba como opaca ‑ella desea ser la hija de él del mismo modo que él desea ser el padre de ella. Todo lo demás, es la historia de como el lenguaje y la dificultad de comunicarnos con el otro puede impedirnos ver lo realmente importante de la historia de nuestras vidas.
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