En cuanto al poder disciplinario,
se ejerce haciéndose invisible;
en cambio impone a aquellos a quienes somete
un principio de visibilidad obligatoria.
— Michel Foucault
A diferencia de en las sociedades teológicas, nuestra consideración sobre la existencia no pasa por la mediación de agentes externos que determinan la totalidad de nuestras posibilidades: ni los dioses ni el destino tienen voz ni voto sobre nuestras vidas, ya que estás no están determinadas de antemano. No totalmente. Consideramos que existe cierta determinación inevitable en el hecho de haber nacido —tanto genética como culturalmente: no es lo mismo nacer en dos familias distintas, ya que tanto en lo biológico como en lo situacional viviremos de dos formas distintas — , aunque no por ello nos consideremos, de modo alguno, predestinados hacia un modo de vida específico. Aunque limitados, somos libres. En tanto tenemos posibilidad de elegir que es lo que deseamos hacer con nuestras vidas dentro de un amplio abanico de posibilidades, incluso si éstas atentan contra nuestros intereses o talentos naturales, consideramos que estamos tocados por el libre albedrío. Libertad no es poder hacer lo que deseas, sino ser capaz de elegir sin mediaciones dentro del razonable abanico de posibilidades que nos concede el mundo.
Mucho tiene que decir sobre libertad Akane Tsunemori, protagonista de Psycho-Pass e inspectora de la oficina de seguridad pública de Japón. Comenzando la serie con su primer día de trabajo, donde aprender como lidiar tanto con aquellos individuos con un coeficiente de criminalidad por encima de los cien puntos como con los enforcers, los encargados de hacer cumplir la ley que ella supervisa, es relevante pensar porqué elige ese puesto de trabajo sobre cualquier otro: porque es la única que puede aspirar a él. Primera de su promoción, con posibilidad de ingresar en los más altos puestos de todos los ministerios y empresas privadas —o todo lo privada que puede ser una empresa cuya entrada se decide a través de un examen estatal estandarizado — , se decide por el departamento de seguridad pública porque ella es la única de su promoción que tiene una nota perfecta para ese puesto. En todos los demás hay al menos uno o dos que han sacado la misma nota que ella. ¿Qué nos dice eso de la libertad? Que para empezar, al menos está mediada también por la situación.
No es eso lo más problemático de la cuestión anterior. Hablamos de un examen que determina el futuro trabajo de cada individuo, sin posibilidad de cambiarlo ni hacer nada fuera de ello, en un fortísimo control estatal: cada persona es colocada en el tipo de puesto que mejor explotará sus capacidades. ¿Eso no vulnera la libertad de los individuos? Podríamos pensar que yo, ya que sólo aplica un índice de racionalidad a través del cual se puede satisfacer los auténticos talentos de cada individuo. Pero hacer algo bien no significa que ese algo nos satisfaga. ¿Y qué ocurre en el caso de que una persona quiera hacer algo para lo que no tiene talento, o para lo que su entorno no le ha preparado —produciendo que, al menos en apariencia, no tenga talento para ello — ? Que podrá hacer nunca lo que desea. Al menos no legalmente.
Toda utopía implica sacrificios. El Japón de Psycho-Pass es una sociedad pacífica donde el paro es casi inexistente, los problemas de hambre o pobreza son absolutamente marginales y el grueso de la población es feliz. A cambio sólo tienen que ceder ante una vulneración de sus derechos: análisis rutinarios. ¿Qué analizan en ellos? Su coeficiente de criminalidad. Este coeficiente mide la posibilidad de que un individuo dado cometa un crimen, siendo la barrera de los cien puntos el límite donde se ha situado la barrera de lo razonable: a partir de ahí al individuo se le considera un criminal latente. ¿Qué ocurre con las personas que alcanzan ese punto? Que deben someterse a terapia para rebajar su índice. ¿Y qué ocurre con los que no logran mantener a raya su índice, algo común una vez se ha disparado ya que el estrés o el pensamiento divergente lo disparan? Que permanecerán «en terapia» para el resto de sus vidas. ¿Qué ocurre con aquellos cuyo índice se dispara en exceso, hasta llegar por encima de los 300 puntos? Que se les considera criminales peligrosos, por lo cual deben ser eliminados automáticamente.
El sistema es eficiente: ha acabado con el hambre, con la pobreza, con la criminalidad. El precio ha sido la vida de algunos individuos que, en cualquier caso, eran personas que, en potencia, podían cometer actos criminales. Individuos subversivos, gente que piensa demasiado. ¿Acaso es eso justo? Akane Tsunemori es quien debería responder. Durante toda la primera temporada es la brújula moral de la serie: su índice de criminalidad nunca se dispara, se cuestiona el psycho-pass y bajo ninguna circunstancia, ni siquiera las más acuciantes, es capaz de matar a nadie. Ni siquiera siendo legal, incluso necesario según la razón, es capaz de hacerlo.
