Ser madre hoy, de Miguel Noguera
Siempre hay una primera vez para todo, lo cual significa que las consiguientes ocasiones después de esta ya no serán nunca más la primera. ¿Qué ocurriría si por alguna causa pudiéramos experimentar algo como si fuera la primera vez que lo vivimos una y otra vez? La posibilidad de enamorarnos todos los días de nuevo de nuestra persona amada, sentir la fascinación única de descubrir a un autor que nos hace pensar más allá de nuestros propios límites, descubrir un nuevo sabor o textura a cada ocasión de verlo aun cuando no es nuevo para nosotros; aquí la realidad se disipa, se dispara, hace del campo inmanencial una realidad paradójica en sí misma: se siente algo ya sentido como si fuera aun no sentido, es radicalmente nuevo por ser precisamente algo conocido. Como una suerte de eterno retorno nietzschiano, el declamar que el diablo que te dice que volverás a experimentar toda tu vida eternamente es un dios al cual adoras de forma radical, como si de hecho la única posibilidad en el mundo fuera volver a experimentar una y otra vez esa primera experiencia ‑he aquí un Nietzsche eufórico, fuera de sí.
Empezar cada día con toda la novedad también sería desconcertante, algo totalmente alógico para el común de los mortales. ¿No se sentiría un notable desconcierto ante el dolor o la alegría precisamente al no estar codificados en nuestra mente? No es dificil imaginar a una señora mayor, una señora muy mayor, que va andando por la calle y se rompe la cadera; ¿qué es eso que siente?¿Por qué está en el suelo?¿Qué es esa extraña sensación que produce que no pueda seguir su maldita vida? Que otros la vean, que todos se encojan de hombros y nadie comprenda que es eso, que nadie haya experimentado nunca el dolor ‑o sí, pero que fuera como si de hecho lo experimentaran por primera vez y no lo conocieran- y por ello esta pobre mujer está ahí retorciéndose. Es un poco digno de Sartre esto, ¿no? Estar rodeado de imbéciles, que el sufrimiento sean los demás. Siente por primera vez el dolor, como si lo sintiera por primera vez, está completamente desconcertada y dolorida y todos le miran con cara de imbéciles diciendo yo no, no, no sé con voz bobalicona y estúpida, intentando enfatizar su propia ignorancia; conocer cada día el mundo sería tan vomitivo como maravilloso.
Sería un mundo muy extraño, muy fuerte, muy jodido. Todo se amplificaría hasta su propio colapso, los absurdos de la existencia se amplificarían hasta el infinito a la vez que los pequeños momentos se harían cada vez más grandes hasta ser inabarcables masas de fondo y forma inconmensurable. El descubrir cada día todo cuanto existe, lo bueno y lo malo, hipertrofiaría esas sensaciones convirtiéndolas en hechos completamente fascinantes para cada ocasión, incluso las formas más básicas de la razón podrían discutirse como realidades profundas que averiguar; ¿qué se esconde detrás de ese color tan fascinante como es el azul?¿Por qué el mar y el cielo son azules?¿Por qué te pones azul cuando comes un alimento antes de morirte? Investigar de forma muy metódica el cadáver cianótico de un señor que se ahogó con una uva por la calle, asestarle violentos golpes para intentar ver si su color cambia o el vuelve de la muerte hasta la vida, hacer experimentos muy extraños y muy complejos para determinar porque la muerte después de haber ingerido comida te vuelve azul. Es un mundo muy jodido.
¿Cómo podría vivir la gente en un mundo así? Lo que harían sería poner notas en todo, hacer grandes recordatorios de absolutamente todos los acontecimientos que consideran singulares para ir así pudiendo saber cada día que es aquello contra lo que se enfrentan. Primero comenzarían con las pequeñas cosas pero, según avanzaran en su investigación, comenzarían absurdas explicaciones sobre temas completamente peregrinos: hombres de mediana edad obsesionados con el mecanismo de las rampas, mujeres jóvenes que disasocian al músico de la música que emite, viejas que inoportunan con su actitud la existencia de los demás ‑que jodida esta última, ¿verdad? Como si de hecho eso ya no pasara en la realidad, como si no existiera la típica señora que parece vivir para quejarse del prójimo después de atacarle silibinamente, con mala intención; viejas ninjas, viejas malévolas que odian la humanidad y la destruyen con sus subterfugios de señora mayor. Serían elucubraciones muy finas, muy sutiles, tan extremadamente absurdas que si nos llegaran hasta aquí nos pararíamos pasmados ante sus desquiciadas ocurrencias, sólo sonándonos como remotamente posibles en tanto admitimos que es una lógica hiperbólica que va más allá del sentido común; la verdad de esta gente sería como la de un monstruo fonambulista, es extraño pero hay algo en él que nos resulta natural.
Todo esto podría devenir en una suerte de cosmología de la rareza, de la hiper(trofiada)-lógica de unos seres que son como nosotros si nosotros tuviéramos una infinita capacidad de mirar con ojos nuevos en cada ocasión las cosas que nos rodean. Ese mirar por primera vez todo cuantas veces lo vean haría que su relación con el mundo estuviera en eterna evolución, que jamás relacionarse con algo fuera dos veces igual, porque de hecho estarían siempre cambiando al respecto de sus perspectivas con respecto de ello. Quizás no siempre fuera una brillante exposición, pues no siempre podrían mantenerse en la extrañeza perpetua que se presupone al descubrimiento, sino que en ocasiones dispararían en reflexiones que nos resultarían casi como una suerte de filosofía de más allá del mundo, de más allá de la realidad; una post-filosofía del mundo, un pensamiento que caracteriza todo aquello que sólo se puede ver del mundo cuando el mundo se deja ver de forma diferente en cada ocasión.
Nada de esto tiene sentido, es imposible vivir dos o más veces una primera experiencia. Si fuera así acabaríamos locos de remate, el mundo se colapsaría porque la gente se pasaría el día embobada con sus estupideces descubriendo los absurdos caracteres de un mundo que se escapa necesariamente de sus creencias. ¿Qué orden habría en el mundo si un señor observa fascinado todos los días que le crece la barba, si va por la calle completamente desnudo imperando a todos aquellos con los que se encuentra cada día el imperceptible crecimiento de su pelo facial? Es muy loco, demasiado para tener sentido. Hay que dar cosas por hecho, hay que entender que hay cosas que son absurdas y que ir por ahí haciéndolas se escapa de lo aceptable. O no. ¿Por qué tendría que ser así? Hablamos de ficción, de otro mundo posible, de una maldita posibilidad. Si a ellos les viene bien así, si ellos son felices haciendo el puto loco por su mundo y su civilización no se colapsa entonces está bien, no pretendamos imponer nuestra cultura al prójimo; para ellos la realidad es así en sí misma, no importa que nuestra realidad no sea así stricto sensu en algunos aspectos, su realidad es así en sí misma independiente de que nos parezca esto. Es una cabriola intelectual del cosmos, el pequeño chistecito de Dios para volvernos locos.
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