Hoy acaba un año funesto. Podemos recordar lo que dejamos atrás como el año donde nos pisotearon y humillaron, el 2014 que se resume con la palabra «mezquindad», pero no existe sombra que no esconda un rayo de luz, por eso también es el año que descubrimos nuevas formas de dignidad, en ese caso el 2014 se resume en la palabra «comunidad». En ambos casos, lo político cobra un peso especial en la lista de listas de The Sky Was Pink, como ya ocurrió el año pasado. En esta ocasión los nombres propios son la norma, no así las abstracciones, del mismo modo que esos nombres se repiten de forma constante. «Podemos» —grita el pueblo, no sabemos si hablando de sí mismos o de la revelación política de la temporada. No es fácil disociar ambos conceptos. Todo tiempo convulso es siempre interesante, posibilitado al cambio, pero todo cambio es un salto al vacío donde no sabemos dónde acabaremos. Y el 2014 es un año de transición, ¿hacia qué lugar? Mira, justo debajo de nosotros: ahí está el vacío, pero nosotros seguimos volando hacia el progreso. Si el impulso durará o caeremos, seguramente lo empezaremos a vislumbrar dentro de un año exacto.
El año ha sido feminista, trans, obrero. Ha sido todo lo que debía ser, aunque no lo suficiente; ha sido todo lo que no debía ser, siempre demasiado. Es momento de entonar el mea culpa —incluso aquellos quienes no optamos por ello„ no ahora, que nos guardamos las ganas de agitar el puño con Walter Benjamin de la mano para el resto del año — , pero también para celebrar lo que ha ocurrido durante el año. Que lo político nace de lo cultural, no al revés. Tenemos singularidades, instantes, momentos cristalizados en su propia lógica interna. No separamos entre alta y baja cultura, entre el gesto político y artístico, porque ahí radica la virtud de lo que intentamos esgrimir: un pensamiento que lo permite todo, que aglutina todo acontecimiento, que sólo pone como condición la racionalidad de sus presupuestos. Incluso su propia crítica interna. Porque lo que venimos a hacer aquí no es el resumen de los más listos de la clase, sino un intento de diseccionar el zeitgeist de nuestro tiempo. Crítica —subjetiva, falible, atravesada de intereses, ¿qué duda cabe? — , no opinión.
Las últimas palabras del año. Lo que nos depara el 2015 es un misterio, pero que el tiempo se lleve ya al infierno al año funesto en el que descubrimos que éramos más fuertes de lo que nunca creíamos que podríamos llegar a ser; que el tiempo arrase con sus cimientos, que devore toda su presencia horrible, que cuando se levante el viento de la historia se lleve consigo el polvo y no sólo a nosotros. Cuando lo que queden sean ruinas, entonces podremos saber si sólo fue un mal año en lo personal o fue el principio de algo más grande. Lo intuimos, pero no lo sabemos. Porque, como dijo Paul Valéry y nos recordó recientemente Hayao Miyazaki, «el viento se levanta… ¡hay que intentar vivir!».
Por Andrés Abel
Invicto, de Las Novias
Catorce canciones como catorce eclipses: el mismo sol de medianoche que lleva 25 años iluminando la escena gótico-rockera española, capaz de derretirle los ojos a cualquiera que ose mirarlo de frente (desde dentro o fuera del país), y una insólita alternancia de lunas llenas exultantes y lunas nuevas sobrecogedoras. Esto es música para las masas, solo que ellas no lo saben.
Caliban, de Garth Ennis y Facundo Percio
Ha sido un año cojonudo para la ciencia ficción, así que había mucho donde escoger ahí, y yo ya le daba vueltas a un chiste sobre «la odisea espacial del cineasta que mejor ha sabido representar a los superhéroes en la gran pantalla» para haceros pensar en Nolan y colaros a James Gunn (adoro su Super). Al final me he decantado por el tebeo de Ennis porque su pareja de heroínas me parece tan memorable como la que forman Rocket y Groot en Guardianes de la Galaxia, pero su villano es mejor. Y el horrorista siempre tira al pecio alienígena.
Maribel Verdú con camiseta de Parálisis Permanente (en Ultravioleta, de Paco Plaza).