Si Akane Tsunemori es la protagonista, incluso cuando el peso de la trama cae sobre otra pareja de personajes, es porque ella personifica de forma absoluta la brújula moral que mide las posibilidades del mundo: sin intereses espurios, sin cálculos desprovistos de emoción, es capaz de intuir aquello que es justo y lo que no. Nunca entra en conflicto consigo mismo. Incluso si eso atenta contra las reglas de Sybil, el sistema central que gobierna las vidas de los japoneses.
No se puede disparar a una mujer porque su índice de criminalidad se haya disparado a causa del estrés de haber sido tomada como rehén, no se debe ejecutar a una persona exclusivamente porque su índice de criminalidad sea alto o porque de hecho sea un criminal. Es necesario recordar nuestra humanidad, nuestros principios más esenciales. Ella es la brújula moral ya no de los personajes o del sistema, sino de la propia configuración narrativa de la serie. Si ella desapareciera o decidiera tomar partido en algún momento por algún extremo, dejándose llevar por un exceso racionalista o romántico, entonces se perdería la esencia misma de lo que es: el equilibrio universal, la única persona capaz de ser más justa que la justicia misma. Tan racional como Sybil, tan romántica como Tomomi Masaoka. Ella efectúa de balanza, pero también de juez, de los dos extremos posibles de la ética: la justicia y la libertad, la pasión y la razón, Shinya Kogami y Shogo Makishima.
Aun cuando la serie comienza siendo un procedimental, algo bastante poco común dentro del anime, desde el principio va introduciéndonos sutilmente en la trama de fondo de la primera temporada: la caza del criminal Shogo Makishima. No existe crimen que no haya orquestado en último término, tirando de los hilos de individuos con altos índices de criminalidad —o índices de criminalidad bajo, pero sabiendo leer su carácter para saber que no sería difícil exacerbarlos— para que realicen toda clase de atrocidades. Generalmente, asesinatos. Cuando por Tsunemori se logra dar con él, acorralándole en una situación donde tiene por rehén a una amiga de ella, descubrimos la terrible verdad detrás de la imposibilidad de poder capturarlo: puede controlar su coeficiente de criminalidad a su antojo, siendo invisible a los ojos de Sybil. Dado que las armas de enforcers e inspectores sólo pueden funcionar a partir del análisis de coeficiente hecho por Sybil en el momento, Tsunemori se encuentra indefensa ante el mayor criminal que ha encarado nunca. De ahí la prueba de fuego: él la reta a que lo mate con un arma de fuego, pero ella se niega a hacerlo; él es racionalidad pura, la lógica llevada hasta sus últimas consecuencias, una perfecta pieza de Sybil incluso fuera del sistema, pero ella está atada a sus emociones humanas.
Por oposición, Makishima acaba encontrando a su auténtico rival en Shinya Kogami. Ex-inspector, degradado al papel de enforcer al sobrepasar ampliamente los límites razonables en su coeficiente a causa del estrés, su idea de justicia pasar por una visión romántica de la profesión de policía; bien entrenado físicamente, con olfato de detective y tendencia a no cuestionarse, conscientemente, aquello que está bien o mal con tal de hacer su trabajo. Incluso si eso implica abandonar su trabajo. De ahí que Makishima se obsesione con él, haciendo que todas sus acciones orbiten, a partir de determinando momento, entorno a forzar un último duelo entre ambos: le deja pistas, intenta asesinarlo, le coloca en situaciones donde tenga que llegar al límite para cazarle. Y lo hace. Su compenetración es tan perfecta que uno siempre tiene la cita adecuada para responder al otro, incluso sabiendo cómo piensa el otro o en qué posición ideológica se colocará en cada situación; son uno y el mismo, lo mismo en su diferencia, porque les unen unos lazos que, aunque frágiles, son más fuertes que sus diferencias.
Ahora bien, ninguno de los dos ejemplifica extremo alguno. Si Kogami es el sentido de justicia exacerbado, entonces Makishima es el libre albedrío llevado al extremo, pero ninguno de los dos peca de ser demasiado humano o demasiado robótico: ambos rompen nuestras expectativas sobre su racionalidad o su humanidad, porque mantienen un endeble equilibrio entre ambos aspectos. Kogami es capaz de cazar a Makishima porque es capaz de empatizar con las mentes obsesivas, Makishima es capaz de mantener su índice de criminalidad bajo porque no conoce preocupaciones éticas.
