Dzierzynski Bitz, de Dzierzynski Bitz
Aunque en ocasiones pueda parecer lo contrario, aun hoy hay en la tierra lugares por explorar para el imaginario colectivo donde descubrir un interés más allá de los limitados márgenes de nuestra concepción ya no sólo del mundo, sino incluso de lo humano. Hay lugares que aunque son de sobras conocidos, aunque en nuestro imaginario están presentes de forma radical cuando no directamente común, en realidad desconocemos todo de ellos hasta un punto tan absurdo que debería avergonzarnos el creer siquiera que tenemos algún mínimo conocimiento al respecto de ellos; no hay nada conocido en el mundo que vaya más allá de nuestro acomodaticio punto de vista occidentacentrista. Es por ello que una afirmación tan obvia como que Rusia es un país mágico por su capacidad para alimentarse y beber de todas las fuentes que tienen, desde su oscura historia contemporánea hasta su posición como parte de Europa para beber de los géneros y formas más populares del continente no sólo no es una obviedad, sino que resulta algo completamente ajeno para el común de los mortales, aun hoy incapaz de reconocer en un vecino tan próximo la auténtica llama del interés que ellos cobijan. Es por ello que toda la oleada de grupos rusos que adoptan sus costumbres y formas hacia las formas culturales más eminentemente culturales no deben sorprendernos, sino que de hecho deben espolearnos a explorar lo inexplorado de su propuesta.
En éste sentido, el grupo de jóvenes moskovitas conocidos como Dzierzynski Bitz serían un ejemplo particularmente notorio de esta conformación específica del sentido último de la propuesta: su interesante conformación del post-punk que aúnan de una forma extrañamente natural con unas fuertes influencias del jazz en forma de unass muy bien elegidas melodías de trompeta abren nuestro paradigma de posibilidad hasta un nuevo límite: no sólo es posible hacer post-punk en el siglo XXI, sino que de hecho es posible seguir encontrando nuevos rincones a través de los cuales evolucionar de una forma más o menos radical. Aun cuando están siempre moviéndose siempre en la fina linea entre Joy Division y Blank Dogs, sospechosos poco habituales de inspiración para una innovación rotunda, acaban por caer en un post-punk más similar a las ínfulas new wave más propio de los 80’s de su tierra natal; aun cuando su influencia y raíz anglosajona está presente, siempre acechante en su estío, la realidad es que su personalidad heredada de su tierra siempre prevalece por encima de ello: y, por si esto fuera poco, están siempre transitando por el delicado tema del terror rojo como una de las bases inherentes al propio grupo. Una mirada curiosa, sardónica y achispada hacia uno de los momentos de horror más absurdos del siglo XX por parte de unos rusos indies que aprendieron muy bien la lección de como debe ser un grupo de post-punk.
Lo interesante es ver como su construcción es siempre un hecho que va más allá de su tendencia normativa de lo que debe ser (la idea de que el post-punk debe ser de una manera y no de cualquier otra) no sólo a través de la creatividad, que también, sino a partir de su propia condición indefectible que les brinda su propio carácter de grupo eslavo. Las influencias de los hipsters soviéticos de los 50’s, la temática del terror rojo y una pizca de savoir faire característica de los grupos que saben que tienen un producto explosivo entre las manos confluyen en una combinación que se fragua como una candente posibilidad de adentrarse en lo más profundo de Europa para raptarla de su sueño de imposibilidad cultural más allá de sí misma: tanto como pueden partir de grupos anglosajones, con una pizca de ese toque francés propio de la coldwave, su resultado es tan foráneo que es prácticamente incomprensible, pero precisamente por ello sublime, fuera de sus fronteras.
Si de hecho su carácter va más allá de cualquier noción de posibilidad que se plantee el post-punk en sí como posibilidad fáctica es por aquello que son para sí: oscuros, controvertidos y con una lengua tan afilada como sus instrumentos. Sólo a partir de aquí se puede entender como un grupo afiliado dentro de una corriente subalterna, demasiado en las periferias como para resultar interesante a la adocenada crítica que es incapaz de no mirarse el ombligo como si el mundo acabara en él, podría llegar a suscitar un interés tan radical como para conseguir que acabaran por hacerle caso en un lugar ni donde se les invita ni se les espera; la única posibilidad de luchar contra la territorialización de la música en general y del post-punk en particular es a través de la desterritorialización que sólo puede acontecer de forma efectiva a través de la territorialización libre de su seno: el post-punk puede y debe ser tanto ruso como inglés o de cualquier otra parte ‑para lo cual, debemos admitir, grupos más mainstream como Motorama han hecho un gran trabajo de un tiempo a esta parte, pero aun insuficiente. Es así, escudados tras una fina experimentalidad y un uso exquisito de la instrumentación con un peso inusitadamente fuerte del bajo incluso para los cánones del post-punk y una estética que parece arrancada de los 80’s y arrojadas en los 00’s, como combaten con armas propias. El post-punk y el terror rojo (o blanco) nunca mueren.
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