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En el ar­te hay co­sas que se es­ca­pan de uno u otro mo­do a la com­pren­sión sino es des­de el pun­to de vis­ta del do­mi­nio y rup­tu­ra ab­so­lu­tos de una tra­di­ción ar­tís­ti­ca an­te­rior. En es­te pun­to es en el que se cir­cuns­cri­ben Boredoms y ter­mi­nan de ci­men­tar­lo en su Super æ.

Oscilando en­tre la ar­mo­nía y el caos, Super æ jue­ga a ma­ni­pu­lar las es­truc­tu­ras clá­si­cas del rock psy­cho­de­li­co, to­do sue­na en esen­cia co­mún pe­ro re­tor­ci­do has­ta el pa­ro­xis­mo. Guitarras re­ver­be­ran­tes, efec­tos so­no­ros dig­nos de un the­re­min mal he­cho, can­tos tri­ba­les o los ya mí­ti­cos mu­ros de rui­do son la ma­nu­fac­tu­ra de Boredoms, la des­truc­ción de los cá­no­nes clá­si­cos pa­ra crear sus pro­pios cá­no­nes, las re­glas del noi­se na­cen de la re­cons­truc­ción. Todo es­to re­dun­da en al­go muy par­ti­cu­lar, lo cohe­ren­te y cohe­sio­na­do del dis­co, con­si­guien­do que sin­ta­mos que es­ta­mos ha­cien­do un via­je a tra­vés de la mú­si­ca por la men­te de un Yamantaka Eye de los 60 pa­sa­do de LSD.

Si Boredoms es un gru­po de cul­to, Super æ es su dis­co mas re­don­do y su­rreal en su con­jun­to. Para lle­gar al mun­do del áci­do si­gue la es­te­la de las no­tas del asco.

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