Si los dos anarquistas que hacen moverse la trama no son la fuente principal del conflicto binario de fondo, incluso cuando su visión ético-moral choca abiertamente entre sí, ¿dónde se encuentra la antagonía de la historia, si es que ésta existe? Existe. Y se encuentra en dos individuos que son absolutamente antagónicos entre sí, incluso cuando no llegan a enfrentarse nunca abiertamente, ya que su lucha acabó muchos años antes del principio de la serie; los dos miembros más antiguos conocidos de la oficina de seguridad pública son, en último término, los dos polos ideológicos de la serie: Sybil y Tomomi Masaoka.
Hablar de Sybil como individuo, como personaje, es hablar también de Joshu Kasei, la jefa de la oficina de seguridad pública. Como marioneta del sistema, representación física de Sybil —en sentido tanto literal como metafórico, dada su composición — , representa aquello que es la sociedad de Psycho-Pass: racionalismo puro. Jamás se deja llevar por los sentimientos ni por las emociones, cualquier decisión se toma con respecto de que sea lo más útil para el sistema, incluso si eso implica contra el sistema en sí durante una cierta cantidad de tiempo. Es racionalismo absoluto. El ejemplo más evidente es la última confrontación de la serie: Sybil acaba negociando con Tsunemori para que ésta pueda saltarse las reglas porque no cabe otra opción, porque la alternativa es dejar que todo ocurra sin intervención directa; al saber que Tsunemori no destruirá el sistema, es preferible que ella pueda parar a Makishima en sus propios términos que no permitirlo y que éste logre destruir la sociedad. Ni emoción ni sentimiento: sólo la fría y pura lógica del mejor escenario posible.
Masaoka es su completo opuesto. Detective desde antes de que se implantara Sybil, hombre que confía en el instinto, el olfato, la intuición, para él la lógica o la condena de las personas a priori resulta algo absurdo e irracional; es, en esencia, un romántico: tiene un piso franco, guarda armas de fuego y, en su tiempo libre, se dedica a pintar incluso si según Sybil esa no era la mejor de sus cualidades. Incluso de no tener licencia para hacerlo. Representa al último hombre libre, al último hombre capaz de sobreponerse sobre una irracionalidad en la cual es capaz de ser feliz, incluso si eso significa tener que vivir en contra del sistema o sufrir el dolor de tener que sacrificar aquellas cosas que ama. No es de extrañar entonces que fuera relegado al papel de enforcer al poco de activarse Sybil, tampoco que se haya mantenido en activo desde entonces. Es un detective de vieja escuela, el protagonista perfecto de cualquier novela negra, pero no de este noir: aquí es el alma de aquello que está muriendo, el hombre capaz de sobreponerse a su propia irracionalidad a golpe de pasión e instinto. Incluso si eso es lo que definitivamente acabará matándolo.
Es el punto cero del romanticismo, aquel que representa la forma pura de la pasión, el instinto y la creencia en los métodos antiguos, desconfiando de forma evidente en la tecnología o los nuevos avances que puedan dejar atrás su visión de un mundo imperfecto, oscuro, pero inteligible en su propia imperfección. Ahí encuentra también afinidades parciales y antagonismos personales, no sólo enfrentamientos 1:1 propios de una personificación ideológica; en último término, en tanto humano, su forma de pensar tiene consecuencias humanas, no es sólo un mcguffin del subtexto. Y esas consecuencias las padece un personaje en particular: Nobuchika Ginoza.
Inspector, compañero de Tsunemori con varios años en el cuerpo, en principio, se nos antoja opuesto en todo a la protagonista: desconfía de los enforcers, nunca se plantea los límites de su trabajo y carece de todo interés en relacionarse con sus compañeros. En cierta manera puede parecer otro avatar más de Sybil, pero nada más lejos de la realidad. Mientras Sybil es simplemente racionalidad pura, Tsunemori está marcado por dos hechos determinantes en su vida: que Kogami pasara de ser inspector a enforcer por su obsesión con hacer cumplir la justicia y que ocurriera lo mismo con Masaoka quien es, a la postre, su padre. Padre ausente, salvo porque trabajan juntos. Todos los actos de Ginoza están mediados por el miedo, la culpa y el abandono; tiene miedo de acabar como ellos, acabar siendo un enforcer si piensa demasiado o se relaciona en exceso con los otros, pero también siente una culpa brutal a causa de ello, ya que su carácter lo define el pánico que siente a poder acabar siendo dañado o haciendo daño a quienes le rodean.
