Los seres humanos somos maquinas deseantes y por ello nuestra vida se mueve entre la consecución de nuestros deseos. Hasta donde nos lleven estos deseos es algo problemático. Este es el punto de partida de Death Trance la película del genial Yûji Shimomura.
Un antiguo templo es saqueado por un hombre que roba un enigmático ataúd, a raíz de esto un joven monje ira en su persecución para recuperarlo al tiempo que custodia una espada especial. Así se van entrecruzando los destinos de diferentes personajes que quieren el ataúd para cumplir sus deseos, ya sea por honor, por amor o por deber. El destino y las vidas no importan nada en comparación con la capacidad de cumplir cualquier deseo del ataúd, aunque esta traiga la desgracia a toda la creación. Cosa que presenciamos en los combates coreografiados con bastante estilo y gracia, sin grandes florituras. Como si de un videojuego se tratara Death Trance no da vueltas sobre un gran argumento sino que se centra en una idea que explota y deja intuir más que explicitar. Lo demás, es violencia desatada.
Hombres que persiguen sus sueños en un mundo post-apocalíptico en el cual la lucha es el único destino posible. Quizás sea una formula manida pero en las manos adecuados nunca deja de funcionar, porque esos hombres bien podríamos ser nosotros. De manos de los deseos llegamos a nuevos mundos.
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