El campo de inmanencia de Tropic Thunder: la desterritorialización de la realidad

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Tropic Thunder, de Ben Stiller

1. Realidad

¿Qué lle­va a unir­se a dos ac­to­res en de­ca­den­cia, una super-estrella del rap y el oji­to de­re­cho de la aca­de­mia de Hollywood en una adap­ta­ción del bes­tse­ller bé­li­co de la tem­po­ra­da? Los más cí­ni­cos, se­gu­ra­men­te aque­llos que tie­nen es­pí­ri­tu de pro­duc­tor de ci­ne, afir­ma­rán que só­lo po­dría ser por el di­ne­ro; el di­ne­ro mue­ve to­dos los de­seos co­mo sí, de he­cho, és­te fue­ra un flu­jo de­sean­te en sí mis­mo y no una abs­trac­ción con el cual al­can­zar los de­seos. Esto, al me­nos en es­ta oca­sión, es fa­laz. El ac­tor Tugg Speedman, hé­roe de ac­ción caí­do en des­gra­cia des­pués de ha­cer el pa­pel de un sub­nor­mal de­ma­sia­do sub­nor­mal, en­con­tra­rá en la pe­lí­cu­la la po­si­bi­li­dad de con­se­guir aque­llo que exac­ta­men­te de­sea: un TiVO en el ro­da­je y el res­pe­to de to­dos aque­llos que le ro­dean. Por ello su pa­pel en la pe­lí­cu­la se sos­ten­drá siem­pre co­mo el in­ten­to in­fruc­tuo­so, siem­pre ofus­ca­do, de bri­llar por en­ci­ma de to­dos lle­van­do la pe­lí­cu­la ade­lan­te has­ta las úl­ti­mas con­se­cuen­cias a pe­sar de que, en úl­ti­mo tér­mino, sus ca­pa­ci­da­des ac­to­ra­les ri­va­li­za­rían só­lo con las de un tor­tu­ga tetrapléjica. 

Lo in­tere­san­te ocu­rri­rá cuan­do el di­rec­tor, un Steve Coogan en es­ta­do de gra­cia, de­ci­da con el es­cri­tor del li­bro que es­tán adap­tan­do que lo me­jor es co­ger a los cin­co ha­ra­ga­nes, inú­ti­les in­ca­pa­ces de ac­tuar con la más mí­ni­ma cre­di­bi­li­dad, y aban­do­nar­los en mi­tad de la sel­va gra­ban­do to­do el pro­ce­so de su in­ten­to de su­per­vi­ven­cia. Ahí co­men­za­rá su su­rrea­lis­ta aven­tu­ra en la cual en nin­gún mo­men­to ac­tua­rán sino que to­do se­rá in­ter­pre­ta­do co­mo lo que es: pu­ra y du­ra realidad.

2. Ficción

Antes de em­pe­zar la pe­lí­cu­la en sí po­de­mos en­con­trar una se­rie de trai­lers que nos pre­sen­tan a los per­so­na­jes an­tes de ser co­no­ci­dos. Es aquí don­de po­dre­mos ver al ra­pe­ro Alpa Chino ha­cien­do un anun­cio don­de di­ce que le gus­tan las mu­je­res re­pe­ti­da­men­te mien­tras ha­ce po­co su­ti­les re­fe­ren­cias se­xua­les pa­ra ven­der un re­fres­co o al hu­mo­ris­ta Jeff Portnoy ha­cien­do to­dos los pa­pe­les de la se­gun­da par­te de su co­me­dia ba­sa­da en las an­dan­zas de una fla­tu­len­ta y obe­sa fa­mi­lia de cla­se me­dia. En opo­si­ción a la reali­dad que se nos pre­sen­ta co­mo tal, pues en reali­dad Alpa Chino es gay y Jeff Portnoy vi­ve amar­ga­do por las ho­rri­bles co­me­dias que ha­ce, es­tos bre­ves frag­men­tos nos en­se­ñan una fic­ción pa­té­ti­ca en la cual se ar­ti­cu­la la reali­dad en sí: no ten­dría sen­ti­do des­cu­brir la des­gra­cia de Portnoy o la ho­mo­se­xua­li­dad de Chino si no con­si­de­rá­ra­mos que, de he­cho, lo que se nos ven­de co­mo real (el re­fres­co es pa­ra hom­bres que le gus­tan mu­cho las tías co­mo Chino) o lo que su­po­ne­mos co­mo real (el hu­mor de pe­dos es lo que le gus­ta a Portnoy) es só­lo ficción.