Si existe un personaje esencialmente trágico en Psycho-Pass ese es Ginoza. Siempre entre dos aguas, con un conflicto puramente interior —de ahí que sea, también, el más literario de los personajes — , debe vivir sabiendo no que vive ante el precipicio como todos los demás, sino caminando por la delgada línea que separa los dos precipicios: puede ser completamente frío, racional y distante y convertirse en un aliado de Sybil por omisión o puede ser completamente apasionado, romántico y cercano y convertirse en aquello que son su ex-compañero y su padre. Incluso cuando ninguna de las dos cosas le satisface. Es un personaje marcado profundamente por los traumas, condenado al fracaso desde el principio, caminando sólo por la senda de la racionalidad más estricta, al menos, hasta que descubre la verdad: aquellos que eligieron la pasión sobre la razón no fue por egoísmo, sino porque es inevitable que cada una de nuestras acciones acaben afectando a los demás. Aunque no sea capaz de entenderlo, su padre se desvinculó de él para protegerlo.
De tal palo tal astilla. Ginoza acaba cayendo en los mismos mecanismos de pensamiento que su padre, protegiendo a los demás por encima de sí mismo, con la diferencia de que él busca el modo de protegerse en el proceso; acaba antagonizando con Sybil como acaba haciendo cualquiera que pase demasiado tiempo ignorando sus sentimientos, porque acaba percatándose del profundo daño que es capaz de hacer renunciar a las emociones. Si somos seres gregarios eso implica que requerimos de los otros para vivir. El racionalismo de Sybil es inhumano, el pensamiento práctico que se alcanza sólo desde el trauma, del querer huir a toda costa del dolor, de negarse a aprender algo sobre nosotros mismos desde la pérdida y el dolor.
Pérdida, dolor, error: tres conceptos que se trenzan en común al reconocerse en el aprendizaje. Aprendemos equivocándonos, haciéndonos daño, haciendo daño a otros. Si Sybil es terrorífico no es sólo porque coarte la libertad de las personas encerrándolas o matándolas incluso antes de que comentan ninguna clase de crimen, ya que bajo su prisma si están haciéndolo —un crimen difuso, difícil de comprender y en exceso abstracto para nuestra forma de pensar, pero no para la sociedad que representa Psycho-Pass—, sino porque no les permite la posibilidad de errar. Si la pena capital se abolió en la mayor parte del mundo es porque no sirve para disuadir a potenciales criminales, pero tampoco para aprender de lo ocurrido. Es irracional. La cárcel no es sólo un lugar de castigo, la ley no debe juzgar para silenciar o apartar al que actúa de forma indeseable, sino también debe educar, hacer comprender al equivocado porqué lo estaba. Y Sybil impide que eso ocurra. Anula toda posibilidad de error demarcando lo que la gente debe hacer en todo momento, produciendo que toda condena sea, automáticamente, una condena a muerte: fallar una vez ante Sybil es haber fallado como humano y, por extensión, es imposible aprender o crecer como persona en ese ambiente. Se debe ser de entrada, o ya no se será.
Esa supresión del crecimiento no sólo se da con el gesto criminal. Al elegir Sybil las capacidades potenciales de cada individuo de forma estandarizada también impide que las personas yerren por sí mismas, evitando que se equivoquen en aquello que decidan hacer: uniforma en todo grado, hasta el punto de que es imposible que alguien «sin talento» para una clase de trabajo lo desempeñe. Porqué eso es terrible se comprende mejor desde la perspectiva del arte. En el arte lo que significa «talento» es algo subjetivo, dependiendo de un análisis a posteriori, en tanto cada momento histórico tiene diferentes valores de lo que es válido. Ahora bien, ¿cómo evolucionaría el arte si el talento pasara a considerarse como valores universales inamovibles a través de un análisis del talento de los individuos, donde «talento» quiere decir «cualidades necesarias para hacer lo que ya sabemos que funciona»? No evolucionaría. Toda posible ruptura con el arte se daría fuera del ecosistema oficial, por parte de personas no-licenciadas como artistas y, por extensión, automáticamente consideradas criminales por estar fuera del sistema, por tener un índice de criminalidad alto por el mero hecho de no pensar como el sistema les exige.
Si Sybil es terrorífico es porque oblitera toda posible evolución humana, sea histórica o personal. Es la dictadura perfecta, ya que congela toda posibilidad del paso del tiempo. Las personas no tienen que preocuparse por nada, sólo dejarse llevar por un apacible arrullo donde el trabajo, el arte y el pensamiento permanecen inamovibles eternamente, plácidamente estáticos, en un punto muerto en el cual todas las generaciones por venir pensarán igual que la primera; la vida bajo la atenta mirada de Sybil es el agua estancada donde no puede nacer nada, habitada durante siglos por los mismos microorganismos.