[Ver imagen que encabeza esta lista]
Por Pablo Algaba
Future Islands en Letterman https://www.youtube.com/watch?v=1Ee4bfu_t3c
«Oh, buddy, c’mon!» fue lo que se le cayó de la boca a un David Letterman aun estupefacto tras la primera actuación en la televisión nacional de Future Island. Como dijo a posteriori Samuel T. Herring, el cantante de la formación, la interpretación de la banda en el Late Night de la CBS no dejaba de ser lo mismo que los de Baltimore llevaban haciendo años, pero la fuerza combinada de la televisión, twitter y tumblr situaron en una sola noche a una banda de culto en pleno maremágnum mediático vía meme, gif y retuit. De todos modos, incluso para los que ni la exuberancia teatral de Herring ni el adictivo synthpop de Future Island nos pillaba de nuevas (su anterior disco, On the Water, es como mínimo igual de infeccioso), esta actuación nos dejó también la mandíbula desencajada. Herring alzaba los brazos, doblaba las rodillas hasta el suelo y dejaba su voz navegar entre lo rasposo y lo ridiculamente gutural. Ese hombre con aspecto de everyday guy, del tío que te atiende en la oficina de tráfico, de kioskero de la esquina, sobreactuaba como el peor de los intérpretes, pero ofrecía al mismo tiempo una enorme sensación de sinceridad, de cero ironía, de estar sacándose de las tripas los sentimientos correctos para ilustrar la historia de desengaño amoroso que canta Season, el primer single de su cuarto álbum. Esas manos extendidas hacia los espectadores parecían suplicar una empatía que nunca le pudimos negar y ese puño golpeando el pecho consiguió hacernos creer que, por tonto que pueda sonar, the feeling was real. Puede que para Herring se tratara de un bolo como cualquier otro, pero para todos los demás estuvo muy lejos de ser otra rutinaria actuación musical.
Jauja, de Lisandro Alonso
Menos mal que es perfectamente posible sentirse fascinado por aquellas películas que nos pasan por encima, por aquellas que somos incapaces de empezar a comprender y por aquellas de las que hasta nos cuesta hablar, porque de otra manera estos sentimientos que albergo por Jauja serían imposibles de explicar. Se trata de un film de planos largos y sostenidos, de silencios que ponen a prueba el compromiso del espectador, de interpretaciones fantasmales (Viggo Mortensen de nuevo impecable) y donde lo más importante suele ocurrir en los espacios en negativo del relato, fuerzas invisibles operando fuera de plano y proyectando todo su poderío mitológico en unos fotogramas que reconstruyen la historia de un hombre atrapado ya no sólo en el aplastante paisaje de la Patagonia decimonónica, sino en un vórtice espacio-temporal capaz de transformar a las niñas en ancianas, a los conquistadores en indígenas, a los hombres en mujeres y a los militares en perros de compañía. Jauja es esquiva y exigente, pero los es por un buen motivo: para hablar de aquello que no se puede hablar, para plasmar en imágenes lo inefable. No es un logro menor, desde luego.
P.T., de Hideo Kojima
Como suele ocurrir durante todas las épocas de impasse entre hardwares, cuando las nuevas circuiterías todavía no acaban de sustituir a las antiguas, el videojuego mainstream de 2014 ha mostrado su cara más escuálida. Han sido doce meses de goliats a medio hornear, remasterizaciones de éxitos de ayer por la tarde y muchas propuestas derivativas. En este contexto, las superproducciones más interesantes de estos últimos doce meses han sido las que se han atrevido a abrazar las mutaciones jugables y narrativas que lleva escupiendo la descarada escena indie de los últimos tiempos. Alien: Isolation o Left Behind, el emotivo DLC de The Last of Us, son dos buenos ejemplos, pero la muestra más fascinante de esta tendencia sea, tal vez, P.T., una diminuta demo distribuida como tráiler comercial del futuro Silent Hills y que, como ocurrió el año pasado con el teaser de Godzilla, se ha convertido en una magnífica obra de arte en sí misma. P.T. encuentra en los mimbres del First Person Walker el cobijo ideal para dar cuerpo al juego más terrorífico aparecido en tiempo, uno que nos sitúa en medio de un viaje en espiral por el interior de una mente hecha puré y que cuenta con los rompecabezas más elegantes e imaginativos del año. Su autor, Hideo Kojima, siempre ha sido un verso libre dentro de la hipertrofiada industria del videojuego y nunca se le reconocerá lo suficiente su capacidad por estirar y expandir las fronteras de las producciones AAA a base de expresivas soluciones jugables. No obstante, con este supuesto trabajo menor el japonés ha conseguido el que tal vez sea su juego más interesante, uno que fusiona el atractivo inmediato de los juegos más comerciales con el riesgo y la capacidad para la sorpresa de aquellas obras nacidas en contextos creativos menos rígidos.
