Todo texto es interpretación. Si no se lee un texto, no existe, y si no se interpreta es como si no hubiera sido leído; leer para olvidar, sin reflexionar o deconstruir que contiene tras su construcción, es como comer por ansiedad: quizás sirva como alivio, pero es inútil como acción. Si es que no contraproducente. Renunciar a la interpretación, bien sea por ausencia de fondo o por hacer de todo fondo superficie, nos conduce en dirección única a la fe ciega ante creencias inconsistentes; dogmas de fe, no pensamientos, es lo único que puede extraerse cuando se lee sin interpretar, cuando se vive sin pensar. Toda lectura es interpretación.
En tal sentido, hablar de Sir Gawain y el Caballero Verde es hablar de la relación entre sus dos protagonistas, en tanto base esencial del relato. No tanto por el hecho que salgan en el título, hecho que demuestra su peso evidente dentro del mismo, como porque el juego de fuerzas que ocurre entre ambos define un espacio intermedio rico para la interpretación: sus actos y consecuencias definen el sentido profundo del relato.
Es evidente la condición mítica del Caballero Verde, no sólo por verde —en tanto ya lo define como exento de lo propio de este mundo; es, en cualquier caso, una suerte de alienígena: en tanto criatura mágica capaz de sobrevivir a la decapitación, nazca de la tierra o del espacio, debe considerarse como extranjero de la humanidad, como diferente del ser humano— o sobrevivir a la decapitación, sino también por sus cualidades, extrañas, aunque también nacidas del juicio o la experiencia, de la magia. Aunque de hecho es una criatura mágica, puesta allí como súbdito de Morgana LaFey, tiene una extraña cualidad de juicio que va más allá de lo estrictamente mágico, que le sitúa en lo mítico en tanto experiencia religiosa: establece un juicio sacerdotal, en consonancia con una moral de corte divina, que lo asemeja a aquellos ardides del diablo que en la Biblia parecen más angelicales tretas de traición: incluso cuando busca activamente tentar para el pecado, su última presunción es que demuestren virtud.
Esta raigambre bíblica por satánica, satánica por servir a Dios pretendiéndose su (falso) contrario, es algo que podemos ver desde las primeras páginas del relato. Su primera aparición, basada en un cierto sentido cirquense del espectáculo, busca un efectismo claro a través de quebrantar leyes mundanas, del decoro: entra armado caballo en ristre en el salón donde Arturo con sus caballeros están celebrando el banquete de navidad. Tal acto busca provocar en el corazón no de los caballeros, sino de Arturo, la necesidad de ajusticiarlo; como cuando Satán aparece ante Cristo para retarlo, el Caballero Verde aparece para comprobar la virtud de un sólo hombre: aquel primus inter pares. Aunque a priori consigue provocarlo, Sir Gawain se interpuso al declararse como valedor del honor de toda la mesa redonda: el valor de un rey no se define por aquello que hace, ni siquiera por aquello que es, sino por aquellos de los cuales se rodea, sus caballeros. Ellos son sus fuerzas, su ser, su sino.
Sir Gawain es un protagonista incidental. Su causa como protagonista no es tanto demostrar su honor particular, sino defender el honor de unas creencias (el cristianismo) de forma tácita; se le juzga a él en particular como una totalidad, como emanación del mismo Arturo. No es un juicio sobre la virtud del caballero, sino de la virtud en tanto caballero y, por extensión, debiéndose a la moral de su señor. No debe hacer aquello que quiere, sino aquello que debe.
Eso explica el comportamiento que demuestra Gawain en la corte del Caballero Verde, el cual oculta su identidad, creyendo haber encontrado un noble reino en el cual alojarse. Allí, suscribe un pacto: todo lo que consiga cada uno durante el día, se lo deberá ceder al otro durante la noche. No es ningún disparate, mas al contrario, tiene un sentido enjuiciador. En tanto busca comprobar la virtud del caballero, virtud que conoce porque su mujer le mantiene informado de sus avances en la pretensión de hacerle caer en adulterio —avances funestos porque, aunque corteses, buscan la perdición del caballero incluso cuando podría ser disculpable: la comprometida es ella, no él — , que no mienta sobre tales avances demuestra valor: tres veces recibe la caza del rey, tres veces corresponde con tiernos besos recibidos. Una segunda lectura podría comprenderse como romance velado, ya que Gawain besa como amante al rey. Posible, pero inapropiada. El heterosexual Gawain demuestra una cierta determinación personal, ya que le suponemos escaso interés en besar a otros hombres, en tanto sobrepasa la mera sinceridad para circunscribirse en el mundo de los hechos fácticos: le besa no por interés o lujuria, sino por cumplir su promesa incluso cuando puede costarle la vida o, si hacemos interpretaciones desquiciadas, su alma.
A su vez, sirve como parodia del amor cortes. Aquello que se considera en la época el súmmum del amor romántico, poner en suspenso la fidelidad matrimonional —entendiendo el matrimonio como contrato mercantil basado en intereses externos al amor, por tanto en nada relacionado con romance alguno— en favor de la búsqueda de un amante por el cual se sienta una pasión auténtica, es ridiculizado de forma sistemática en esta fábula, más que cuento. No es sólo que Gawain no muera por negarse al juego del amor cortés, sino que tal encuentro se replica en marido y mujer; desde la perspectiva cristiana, o cristianizante, en tanto la vida femenina se supedita al derecho del hombre sobre ésta, debe entenderse que los besos de Gawain son la devolución del amor debido a su legítimo dueño. No hay muestra de amor, ni siquiera homosexual —aunque una lectura menos fina, aunque no por burda menos divertida, nos daría un picante sentido homoerótico: el Caballero Verde busca un consentido amor cortés público con Gawain, usando como subterfugio la prueba; aunque burda, no es inconsistente: podría ser otra intención del caballero — , en tanto se supedita una transacción comercial en el ámbito jurídico-divino. Quizás el amor cortés quede desprestigiado, pero a su vez aniquila toda posibilidad romántica: cuando la mercancía entra por la puerta, el amor sale por la ventana.
En el mismo sentido, los golpes fallidos del Caballero Verde, tienen una equivalente función de devolución de lo debido —que refuerza el sentido latente no sólo homosexual, sino también humorístico: en el fondo, considera que Gawain se tome demasiado en serio su juego, lo cual lo hace más divertido si cabe — , cumplir su promesa, pero también un componente enjuiciador. Al ir hasta allí y someterse, al hacerlo además con valentía, es juzgado; juzgado en su mismo ir, interpretando de sus actos su ser; incluso cuando éste desespera, buscando el más mínimo subterfugio para librarse de la muerte sin incumplir la promesa, no se escabulle de ella: o como dice El Caballero Verde, «lo hiciste por salvar la vida, lo cual es más disculpable»: salvar la vida es disculpable pues, aunque se crea en otra vida, en esta tierra sólo se tiene una.
Es comprensible que el muy cristiano J.R.R. Tolkien, tanto como juguetón, rescatara «Sir Gawain y el Caballero Verde»: es un ejemplo perfecto de parábola religiosa, pero también de gran historia. Gran historia porque, más allá de su interpretación canónica, esconde ambigüedad suficiente para poder interpretar diferentes sentidos específicos que no hacen fricción con, sino que matizan, el conjunto. Su posibilidad de interpretación es su genialidad, cosa que no podrá decirse de aquellas malas fábulas del presente que pretender vender la ideología dando brochazos que ocultan todo atisbo tanto de ambigüedad lúdica o humorística. Traidores de su causa, bulímicos de las ideas: aquello que no se sabe decir en interpretación, tampoco se sabrá decirlo en discurso.
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