This is the way the world ends
Not with a bang but a whimper.
T. S. Eliot
Siempre acabo buscando puertas. Me duele el pecho y siento que hay algo que lo aplasta; pienso entonces que mi vida va por un camino del que no estoy seguro pero que no hay vuelta atrás: allí, al fondo, hay un precipicio. Dejo de respirar, me ahogo y tengo que salir de donde esté. La última vez fue en el metro, pero paso por muchas calles, me siento en muchos coches y entro en muchas casas. Me levanto en mitad de la noche, cuando creo oír el mar a medianoche, pero estoy en la cama, y tras abrir un ojo me veo desnudo y sudado. Salgo de casa apenas vestido y tropiezo en la puerta. Camino con el corazón en la boca, la cabeza a punto de estallar bajo la niebla de la madrugada y al pasar unas horas, pensando apenas en andar rápido sin rumbo fijo, me calmo un poco, me siento en un banco al lado de un perro grande de ojos rojos. Me encuentro en un bosque de árboles cuyas copas no alcanzo a ver, a mi lado hay un macuto negro y noto el sofoco de la humedad. En el bosque no hay puertas.
***
La luz de la luna entra por un ventanal de una habitación pequeña. El ventanal está a la derecha, y justo debajo, pegado a la pared, hay un escritorio de madera de roble con trastos encima (un portátil, folios, un bolígrafo rojo, otro negro y un flexo apagado). Un hombre con gabardina y un micrófono en la mano ha apartado la silla y está de pie apoyado en la mesa, mirando al otro lado de la habitación. En la pared izquierda hay una estantería repleta de libros en el más escrupuloso orden; al pie de ésta podemos ver a duras penas un hombre sentado en el suelo. La parte derecha de la habitación está levemente iluminada; a la izquierda apenas llega luz. No se ve el fondo.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Cómo te llamas? (No hay respuesta). Me tienes que decir tu nombre.
EL OTRO HOMBRE: No creo que haga falta.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Es igual. ¿Por qué estás ahí sentado? ¿Quieres esta silla?
EL OTRO HOMBRE: No hace falta, gracias.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Como quieras. Pero no creo que debas estar así mucho tiempo. ¿Cómo te llamas? ¿A qué te dedicas? (No hay respuesta). El otro día vi una peli de puta madre. En el cine.
EL OTRO HOMBRE: Fantástico.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Tienes que contestar a mis preguntas si quieres que esto funcione.
EL OTRO HOMBRE: Por supuesto.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Cómo te llamas? ¿A qué te dedicas? (No hay respuesta). De acuerdo. Vamos a hacerlo más fácil, vamos a saltarnos estas preguntas. Son aburridas. ¿Vale? Vale. Venga, ¿qué quieres hacer? Apenas te veo la cara. Déjame que encienda el flexo.
EL OTRO HOMBRE: No hace falta.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Como veas. Venga, ven a este lado. Hay más luz.
EL OTRO HOMBRE: No es necesario, de veras.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Pero tendrás que venir si quieres que hagamos algo. Por lo menos si no quieres que encienda la luz, tendrás que acercarte a este lado, ¿no? (No hay respuesta). Como veas, no sé qué piensas hacer quedándote ahí. No podemos hacer nada así. Voy a acabar pensando que no quieres hacer nada. ¿Me equivoco?
EL OTRO HOMBRE: Yo…
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Venga (le interrumpe), nadie querría quedarse ahí todo el rato. Te tiene que doler el culo. (Sin soltar el micro, extiende los brazos a modo de bienvenida).
***
En la casa del asesinado había muebles rotos y cristales bañados en sangre. Sobre la gran calabaza y su amplia sonrisa caía un chorro de espesa masa gris. Como una conspiración, un hombre colgaba de una soga y a su alrededor flores rojas y negras adornaban distintas partes de su cuerpo: un pétalo sobre cada ojo y la soga recubierta de negro y rojo; luego, la boca repleta de tallos y en los bolsillos una decena de flores enteras. Me quedo pegado a la puerta, intentando aguantar la respiración; cierro los ojos, respiro hondo, pero los pulmones se llenan de muerte y tengo que parar y mirar al frente. Me acuerdo del email de un tío lejano dirigido a toda la familia, que nos habla de su hijo. Decía así:
Las aventuras en Malasia han acabado y ahora vive en una vieja pensión con vistas al océano en Ciudad del Cabo. Sale por las mañanas muy temprano y contempla el alba desde su tabla de surf. Cocina en un restaurante en el que preparan sosatie y donde le han enseñado a hacer dulces parecidos a churros y pastel de carne. Sus planes, sin embargo, miran más lejos, al mar de Japón, donde planea trabajar en un barco en busca de una experiencia vital.
Miro a los ojos tapados del cadáver y no sé si están abiertos o cerrados. Me agarro al marco de la puerta y me quedo debajo, mirando a algún lado.
***
La habitación está más iluminada. Al lado de la estantería se puede ver ahora una puerta abierta. El hombre del micrófono se ha quitado la gabardina y la he dejado encima de la mesa, tapando todo sobre ella. El otro hombre sigue sentado en el suelo.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Qué opinas del horror?
EL OTRO HOMBRE: ¿Cómo?
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Crees que hay horror en tu vida? (Una larga pausa. No hay respuesta). No me refiero a miedo a que asalten tu casa, o a un monstruo, aunque también. ¿Sientes ese horror a veces?
EL OTRO HOMBRE: A veces.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿A veces? ¿Por qué no te levantas? (Se levanta). Bien. Seguro que ahora estás más cómodo. ¿Quieres que encienda la luz?
EL OTRO HOMBRE: Me da igual.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Dime qué opinas del horror. ¿Cómo lo sientes tú? (No hay respuesta). ¿Enciendo la luz?
EL OTRO HOMBRE: No enciendas la luz.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: Te tomas una foto todos los días delante del espejo. ¿Qué ves?
EL OTRO HOMBRE: A mí.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Y qué más?
EL OTRO HOMBRE: No lo sé.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: ¿Pero ves algo más? (No hay respuesta). ¿Ves el horror en las fotos?
EL OTRO HOMBRE: No enciendas la luz.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: No la voy a encender. Aunque estaríamos mejor.
EL OTRO HOMBRE: No enciendas la luz.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: De acuerdo. Cuando por fin ibas hablando… (El otro hombre se gira y se coloca debajo de la puerta).
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: No pensarás irte.
EL OTRO HOMBRE: No lo sé.
EL HOMBRE DEL MICRÓFONO: No te vayas. (Deja el micrófono en la mesa). No te vayas.
El otro hombre se coloca debajo del marco. Agarra fuerte el marco, se gira hacia el hombre. Se cierra el telón.
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