Por Mikel Álvarez
New York Recetas de Culto, de Marc Grossman
Siempre recomiendo en esta lista sobre todo cómic y películas. Así que por cambiar un poco os voy a recomendar este libro de recetas de Nueva York. Me parece una gran selección, fáciles y sencillas que no sólo centradas en las clásicas hamburguesas. Todas ellas sacadas de las recetas de locales que se pueden visitar en la ciudad. Así que no sólo es un libro de recetas, también es una guía de la propia ciudad.
Pimo & Rex, de Thomas Wellmann (editorial Dehavilland)
Thomas Wellmann (Alemania, 1981) es un dibujante de trazo tembloroso y personajes entre personas y formas geométricas que viven intrépidas y descacharrantes aventuras. Una lectura sencilla y entretenida para disfrutar una y otra vez. Añaden al volumen también una serie de ilustraciones relacionadas con el mundo que Wellmann ha creado para Pimo y Rex.
The Lego Movie, de Phil Lord y Christopher Miller
Hacía mucho tiempo que no veía una película en la que quisiese estar dentro de ella en mucho tiempo. No os dejéis llevar porque he sido y soy un fan de los productos de Lego desde que tengo uso de razón. Quién no querría vivir en un mundo donde todo es posible. Dónde toda la ficción se mezcla para formas una sola ficción. El catálogo de personajes que pasan por la pantalla al visionar la película es bastante extenso. Pero no solo eso. Quien no quiere vivir en un mundo donde uno es El Especial. Donde todo podemos ser El Especial.
Por Álvaro Arbonés
The Evil Within, de Shinji Mikami
Yumeno Kyūsaku, gran desconocido en Occidente, tiene por opera magna una desquiciada epopeya gótica psicologista donde nos narra la historia de un hombre amnésico que, al despertar en un hospital, descubre el cadáver de su psiquiatra. Asesino en serie u objeto de experimentos clínicos, toda la novela transcurre entre lo onírico, los recuerdos y lo real, sin clara delimitación nunca de qué momento estamos experimentando en cada ocasión. La persona que siempre sueña —significado de Yumeno Kyūsaku, su pseudónimo— tenía un enfermizo interés por el psicoanálisis freudiano. Durante el 2013, la versión de RD-Sounds de Taji no Yume rescató en uno de sus versos más escalofriantes una frase de Dogra Magra, aquella opera magna: 「胎児よ胎児よ何故躍る」 — «niño, mi niño, ¿por qué luchas?». Decir algo más sería ya hablar demasiado de The Evil Within.
El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov
El papel escrito se resiste a arder. En la mente del escritor arden las palabras, los conceptos, las ideas; ni siquiera Stalin puede quemar el espíritu de un artista auténtico, incluso cuando la osadía podría conllevar la muerte. La traducción de Marta Rebón nos descubre, en una edición exquisita, un Bulgákov satírico, brutal, profundamente político y que por nada del mundo sería capaz de renunciar a la metáfora y la fantasía como métodos a través de los cuales navegar su tiempo. ¿Su tiempo o el nuestro? Los dos. Porque mientras otras obras monumentales de la literatura rusa son reivindicadas de diario, en El Maestro y Margarita encontramos la extraña chispa de la genialidad entre cada una de sus lineas: aquella que nos grita, cogiéndonos de las solapas, para que abramos bien los ojos para ver su realidad, nuestra realidad, desde un nuevo punto de vista.
Ping Pong: The Animation, de Masaaki Yuasa
Enfrentarse con la decepción que supone la vida es la constante principal de la existencia. Aquellos que tienen talento están demasiado embebidos en la tortura de no saberlo explotar; aquellos que carecen de talento están demasiado embebidos buscándolo; aquellos que no les interesa el talento son demasiado imbéciles como para darse cuenta de la miseria cotidiana de su existencia. «Talento», sinónimo de «potencial para hacer algo». Ping Pong: The Animation trata sobre el fracaso, como lidiar con una existencia que nos tira limones hasta matarnos, a través de la belleza de cada acto cotidiano: la amistad, el amor, la aceptación de aquello que somos en lo más profundo. Sea por nuestras limitaciones o por nuestras virtudes que, al fin y al cabo, son uno y lo mismo. Si toda existencia es el colapso de las posibilidades del pasado, entonces es hora de aprender a bailar entre las ruinas.