3. Metaficción

Cuando Tugg Speedman es se­cues­tra­do por la gue­rri­lla que do­mi­na el trá­fi­co de he­roí­na de gran par­te del su­des­te asiá­ti­co se en­cuen­tra con que es­tos son los úni­cos que han si­do ca­paz de apre­ciar su más la­men­ta­ble pa­pel, el del re­tra­sa­do men­tal Simple Jack. A par­tir de aquí se ve­rá obli­ga­do a es­ce­ni­fi­car to­da la pe­lí­cu­la dis­fra­za­do de Simple Jack ha­cien­do un re­quie­bro que par­te el sen­ti­do de fic­ción de la pe­lí­cu­la: Tugg Speedman es un per­so­na­je de fic­ción in­ter­pre­ta­do por Ben Stiller que, a su vez, in­ter­pre­ta a un per­so­na­je de fic­ción lla­ma­do Simple Jack. Con es­te tri­ple gi­ro se nos pre­sen­ta una pro­ble­má­ti­ca on­to­ló­gi­ca ra­di­cal, ¿qué se su­po­ne que es la in­ter­pre­ta­ción de un per­so­na­je por par­te de un per­so­na­je in­ter­pre­ta­do a su vez por un actor?

Esto, que no es ba­la­dí, al me­nos si lo en­ten­de­mos des­de una pers­pec­ti­va de en­ten­der si es po­si­ble ar­ti­cu­lar una iden­ti­dad real, nos abre la puer­ta ha­cia el he­cho de en­ten­der de que to­da fic­ción es, en sí y pa­ra sí mis­ma, una reali­dad que se ar­ti­cu­la co­mo fic­ción pa­ra otro ni­vel ma­yor. De es­ta ma­ne­ra de­be­ría­mos en­ten­der que el per­so­na­je de Tugg Speedman es real en el con­tex­to de la sel­va, pues exis­te de una for­ma real en tan­to sí mis­mo, pe­ro es irreal con res­pec­to de la fi­gu­ra de Ben Stiller que se nos si­túa co­mo au­tén­ti­co agen­te de reali­dad con res­pec­to de no­so­tros; Ben Stiller, en tan­to ac­tor que in­ter­pre­ta a Tugg Speedman, es real en tan­to és­te se­gun­do es fic­ción. Pero a su vez Simple Jack no es más que la ac­tua­ción del ac­tor Tugg Speedman, con lo cual de­be­ría­mos en­ten­der que el pri­me­ro exis­te de for­ma fác­ti­ca en tan­to con­te­ni­do en su pro­pia pe­lí­cu­la (Simple Jack es real cuan­do es­tá en la pe­lí­cu­la de Simple Jack, del mis­mo mo­do que Tugg Speedman es real en sí mis­mo en Trophic Thunder), pe­ro es fic­ción en tan­to lo in­ter­pre­ta Tugg Speedman en el con­tex­to de es­tar in­ter­pre­tan­do en su reali­dad fác­ti­ca, en el ro­da­je de Trophic Thunder. La fic­ción es una reali­dad en sí que se cons­tru­ye a par­tir de ser pa­ra sí con res­pec­to de otras reali­da­des que son on­to­ló­gi­ca­men­te pre­te­ri­tas pa­ra es­tas; Ben Stiller es an­te­rior a Tugg Speedman del mis­mo mo­do que és­te lo es a Simple Jack.

