El ruletista, de Mircea Cărtărescu
Cuando una persona nace bajo mala estrella, una suerte desgraciada se ceba en su persona como los buitres corroen las carne de los muertos ignorados, sólo le cabe la posibilidad de resignarse ante una existencia anodina que necesariamente le llevará a chocar de forma constante contra la realidad de la conspiración del mundo contra su persona. Por supuesto toda conspiración del mundo contra un individuo en particular parece ser algo risible, algo particularmente imposible en una realidad que le suponemos un caos tan impredecible que no creemos posible que de hecho se conspire contra nadie de forma universalista. ¿Y sí fuera posible que así fuera?¿Y si de hecho existiera un mundo posible, no nuestro mundo pero sí un mundo que fuera real por sí mismo, en el que fuera posible que alguien viviera su vida bajo la génesis primordial de siempre acabar su suerte en el polo opuesto de lo que propiciaría lo que él cree o desea que acontezca? Entonces estaríamos hablando de un mundo de ficción, uno que es diferente al nuestro pero que de hecho es real en sí mismo. Estaríamos hablando de literatura.
¿Qué es la literatura sino el objeto que se piensa a sí mismo? Seamos más específicos, ¿qué es Mircea Cărtărescu sino es precisamente el mundo posible que ha creado a través de sus personajes y situaciones específicas narradas en El ruletista y sus otros relatos y libros? No es nada. Nuestra existencia, la existencia de cualquier escritor ‑y por escritor entendemos aquí cualquier persona que junte letras con cualquier expectativa‑, se basa en el hecho de conseguir que sus mundos posibles trasciendan las ideas de el mundo fáctico conocido; el autor no importa, el autor es y debe ser exclusivamente a través de aquello que nos hace saber en sus mundos posibles. Por supuesto el escritor después puede, y debería por su bien, tener una vida más allá de su literatura pero cuando se enfrenta al mundo, a la vida, lo que hace es echarle un pulso a la muerte ya no tanto por su vida como por la de sus mundos posibles: el escritor no debe buscar la fama o el dinero, si escribe para eso hay negocios infinitamente más lucrativos, sino que debe escribir para explicar realidades de más allá de nuestro mundo que inspiren acontecimientos específicos en el nuestro. El valor de un escritor, que no del individuo que escribe, debe medirse por la capacidad de evocación de sus mundos posibles.
Supongamos un sujeto con una mala suerte tan profunda que es incapaz de ganar a nada, que toda su vida se define a través de convertirse en un deshecho social cuya existencia se dimirá si morirá entre la basura o entre la mierda; un perdedor tan auténtico que sobrevivirá sólo para seguir perdiendo, porque morir sería como ganar para semejante desgraciado. Un día descubre que existe un circuito de la ruleta rusa y se lanza desesperado para ver sí así cambia su suerte o muere, cualquiera de las dos es válida. Éste sujeto acabará siendo conocido como El jugador, un monstruo de una suerte tan sobrenatural que parece imposible que jamás pueda morder el polvo que está predestinado para los hombres con algo más de suerte para sus deseos. ¿Quién es él? No nos importa, ¿por qué tiene tan mala suerte? Si nos importara no hablaríamos de él: esto es literatura, no una ciencia de la mala fortuna.
Engalanado con su aspecto fúnebre, un traje de elegante corte que sin embargo no deja de resaltar su condición de desastrado incorregible, se sube sobre una caja de madera escogida con toda la delicadeza que puede ser seleccionado un objeto de esta índole. Se sube en él, sin prisa, más bien paladeando la pausa; paladeando no, temiendo el estar sobre ella. La pistola está cargada, cada uno de los que asisten a la velada lo han comprobado por sí mismos; chaqueta de cuero, bombín rígido: una elegante combinación para la muerte. Cuando llega todo hasta El ruletista lo carga y aprieta el cañón contra su sien con un terror tan profundo que se indistingue con los ojos de la muerte, una mano tan pálida sosteniendo el revolver que parece que La Parca haya decidido ayudarle en su viaje. La mezcla de alcohol, tabaco y sudor se mezcla en el ambiente como ambrosía con el olor del terror puro que exuda la posibilidad de la falsa elegancia de la técnica proyectando la materia fuera de su necesaria estancia natural; el convencimiento de la muerte es tan preciso que visualiza a través de un afuera de su cuerpo los sesos ya ajenos que pavimentan los muros. Suena un click, suena un peso muerto. La bala no estaba en ese agujero del tambor y El ruletista se ha desmallado de una forma estrepitosa, terrible, como si de hecho hubiera muerto: Yo estaba convencido de que iba a morir, pero incluso entonces la desgracia se ceba en mi ‑declama entre los sueños susurrados en el hospital donde le ingresaron después de la victoria contra la muerte.
Su mala fortuna es connatural a su ser hasta el punto que cuando es capaz de visualizar su propia muerte sólo consigue el dinero, hacer arte del escapismo involuntario. ¿Entonces es mala suerte lo que acompaña a El ruletista o es de hecho la condición misma de su imposibilidad para que se materializa aquello que desea? Quizás sean las dos, quizás no existan diferencias reales entre ambas. Cuando él se imagina muerto manchando incómodamente las paredes de una bodega repleta de humedades está proyectando sobre el mundo una imagen que el mundo revierte como por encanto; no es que haya una conspiración del mundo contra él, es que sólo tendría sentido contar su historia en tanto extraordinariamente ordinaria. Si fuera un pobre desgraciado con una suerte infinita, no tendría sentido hablar de él: nos resultaría tan familiar como lo contrario, como un pobre imbécil cuya mala suerte parece siempre arrastrarle a ningún momento de descanso.
Esto es literatura, estamos intentando decir algo interesante del mundo retratando otro mundo donde pueden ocurrir cosas que en éste no han acontecido como tal. El ruletista nunca ha existido pero, sin embargo, nos cuenta cosas al respecto del mundo: que los deseos se cumplen sólo a veces, que la mala suerte es buscada, que el mundo puede ser un lugar tremendamente irónico para las personas. Es literatura en tanto nos dice algo más allá sobre el mundo conocido, sobre el mundo por conocer.
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