5.6 Los limites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein
Partiendo de que el sentido, la ciencia, es aquello de lo que se puede hablar y el sinsentido, las humanidades y el arte, es aquello que no puede ser dicho, podríamos empezar a considerar la problemática más profunda que se da dentro de esta separación: el deber humano es empujar los límites de lo que puede ser dicho para incluir de forma sistemática todo aquello que queda fuera de lo decible; esta es la función del arte y la filosofía a través de su carácter metaforista: poder llegar a decir lo que no se puede decir. Bajo este paradigma, nuestro deber es estar perpetuamente empujando los límites del sentido en un avance no histórico pero sí cultural, para así poder ir implementando todo aquello que va dando sentido estricto al mundo en cada ocasión. Hubo una vez en el tiempo donde los hombres ya se enamoraban pero, de hecho, no podían expresar que era eso del amor, he ahí la necesidad del empujar el lenguaje más allá hasta dar a entender algo así como el significado del concepto amor — todo aquello que nombro es lo que existe: no puedo decir que el amor no existe en tanto lo nombro, pero no podría afirmar la existencia de algo que no puedo nombrar: si existe, deberé descubrir como nombrarlo.
Entonces, ¿existe algún límite para aquello que puede ser nombrado? Para saber esto deberemos acudir a la separación lógica que hacía Wittgestein al respecto de aquello que no puede ser nombrado, del sinsentido, al dividirlo entre sinsentidos y milagros. El sinsentido es aquello que no puede ser nombrado porque de hecho carece de nombre pero, en último término, se nos puede llegar a ser explicado a través de la metáfora; el sinsentido estricto no deja de ser aquello que acontece como puramente humano, lo que es filosófico, místico —que no estrictamente religioso, aunque también pueda serlo, pues esto entraría dentro de otro ámbito— o ético, a través de lo cual dilucidamos la realidad presente de nuestro mundo. Cuando un individuo crea un concepto que es eminentemente nuevo, como puede ser el concepto amor, éste está cargado de sentido al remitirnos hacia un aspecto de lo real que sucede en el mundo: antes de que nadie dijera que el amor se denomina amor había enamorados que lo sentían y poetas que lo describían a través de metáforas, por eso aun cuando no se podía decir que se estuviera enamorado se estaba de facto: el amor emana como algo real, existente en sí, a partir de cierta época, pero no es conceptualizado, y por tanto no se convierte en real como fuente de conocimiento, hasta que se le atribuye un nombre al cual remitirse. Es posible decir que el amor no existe en tanto no podemos nombrarlo, no así cuando ya de hecho podemos hacer referencia a él —aun cuando esta referencia sea a través de la metáfora y no del concepto en sí — .
¿Significa esto que el amor, cuando adquiere su propio término para ser designado, se convierte en un ámbito propio de lo científico? En ningún caso. Cuando nombramos lo innombrable sólo estamos permitiendo que una cierta cantidad de sinsentido puro entre al mundo para que, así, podamos cristalizar en algo con sentido estricto (lo que se puede nombrar) aquello que es profundamente sinsentido (lo que no se puede nombrar; por ejemplo, el sentimiento amoroso) en tanto la conceptualización nombra literal y metafóricamente el contenido del sinsentido. Cuando yo hablo del concepto amor no estoy hablando de algo que tenga un sentido científico estricto, algo que sea invariable de forma absoluta cuando lo oiga un hablante óptimo de mi mismo ámbito lógico-lingüístico, sino que estoy refiriendo a algo que es tanto algo objetivo (el concepto amor, que es un término trasladable al ámbito lógico) como algo subjetivo (el amor en sí mismo, el amor como sentimiento). Si yo digo amor, todos los hispanohablantes sabemos a que concepto refiero, pero cada uno tendrá un concepto propio de que significa amar.
Cuando nosotros hablamos de un sinsentido como un sinsentido profundo nos queda claro que siempre estamos refiriendo a un hecho que va más allá de lo nombrarle en si de un modo objetivo, más allá del sentido, de lo científico, que siempre tiene un significado unívoco y absoluto en tanto remite a las leyes necesarias de lo real. Esto no pasa cuando hablamos de la otra clase de sinsentidos, los milagros.