4. Meta-metaficción

La co­sa, por otra par­te, se com­pli­ca con res­pec­to de los de­más per­so­na­jes. Estos ar­ti­cu­lan su fic­ción a par­tir de una fic­ción a tra­vés de la cual, en es­te do­ble via­je re­cur­si­vo, pro­du­cen un dis­tan­cia­mien­to iró­ni­co en el cual se da una iro­nía de su pro­pia fi­gu­ra pro­fe­sio­nal. En es­ta oca­sión el ca­so de Jeff Portnoy nos re­sul­ta­rá par­ti­cu­lar­men­te es­cla­re­ce­do­ra: el es un ac­tor de co­me­dias ma­las (meta-metaficción) que en reali­dad no le gus­ta ha­cer co­me­dias ma­las (me­ta­fic­ción) sien­do él un per­so­na­je re­pre­sen­ta­do (fic­ción) por un ac­tor de co­me­dias (reali­dad). Bajo es­ta pers­pec­ti­va no só­lo he­mos aña­di­do dos ni­ve­les más de dis­tan­cia­mien­to ‑pues ya no es que Jeff Portnoy sea un co­me­dian­te de pe­dos de for­ma fal­sa, ha­cién­do­lo a pe­sar de que no le gus­ta, sino que ade­más Jack Black es un ac­tor ha­cien­do de un ac­tor que ha­ce co­me­dias de pe­dos que no le gustan- lo cual pro­du­ce una re-significación del len­gua­je. Los di­fe­ren­tes ni­ve­les de fic­ción se in­ter­re­la­cio­nan en­tre sí pro­du­cien­do di­fe­ren­tes ni­ve­les del len­gua­je, pu­dien­do así ha­cer di­fe­ren­tes lec­tu­ras de­pen­dien­do de que re­la­ción, si­mé­tri­ca o asi­mé­tri­ca, adop­te­mos con res­pec­to de los di­fe­ren­tes ni­ve­les on­to­ló­gi­cos adquiridos.

Es por ello que, asu­mien­do que hay una crí­ti­ca ha­cia las co­me­dias de pe­dos, po­de­mos en­ten­der tan­to que a Jeff Portnoy no le gus­tan las co­me­dias de pe­dos (dos pa­sos de dis­tan­cia) co­mo el he­cho de que ha Jack Black no le gus­tan las co­me­dias de pe­dos (tres pa­sos de dis­tan­cia) o, en úl­ti­mo tér­mino, que Jack Black ha­ce pa­ro­dia de sí mis­mo al ha­cer de una hi­pér­bo­le de sí mis­mo auto-criticándose (cua­tro pa­sos de dis­tan­cia). De es­te mo­do no es só­lo que la di­fe­ren­cia en­tre reali­dad y fic­ción sea só­lo una se­pa­ra­ción me­ra­men­te tem­po­ral, cuan­do no di­rec­ta­men­te de me­ra apre­cia­ción, sino que ade­más es­ta re­la­ción se con­vier­te en bi­po­yé­ti­ca ya que só­lo cuan­do se re­la­cio­nan en un via­je de ida y vuel­ta aca­ba ha­bien­do una re­fle­xión so­bre la reali­dad de to­das y ca­da una de las par­tes. Es tan real que en la pe­lí­cu­la Jack Black se auto-parodia a sí mis­mo co­mo que pa­ro­dia los vi­cios que se le su­po­nen al ac­tor me­dio de Hollywood en la adic­ción a la he­roí­na de su per­so­na­je o que a Jeff Portnoy, en reali­dad, le re­pe­len las co­me­dias de pedos.

