El arte se esconde en los corazones de los locos, los desatados y los descastados, los cuales, además, suelen ser las tres cosas al mismo tiempo. Ese entrañable, o quizás patético, joven que cree en una inminente invasión alienígena esconde en su mente la simiente de una historia más real que la vida para él mismo. Y tal cosa nos encontramos en El ataque de los robots de Nebulosa‑5 de Chema García Ibarra.
Un chico con claros síntomas de trastorno mental nos avisa de la llegada de una inevitable invasión por parte de los robots del, se supone, punto más alejado de la galaxia, Nebulosa 5. Conoce esta información privilegiada ya que, como si de Phillip K. Dick se tratara, estos invasores le comunicaron sus planes y el único modo de salvarse mediante unos rayos invisibles. La incomprensión de parte de su familia y amigos le acaba por desatar en una eterna espera que nunca jamás llegará salvo en su propia esperanza. Que sea un discapacitado mental o de verdad se comunicaran con él los alienigenas es algo que solo atañe a cada uno de los espectadores pues sea una u otra no cambia nada un hecho particular: en su mente existen. Con la actitud mesiánica del escritor como creador de grandes relatos él no solo es el narrador privilegiado de la historia, sino la única posible salvación de la humanidad. No nos importa si lo que nos plantea es real o no desde el mismo momento que esa cuestión le lleva a actuar de un modo específico que poco cambiaría de demostrarse ser una u otra. Nos importa poco el final ya que el mismo no cambiará en medida alguna el comportamiento o el pensamiento de nuestro protagonista, solo nos importa el desarrollo, el como su fe jamás se tambalea ante la duda.
En el cosmos infinito todo es posible en su improbabilidad y solo los oradores de lo insondable nos podrán guiar por las verdades y las falacias de ese mundo. Los demás solo podemos soñar e intrigarnos con la perturbadora fascinación y seguridad de aquellos capaces de creer en lo increíble. Aquí y en Nebulosa‑5 lo importante es creer.
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