Police Assassins, de Corey Yuen
Aunque nos guste pensar lo contrario, no hay ámbito más alejado del trabajo policial que la búsqueda activa y radical de la justicia en la sociedad. ¿Cual sería entonces la labor de la policía? Hacer cumplir la ley con los mecanismos que el Estado ha concluido como las formas más positivas de atajar cada clase de problemática propia de la violación de las leyes imperantes en la sociedad. Es por ello que no debería extrañarnos cuando el señor Antonio Moreno, jefe de policía de Valencia, llama sin ningún pudor enemigos a los manifestantes, en su gran mayoría adolescentes, del IES Lluís Vives pues, en tanto incumplen la ley ‑en este caso por no tener los permisos adecuados para juntarse un grupo de más de tres personas para protestar sobre algo‑, ha de aplicarse una fuerza coactiva que les obligue a adaptarse a las formas legislativas que se consideran como normalizadoras de la sociedad. Por eso si entienden que para conseguir tal propósito deben tender hacia el uso de sus porras o detener a personas que aun no tienen ni figura jurídica independiente, lo harán; el trabajo de la policía es mantener la paz social entendida como el cumplimiento estricto y sin excepciones de la ley, aun cuando esa violación de la ley sea, precisamente, para conseguir justicia.
Esto es algo que Corey Yuen nos enseña sin ningún pudor, más bien con profusión de detalles violentos en excelentes coreografías entre lo gimnástico y el éxtasis de la ejecución del kung-fu, a través del relato de un crimen que se enreda ad infinitum en Police Assassins. Cuando un occidental es asesinado en un hotel de Kowloon y le es robado un microchip con unos extraños contratos, decenas de personas se verán involucrados en la búsqueda del culpable: el asesino que pretendía robarlo, el jefe criminal que necesite encubrir sus crímenes ahí presente, un grupo de amigos con nombre de analgésicos que robaron el microchip (casi) por accidente y la policía que apenas sí va dando bandazos intentando cazar al asesino ajeno de la persecución que se da entre todas las demás piezas del tablero. Lentamente irán confluyendo todos hacia un punto común, hacia la conquista última del microchip, pieza clave de incalculable valor que podría hundir definitivamente al mayor jefe criminal de la antigua isla de piratas conocida como Hong Kong.
El punto más interesante de la película es la (no) acción de la policía durante todo el metraje. A lo largo de la película podemos ver una consecución casi continua de palizas propinadas por parte de la Inspectora Ng y la Inspectora Carrie Morris a diferentes criminales a los cuales se les acusa de diversos crímenes pero contra los que no tienen una causa probable real o, simple y llanamente, desean sacarles la mayor cantidad de información posible de sus superiores. Sólo se templaran ante la cercanía de otros policías que pararán sus acciones, canalizándolas hacia una violencia más legitima, que sólo se aplique dentro del estricto canon de operaciones violentas que la ley ordena que la policía puede realizar; si la policía sólo debe hacer cumplir la ley también debe sólo atenerse, aunque de una forma laxa, a ella. Es por eso que la evolución de las inspectoras resulta tan paradójica vista desde fuera, pero completamente lógica posicionada en el pensamiento legislativo: aun cuando dejan de ser policías, su uso de la violencia sólo es legitimo si tienen pruebas de que el otro ha incumplido la ley de un modo que la respuesta violenta sea razonable; no tienen sentido de la justicia, sólo sentido de la legislación. Es por eso que no pueden acabar con el jefe mafioso de forma violenta, pues ante su incapacidad de demostrar su violación legislativa, ante la imposesión de la prueba del microchip, no pueden hacer nada aun cuando saben que es culpable, que es una injusticia permitirle seguir con sus acciones.
Pero este caso también se da de una forma tan pulcra como pragmática al revés cuando, en un acto de pura necesidad, Strepsil y Asprin piden ser detenidos para evitar ser asesinados por el jefe mafioso, lo cual se verá acompañado de una negativa taxativa porque no han incumplido la ley, o no lo suficiente, para pasar un tiempo prudencial en el calabazo. El policía no tiene amigos, pues no puede hacer ninguna clase de favor aunque no sea saltarse la ley stricto sensu, pero siempre tiene enemigos, pues todo aquel que se salte la ley es automáticamente su enemigo; quizás un policía no quiera pegar a un grupo de prepúberes o, por el contrario, quiera arrestar a sus amigos para protegerlos de un mal mayor, pero si la ley no acompaña el deseo del policía es irrelevante. El policía como (id)entidad es la de una entidad aideológica que cumple órdenes, que debe mantener incorrupta la ley a cualquier precio. Aunque ese precio sean sus propios deseos.
Es por ello que cuando llegado el final parece que el jefe mafioso se saldrá con la suya, con chistes metareferenciales al respecto de su propia risa y discurso pro-legislativo incluídos, cuando Asprin descubre el funesto destino de Panadol, éste primero rompe la ley para acometer algo que no hemos visto hasta ahora en la película: justicia. Pero si hablamos entonces de justicia, obviamente existe una diferencia radical entre lo que se considera como justo y lo que es legislativamente adecuado, ¿cual es esa diferencia? La justicia es la acción que se hace para castigar a aquel que practico un agravio hacia una persona dada y, por extensión, justicia sería aplicar una medida que pueda reparar el daño ejercido sobre el otro. En este caso la ley y, por extensión, los policías, sólo defienden un status quo que aceptan independientemente de si es justo o legitimo; la justicia es algo que se da fuera del seno de la legislación, porque toda justicia es, necesariamente, la poética de un alma contrariada. Es por ello que por justicia no podemos entender jamás la mera legislación, pues con ello lo único que se regula ‑o, al menos, teóricamente- es la paz social y, por tanto, toda justicia deberá venir del deseo, y no necesariamente de la acción, del agraviado. Por ello la justicia nunca puede provenir de la mano del policía, pues este debe mantener siempre el orden social, sino que toda justicia vendrá de la mano invisible (o no) que conduce todo agravio hacia su castigo. Aunque la justicia sea, en último término, un evento (casi) indistinguible de la venganza.
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