5. Meta-meta-metaficción

El si­guien­te ni­vel de reali­dad ya se­ría el com­ple­to des­cen­so ha­cia el bo­rra­do de cual­quier cla­se de iden­ti­dad: aquí el actor-personaje se in­di­fe­ren­cia de sí mis­mo en tan­to es in­ca­paz de re­co­no­cer­se co­mo real en nin­gu­na de las fi­gu­ras de sí mis­mo y en to­das ellas al mis­mo tiem­po. Este es el ca­so del mul­ti­ga­lar­do­na­do Kirk Lazarus el cual es un ac­tor blan­co (Robert Downey Jr.) ha­cien­do de un ac­tor (Kirk Lazarus) que ha­ce de un sol­da­do ne­gro (El per­so­na­je de la pe­lí­cu­la) que a su vez ha­ce de ac­tor (¿Kirk Lazarus?) ha­cien­do de un sol­da­do (??), aca­ban­do to­do en una in­com­pren­si­ble re­cur­si­vi­dad de iden­ti­da­des im­po­si­ble de des­ci­frar. Éste aca­ba sien­do abo­fe­tea­do por Tugg Speedman al gri­to de que en reali­dad le ate­rra sa­ber quien es en reali­dad, por­que no sa­be quien es, y he ahí el gran in­te­rés de la reali­dad: las fic­cio­nes se su­per­po­nen co­mo ca­pas a nues­tro ser pro­du­cien­do di­fe­ren­tes ni­ve­les de sig­ni­fi­ca­ción, pe­ro el ser en sí mis­mo que so­mos no­so­tros só­lo es la sín­te­sis que se pro­du­ce cuan­do nos auto-reconocemos al ver­nos en el es­pe­jo. Es por ello que el per­so­na­je real no es Robert Downey Jr. si no Kirk Lazarus una vez se ha des­he­cho de su más­ca­ra de sol­da­do ne­gro; el ser en sí mis­mo de una per­so­na no es ne­ce­sa­ria­men­te aquel que se con­si­de­ra real en tan­to tal, sino aque­lla iden­ti­dad en la que se re­co­no­ce co­mo sí mismo.

6. Realidad

Todo ha si­do gra­ba­do, to­do ha si­do mon­ta­do; to­do lo que he­mos vis­to ha si­do la fic­ción ar­ti­cu­la­da de una pe­lí­cu­la den­tro de una pe­lí­cu­la. Lo que he­mos con­si­de­ra­do du­ran­te to­da la pe­lí­cu­la co­mo un ni­vel bá­si­co de fic­ción era, en el me­jor de los ca­sos, una me­ta­fic­ción a tra­vés de la cual he­mos pre­su­pues­to unos ni­ve­les de reali­dad que só­lo se le su­po­ne a la reali­dad en sí mis­ma. Por ello el fi­nal, con la en­tre­ga de los os­car fa­vo­ra­ble pa­ra nues­tros hé­roes, no es más que el si­guien­te re­true­cano en el ri­zo­ma que nos si­túa en la po­si­ción más in­co­mo­da inima­gi­na­ble pa­ra cual­quie­ra que no sea un fé­rreo rea­lis­ta: so­mos in­ca­pa­ces de tra­zar una li­nea uni­for­me a tra­vés de la reali­dad fác­ti­ca su­pues­ta de la película. 

El jue­go úl­ti­mo de Tropic Thunder es que la pe­lí­cu­la es, en sí mis­ma, una fic­ción den­tro de una in­fi­ni­dad de otras fic­cio­nes que se auto-replican ad in­fi­ni­tum en to­dos los ni­ve­les on­to­ló­gi­cos que es­ta pro­du­ce; Tropic Thunder es un ri­zo­ma. De es­te mo­do des­de lo que con­si­de­ra­mos la reali­dad en sí has­ta lo que po­dría­mos de­no­mi­nar co­mo meta-meta-meta-meta-metaficción no hay una reali­dad en sí úni­ca y ex­clu­si­va que nos per­mi­ta alu­dir cual es la vi­ven­cia real ocu­rri­da en la pe­lí­cu­la que nos per­mi­ta dis­cri­mi­nar to­dos los otros ni­ve­les on­to­ló­gi­cos sub­si­dia­rios o de fic­ción. En la pe­lí­cu­la to­dos es­tos ni­ve­les tie­nen la mis­ma car­ga on­to­ló­gi­ca, sien­do por lo tan­to en to­dos los ca­sos igual­men­te reales ca­ra a la vi­ven­cia de aque­llos que lo ha­bi­tan ‑los ac­to­res, los per­so­na­jes y el es­pec­ta­dor, fundamentalmente‑, pro­du­cien­do que sea im­po­si­ble ar­ti­cu­lar na­da más allá de que la reali­dad no es más que la su­ma de to­das las reali­da­des, fic­cio­nes y me­ta­fic­cio­nes que es­ta aglu­ti­na den­tro de sí con­for­man­do un cam­po de in­ma­nen­cia que des­te­rri­to­ria­li­za el sen­ti­do del mundo.

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