El problema esencial del agua estancada, de los cementerios, de los lugares donde nunca ocurre ni cambia nada, es que cualquier cambio externo puede destruir el sistema. El sistema que no evoluciona es un sistema frágil. Si el final de la primera temporada de Psycho-Pass acaba en el statu quo, en la ausencia de cambio —al menos, global: en lo individual existen infinidad de cambios, además de interesantes cambios de roles — , es porque es imposible cambiar nada desde dentro. Dentro todo es ordenado, todo tiene su función, fuera es donde está el potencial infinito del caos, donde puede nacer cualquier cosa. De ahí que Tsunemori decida quedarse, seguir trabajando, pero dejando claro a Sybil una cosa: ella no está de acuerdo con lo que ocurre y no tiene el potencial para destruirlo, pero esperará pacientemente la llegada de aquel que sí lo tenga. Esa es la diferencia esencial entre ambas: Tsunemori, la brújula moral de la serie, acaba percatándose de que ningún sistema es perfecto. Ejerce de oráculo para el sistema, vaticinando su inevitable muerte.
¿A quién espera entonces Tsunemori? Al héroe desconocido, al extranjero, al individuo capaz de arrasar con el sistema hasta sus cimientos sin ser derrotado en el proceso. Si bien ese hombre pudo haber sido Makishima, tuvo un problema esencial por el cual no logró llevar acabo su tarea: no logró empatizar con Tsunemori, aquella que representa el conflicto interno de la racionalidad, la perfecta brújula de la justicia. Si el sistema se derrumba es porque debe entrar en contradicción consigo mismo, porque sea insostenible. Los imperios no son derribados, los imperios se derrumban. Makishima, al elegir como rival a Kogami, al desechar a Tsunemori por no ser capaz de matarlo, comete un error de cálculo: Kogami es como él, un virus que puede convertir a la racionalidad contra sí mismo e, por extensión, incluso si consigue sobreponerse o aliarse con él, no será suficiente para lograr su objetivo. El sistema no caerá porque dos rebeldes se junten, porque dos virus ataquen juntos, ya que primero necesitarían infectar la esencia misma del sistema: si Tsunemori no duda sobre si los actos de Sybil no son peores que los actos y consecuencias de los terroristas, Sybil resistirá. Al fin y al cabo, ella es el catalizador del pensamiento ético-moral de la sociedad.
¿Significa eso que el sistema es indestructible? En absoluto. Cuando Kogami huye de Japón en el último capítulo es para aprender, para descubrir por sí mismo su potencial y qué es lo que puede hacer, de ahí que lo último que sabemos de él es que está en un barco leyendo Por el camino de Swann. No es una elección casual ni pedante. La obra de Marcel Proust representa la introspección no sólo como un estudio del Yo, sino también del otro; a través de la introspección Charles Swann explora la sociedad de su tiempo a la vez que descubre aquello que es él, lo que le define y cómo todo eso constituye la sociedad en sí. Es el descubrimiento, además del retrato, de cómo la sociedad moldea el carácter del individuo al mismo tiempo que el individuo moldea a través de su persona la sociedad por venir. De ahí que Tsunemori y Kogami sean tan cercanos. Él intenta descubrir como piensa, tomarle el pulso, porque ser capaz de ponerse en su situación sería comprender el zeitgeist de Japón; ella intenta protegerle porque sabe que representa la justicia, que él es capaz de marcar la diferencia: es un amor imposible, porque incluso si es amor lo es como símbolo de esa introspección.
Kogami lee a Proust porque en él está el germen del conocimiento necesario para destruir a Sybil. Sólo cuando descubra en sí mismo en lo que diverge con el sistema, cómo la racionalidad romántica de sus actos es más lógica, sistemática y deseable que la racionalidad inconsciente de Sybil, es cuando podrá volver y convencer a Tsunemori y la sociedad entera de que existen alternativas, que el sistema debe cambiar. Pero eso no ocurrirá en un sólo día. Será una batalla larga, algo que tendrá que ocurrir con el lento transcurrir del tiempo: deberá haber una introspección general, pequeños actos que encaminen de forma inconscientes a cambiar el pensamiento de la gente. Porque si la revolución no será televisada es porque será sutil, lenta e inconsciente; un ejercicio de introspección proustiana que sólo podremos presenciar una vez ya hayan ocurrido.
Deja una respuesta