1. Aunque la mayoría preferirían poder olvidarlo por pura conveniencia, hubo un tiempo en que el cielo era rosa; no un tiempo pasado, un tiempo donde se podía respirar la noche durante el día. Aunque todos consigan olvidarlo, nosotros no olvidamos; la humanidad puede lanzarse al unísono a las vías del progreso, nosotros aún abrazamos los últimos estertores del día para imbuirnos en el congestionado rosa que aún titila en el mundo.
2. Amamos la violencia, la destrucción, el movimiento de obliteración. No tenemos cuitas, salvo los ríos de sangre y las vísceras recorriendo las calles; no tenemos órganos, sino cuerpos: no somos zombies, porque no encontramos alimento en la aniquilación ajena. En la autonegación del yo, de la vida, del mundo. Destruimos sólo para volver a crear, herimos sólo para sanar. (más…)
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El paisaje mágiko danza ante nuestras almas vacías

La siguiente colaboración viene de mano de Henrique Lage al cual le mandamos mucho ánimo desde aquí para que pueda volver a escribir de forma más regular. A su vez en esta entrada introduzco la novedad de un aparato crítico ‑algo nuevo en éste (y seguramente en cualquiera) blog- escrito para complementar la exigua pero excelente entrada de Henrique. Lean sin más dilación sus impresiones con respecto de Midori.
El cine, como arte ritual
El carácter ritual del cine viene dado por la creación de una mitología creadora, de plasmación de lo ideal en lo perceptible, que anula el binomio idealismo-empirismo porque permite capturar lo real del pensamiento; lo mental y lo visible se hacen uno a través del cine. nacido bajo la carpa de un circo, tiene mucho de espectáculo de monstruos, no hablemos ya del cine de terror, donde esos monstruos son más explícitos o del cine de animación, donde los monstruos ya no están sujetos a forma alguna.Esto emparentará las formas de animación con los mitos lovecraftnianos que a su vez nos remite a aquello que está más allá de lo pensable de Wittgenstein; también cabría señalar la conveniencia de la lectura el artículo del autor respecto a la segunda temporada de Haruhi Suzumiya. Dentro de la combinación de dos géneros malditos, marginales, despreciados por los cánones más conservadores, conviene hablar de una película aún sin cabe más ignota, fruto de ese coito prohibitivo. Hablamos pues, de MidoriSobre ella podrán encontrar si gustan una reflexión particular sobre el manga de mi cosecha tal que aquí. , la película de Hiroshi Harada realizada en 1992; Midori es una adaptación de La niña de las camelias del genial artista porno-goreLo que en términos populares japoneses se conocería como ero-guro Suehiro MaruoÉste será influencia (quizás algo nebulosa) de Henrique Lage en su cortometraje Cabeza de Pescado y, especialmente, de la obra de su compañero F. Calvelo en Videoclub Misterio. , que adapta a un personaje trágico de principios de siglo con el expresionismo alemán y el ambiente enfermizo del Tod Browning de Freaks con su hálito trágico y cruel de Garras humanas. La película no solo tiene a bien relatar las vivencias de una huérfana refugiada en un circo donde sufre las insoportables vejaciones de sus deformes compañeros, y no solo acierta en construir el paisaje abstracto, onírico, del violento despertar sexual de su protagonistaEl cual, cabría señalar, se ve medido no sólo como una forma de perdida de inocencia o de paso a la vida adulta, sino que se configura como una suerte de juego infantil; el paso hacia la vida adulta es como una suerte de teatro real. , sino que supone en sí misma un artefacto mágiko a la manera de Aleister CrowleyLo cual, de nuevo (véase nota 1), emparenta con el carácter ritual-canalizador del cine. : incompleta, de animación muy deficiente, censurada, prohibida y con fragmentos perdidos para siempre, la película no solo remite en su contenido a los primeros acercamientos esotéricos del cinematógrafo, sino que hace de su deformidad un aliciente malsano que le otorga un aire místico, de objeto prohibido y perdido en el tiempo, rescatado de alguna estantería polvorienta. Parida (que no rodada) en absoluta clandestinidad e independencia, su inconsistente resultado parece fruto de un pacto secreto con El Diablo (en la forma del propio Maruo) de cinco años de duración y perpetrado por un único hombre, un objeto maldito que llega a nosotros distorsionado y dispuesto a vaciar nuestras almas. La animación, tan preocupada por la forma, y el terror, tan dependiente del contenido, forman aquí un matrimonio alquímico de angustia y perversión que, una vez visto, resulta difícil despegar de nuestras cabezas.Lo cual es la síntesis última de la labor del cine: una imagen cristalizada que se distorsiona en la mirada de el otro e infecta para la eternidad las imágenes que este cosecha en su cabeza. -
el sexo como catalizador de lo homogeneizante

Uno de los debates que se recuerda con más fuerza de la modernidad es sobre la propia condición humana. Puede ser que estos nazcan en un estado natural de paz y se convierten en seres perversos en la sociedad con Rousseau a la cabeza o sin embargo si la naturaleza humana es la guerra todos contra todos y sólo en la represión social se encuentra la paz según Hobbes. Pero preferimos dejar la elección de quien tiene razón en manos del más controvertidos de los humanistas posibles, Suehiro Maruo, en su adaptación del relato La Oruga de Edogawa Rampo.
En esta oscura historia nos narran con un gusto exquisitamente siniestro el descenso de una pareja hacia lo más recóndito de la naturaleza humana a través de los más extremos de los sucesos: la mutilación de brazos y piernas de un hombre. Éste, impedido tras su heroicismo en la guerra, es apenas si una suerte de oruga absolutamente dependiente de su esposa, una mujer que no soporta la nueva condición animal de su renovado amante. Una vez más Suehiro Maruo se concentra en la exhibición del ero dejando de lado el guro sólo para una exhibición particularmente violenta de maltrato doméstico. Y es que aquí nos encontramos con un Maruo en estado de gracia dominando de forma perfecta no sólo las formas físicas, esa sexualidad descarnada de toda humanidad, sino también la recreación de siniestros ambientes naturales que refuerzan el agobiante ritmo parsimonioso de esta obra maestra. La violencia que desata en esta ocasión es sutil, mucho más oscura que la mera violencia física, es la violencia emocional que la mujer de la postrada oruga descarga en cada uno de sus comentarios; en cada una de sus miradas.

