En lo kawaii, en la fantasía, siempre se encuentra un carácter de búsqueda de la representación a través de la estética amable. Cuando estos códigos se subvierten hacia términos oscuros sólo queda el extrañamiento que siempre estuvo ahí; la realidad oscura latente en la monstruosidad de lo adorable. Este reverso que es lo siniestro, aquello que no puede ser pensado, se articula como figuración que sostiene la belleza de lo que le es propio a lo kawaii; lo mono o, para ser más exactos, lo sublime. Ya que una versión más extendida de esta problemática principal ya ha sido profusamente ilustrada nos encargaremos de la rara avis que supone Kyary Pamyu Pamyu con su single PONPONPON.
La joven Kyary de apenas 18 años es una famosa blogger de moda que dio el salto para convertirse en modelo, talento en televisión y ahora cantante de la mano del hiperactivo Yasutaka Nakata. ¿Sus valores para tanta popularidad? Ser extremadamente kawaii. Su aspecto infantil, su afinado sentido de la moda ‑lo cual se demuestra en las devastadoras críticas que se oyen desde occidente, los mismos que dentro de 5 años vestirán como ahora dictan desde Tokyo- y, quizás lo más peculiar, su cara elástica. Debido a su capacidad de poner mil y una gestos adustos en su dulce cara, a cada cual más aberrante, ha conseguido un particular aprecio por parte de los medios y el público; lo siniestro de su kawaiicidad la ha hecho avatar de Lo Kawaii. Su mayor mérito es conseguir hacer de sí misma la mejor marca.
Pero es en el videoclip de su primer single donde encontramos las más altas cuotas de lo siniestro tras una profunda carga de lo kawaii. Curiosamente ya desde su inicio, durante sus primeros 9 o 10 segundos, es cuando ocurre el evento más maravillosamente sublime. Kyary de pie, a la pata coja, se mantiene temblorosa en una posición incómoda mientras, justo antes de comenzar la canción, un plano detalle nos enseña como su micrófono sale de su oreja. El silencio y la inacción conforman un contraste brutal, una rara avis que hace más kawaii al conjunto porque hace que estuviera como muerto sólo que no lo está; hace parecer al conjunto un entorno casi-no-vivo. Y he ahí lo sublime, pues se filtra tras de sí el terror de lo incomprensible; de lo siniestro que puede destruirnos.
El término kawaii significa, en término estricto original, algo mono pero que se aplicaba esencialmente con respecto de los bebés. La belleza del bebé nos es ajena, completamente dispar de la de un ser humano, ya que alude al instinto animal puro y no a la razón; porque los bebés nunca pueden ser bonitos, o bellos, sólo pueden ser kawaii y, con ello, aludir a una cualidad preternatural. Por eso alude al carácter siniestro de la existencia: lo kawaii se usaba sólo para describir una belleza que se da en aquellos que acaban de nacer ‑o lo que es lo mismo, están más cerca de la muerte que de la vida- y, por tanto, alude a una naturaleza humana reprimida. No hay posibilidad de comprensión alguna porque lo kawaii está más allá de la lógica o del entendimiento, es una belleza creada naturalmente para la perpetuación de la especie.
¿Como da el salto el término kawaii, algo ajeno a la existencia humana, para describir la belleza femenina? Se da en una permutación del término hacia realidades culturales condicionadas. En el momento que, por un lado, los seres humanos se desmarcan de la sexualidad como un ámbito meramente reproductivo y, por otro lado, son capaces de mantener lo infantil, el juego, como idealización de la existencia humana es entonces cuando se da esta transformación. Esta belleza sublime, que se escapa de nuestro entendimiento, sólo se puede dar como un hecho cultural pero nunca como uno meramente natural. Porque el objeto de deseo ‑o admiración o, incluso, veneración- se transfiere entonces en la infantilización del mundo adulto: hacer del adulto un niño; aquel que puede seguir jugando, siendo feliz, a pesar de las responsabilidades laborales.
Volviendo a Kyary Pamyu Pamyu podemos ver como todos los elementos de infantilización se dan uno por uno en su figura. Desde la habitación simulando un cuarto de juegos de Sebastian Masuda hasta la vestimenta, similar a un cosplay de una madoka magika aka magical girl, pasando por el carácter tontorrón de la canción todo es pretendidamente infantil-pero-no. Todo ello reforzado por las rara avis llenas de ojos ‑porque siempre estás siendo observado, nada escapa de la vista de lo kawaii- cráneos o émulos de caras asimiladas en vórtices espaciales de la propia Kyary; por la caracterización siniestra que refuerza lo adorable del conjunto. Por eso lo kawaii nos da lo que deseamos pero está siempre bañado de terror: lo que deseamos (ser niños, ser como niños, poseer al niño) siempre esta próximo de lo que se considera abyecto (estar próximo de la muerte, ser inmaduros, ser pederastas)
Es por eso que lo kawaii se crea como una disposición cultural paralela a la disposición equivalente natural: donde antes había una proyección de lo siniestro representado por lo natural (la mortalidad, la necesidad de perpetuar nuestra genética) ahora se imbuye de toda una simbología puramente cultural (lo improductivo de la inmadurez para la sociedad y lo negativo para las personas de la pederastia) Por eso lo kawaii, por adorable que sea, esconde tras de sí siempre lo siniestro. Se baraja siempre entre dos lados, pivotando sin control, siendo tanto un flujo divergente de lo que debemos aspirar, de lo que deseamos, como un flujo molecular de como nuestros deseos pueden destruirnos.
Entonces, ¿qué es lo kawaii? Es la condición cultural por la cual denominamos algo bello que nos trae reminiscencias sexualizadas de la infancia que tanto puede tener una aspectualización positiva como una negativa siempre en alusión a los deseos. Por eso, como toda categoría estética, se ve profundamente imbricada en el mundo y, además, lo transforma y condiciona; se origina en una bipoyesis en la que se origina y origina la realidad cultural presente. Es por eso que lo kawaii, necesariamente, siempre tendrá que ir asociado a lo siniestro, lo bello y lo sublime pues, en tanto realidad cultural pero también natural, está asociada de forma indisoluble a su condición estética; de generadora de realidad, aunque esconda algo más allá de la lógica humana. Lo kawaii es la sublimación última creada de la naturaleza cultural humana sobre la naturaleza primera del mundo.
Deja una respuesta