El problema consustancial evento existencial del milagro en sí mismo es que nos remite a un sinsentido que, sin embargo, se solapa con aquello que tiene un sentido en sí; cuando hablamos de un milagro estamos hablando de aquello que acontece en el mundo violando las leyes de la naturaleza y, por tanto, contraviniendo el sentido estricto de lo real a través de un sinsentido caótico que está más allá del sinsentido profundo —el cual está perfectamente integrado en el sentido del mundo en tanto perteneciente a lo estrictamente humano— del cual está desvinculado: el milagro es el sinsentido que no se aplica sobre el ámbito de lo humano, que no se da en tanto hay una entidad que lo edifica en su relación con el mundo u otros individuos, sino que acontece como negación del sentido estricto de la realidad auto-evocándose —lo cual es un producto propio del sinsentido, la posibilidad de auto-justificar su propia existencia— como acontecimiento propio de lo real. Cuando a mi me sale una mañana una cabeza de águila estamos ante un milagro, pero contraviene toda realidad posible dentro de la ciencia. Esto sólo nos deja dos opciones: que el milagro sea explicable por la ciencia en el futuro, y por lo tanto dejará de ser milagro en algún momento indeterminado para pasar a ser conocimiento sobre lo real, o que el milagro no sea explicable por la ciencia en caso alguno, en cuyo caso lo más probable es que lejos de ser un milagro sea una estafa que no nos aporta nada con respecto ni al conocimiento ni al sinsentido profundo.
Paradigmático para este segundo caso sería el estatus en el que se encuentre la homeopatía en tanto pseudo-ciencia que pretende establecer unas funciones que son necesariamente milagrosas. ¿Por qué consideramos a la homeopatía medicina milagrosa —y establecer el hecho de que es medicina es importante, pues eso todo efecto milagroso siempre es y ha de serlo al respecto de un conocimiento de lo real en sí — ? Porque aunque dice tener unas capacidades curativas específicas el agua, la realidad es que la ciencia nos ha demostrado que el agua no posee ninguna clase de capacidad curativa por memoria, como de hecho sí nos afirma la homeopatía; no sólo es que a priori se desmienta su posible sentido, pues el agua por sí misma no es capaz de curar, sino que los estudios científicos a posteriori han demostrado que, de hecho, no tiene efecto alguno. ¿Qué ocurrirá entonces si alguien se curara con la homeopatía? Que estará incurriendo en un milagro, en un hecho sinsentido que contraviene el sentido estricto de lo real, y por tanto se habrá curado a través de la violación de toda ley de lo real. Y las leyes, a diferencia de las normas, que son propias del ámbito de lo humano, son inviolables. Esto nos lleva a que la homeopatía necesariamente es una estafa en tanto aun cuando alude a un hecho real (el concepto homeopatía existe) pretende contener a su vez una reminiscencia objetiva de su significado propio (la homeopatía se pretende capaz de curar como la medicina, pero no es así); ni posee el componente subjetivo propio del sinsentido, ni posee el componente objetivo propio del sentido: el milagro es otra cosa.
Si el milagro es un evento que siempre tiende hacia la falsedad, cuando no directamente falso en todo caso, es porque si se demuestra como real entonces nunca fue milagro y ya fue en origen siempre un acontecimiento propio de lo real, y si no se demuestra es una estafa. El milagro perjudica al sentido porque da falsas esperanzas a las personas, que confían en el conocimiento profundo que se tiene en las leyes inviolables de la realidad para sostener sus vidas, pero también al sinsentido profundo en tanto pretende cobijarse en ciertas parcelas de su territorio para así poder justificar su existencia —generalmente en forma de ideología, como, por ejemplo, la defensa de los milagros por parte de religiosos o de la homeopatía entre algunos sectores de la izquierda más pueril— perjudicando a su vez el buen nombre contenido dentro del sinsentido, de las humanidades y el arte, como necesaria pareja de baile del sentido, de la ciencia.
Los límites connaturales al sinsentido son, única y exclusivamente, aquellos que se definen en una doble poralidad lógica de los límites de su propia materia: el sentido y el milagro. Con el sentido siempre establece una danza ardiente, una admiración en la lejanía en el cual interactúan pero sin llegar en ningún momento a pisarse mutuamente los terrenos en los cuales establecen cada uno su relación, mientras con el milagro crean ambos la distancia escéptica de mantenerse alejado de él en tanto rara avis que la ciencia debe intentar explicar a través de la metodología que la filosofía le concede para hacerlo. Es por eso que los límites del sinsentido son unos límites flexibles, basada en la armonía tililante de ambas nociones de lo real, que no se establecen como lucha sino como cooperación constante: sólo a través de la suma del sentido y del sinsentido, de la ciencia y la filosofía, de lo natural y lo cultural, se puede crear un contexto adecuado que refleje la totalidad plena de lo real. Pues sólo cuando ambas se conjugan, cuando ambas juegan juntas, son capaces a su vez de explorar el sinsentido caótico externo del milagro que sin ciencia podrían pasar por posibles lo que sólo son supercherías y sin filosofía podrían pasar por diferentes formas de analizar lo real aquello que no son más que falsedades que aprovechan el vacío de método. Porque, en último término, toda realidad es la conjunción binaria de ambos polos unidos, pero no mezclados.