Orgullo y Satisfacción
¡Caramba!
2014
Supervisar la manera de actuar de los demás supone un gesto desagradable en sociedad; aunque a veces resulta necesario, la mayor parte de las ocasiones sólo sirve para regular el ámbito social según los intereses creados de unos pocos. Aquellos con autoridad como para imponer su cosmovisión. Cabría entender entonces la diferencia entre el censor, aquel que vigila de forma activa que el comportamiento de los demás se pliegue a los intereses del poder, y la figura familiar, aquel que actúa de modo paternal para intentar encauzar comportamientos que pudieran considerarse como perjudiciales o patológicos para el propio interesado. Censura es, por tanto, sólo cuando se pretende eliminar un comportamiento o pensamiento porque no se pliega a los intereses particulares de aquellos que ostentan el poder.
Bajo la definición anterior, lo que ocurrió recientemente con El Jueves —un cambio de portada, retirada de ejemplares mediante, por considerarse ofensiva contra la corona real— debería considerarse censura incluso bajo el supuesto de que no haya coacción. No porque todo sea censura, sino porque en ocasiones el censor nace del interior. Cuando sabemos que se nos está vigilando en algún grado, en mayor medida si se nos sugiere lo inadecuado de algunos de nuestros actos potenciales, tendemos a elegir la opción que menos problemas nos vaya a procurar en última instancia: es habitual, bajo la condición de posibilidad de ser censurado, dejar de hacer algo por el miedo de ser censurado. Aunque lo llamamos autocensura, en realidad deberíamos llamarlo «censura por omisión»; siempre que se evita desarrollar una idea por temor a la respuesta de los poderosos, aunque el censor sea interior, se trata de censura. Bajo este paradigma podemos comprender por qué vivimos en un estado permanente de exclusión del pensamiento divergente: no sólo se censura de forma activa, también se inserta en la cabeza de las personas un censor interior.
Aunque el mayor mérito de Orgullo y Satisfacción es haber hecho El Jueves mejor de lo que la propia cabecera ha sido capaz, esa capacidad nace del juego de reacciones que surgen ante la censura. Quienes no bajaron la cabeza y decidieron abandonar una publicación cuya labor ha quedado en entredicho —porque aceptar una sola vez la censura es plegarse a ella, en potencia, toda vez que acontezca— actúan movidos por un sentido de la responsabilidad personal, que aunque personal es política, que emana de cada una de las viñetas. Es gracioso porque dan lo mejor de sí, dan lo mejor de sí porque luchando contra la censura se han deshecho de algo por el camino: el censor interior.
Orgullo y Satisfacción es un acto de censura. En tanto asumen sus propias condiciones de producción, eligiendo un medio con el cual tienen control absoluto de la publicación sin dependencia económica externa, el trabajo es exclusivamente suyo, por tanto no apropiable salvo por la censura autoimpuesta que ya no ocurre, y se sitúan en su propia posición de poder, censurando la censura de quienes los habían censurado. Ahí radica la auténtica batalla: en la capacidad de reinventar los mecanismos de poder.
No es subversivo cagarse en el rey, lo es sólo cuando hacerlo supone un desafío a sus intentos de coerción.
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