Por Noel Ceballos
Persona del año: Anita Sarkeesian
Sí, en un año de transición entre generaciones de consolas y de primeros pasos hacia un giro copernicano en el entretenimiento digital, nos dimos cuenta también de que una de las industrias que liderarán el camino hacia el futuro sigue anclada en la Edad Media, al menos en el pequeño asunto de tratar a las mujeres como seres humanos. El GamerGate nos descubrió que estas actitudes no pertenecen simplemente a «lo peor de Internet», sino que están tan extendidas y consensuadas que seguir hablando de «lo peor de Internet» es parte del problema. Combatirlas de manera activa, como hacen Tropes v Women in Video Games y Feminist Frequency, es la solución, pero se necesita tener valor para llevarlo acabo en una época de amenazas de muerte y odio generalizado. Así que un brindis de fin de año por el valor.
Serial, de Sarah Koenig
No sólo es, probablemente, la pieza de periodismo criminal más revolucionaria desde A sangre fría, sino que parece la primera muestra de auténtica madurez de un formato, el podcast, que sólo ahora está empezando a explorar sus alucinantes posibilidades. Además, Serial supo hacernos ver una gran verdad anclada en nuestro inconsciente colectivo: una única narración dividida en episodios con una periodicidad determinada es el camino a seguir en la cultura contemporánea. Lo fue en la época del folletín, y lo es ahora.
Peek Vision, de Andrew Bastawrous y Stewart Jordan
Esta app puede convertir cualquier smartphone en una herramienta útil para diagnosticar enfermedades oculares. En un año lleno de noticias desagradables relacionadas con nuestra relación (aún inmadura) con una tecnología que avanza más rápido con nuestras bases morales, esta aplicación nos da algo de esperanza sobre los próximos años. Es una puerta abierta a un futuro mejor. Tenemos que decidir si queremos seguir por ahí o seguir revisando el contenido privado que nos sirvan en bandeja.
Por Óscar Brox
Byung-chul Han
No abundan entre la filosofía contemporánea ensayos tan perspicaces y altaneros como En el enjambre; menos aún autores de prosa tan firme e ideas rotundas como Byung-chul Han. Leer a Han es como penetrar en el núcleo del leviatán digital del que formamos parte e identificar su estructura, mental y moral, constitutiva. Un esfuerzo por trazar el mapa cognitivo de las sociedades neoliberales, detectar sus enfermedades y, como hacía Foucault, colocarnos en la brecha para invitarnos a pensar. Ahora que todo se mide a través del rendimiento, la expectativa y la superproducción de estímulos, hace falta reflexionar sobre las condiciones de vida de esta sociedad digital. Su horizonte y su límite.
Syro, de Aphex Twin
Richard D. James es un género en sí mismo, autarquía electrónica ajena a cualquier guiño condescendiente con el presente. Lo mejor que se puede decir de Syro es que después de escucharlo todo suena asquerosamente lento. Mientras Chris Cunningham trabaja, enterrado en una montaña de ropa interior sucia, en proyectos que nunca verán la luz, Aphex Twin nos entrega su banda sonora imaginaria. La posibilidad de otro mundo en el que las ondas de nuestros cerebros bailan entre ritmos entrecortados y sonidos inabarcables.
Hannibal, de Bryan Fuller
Me gusta pensar en Bryan Fuller como si se tratase del Rembrandt que pintó la clase del anatomista Nicolaes Tulp. Hannibal, en ese sentido, es pura anatomía del terror: un amasijo de sangre, sonidos y emociones desbocadas en el que nuestra mirada de espectadores se abisma. Mientras la realidad resbala entre nuestros dedos, la pesadilla se expande lentamente hasta sumergirnos en una exhibición de atrocidades. Cada episodio penetra con ahínco en la psique torturada de Will Graham, en esa débil frontera entre sueño y realidad. Durante una hora, nos invita a sentirnos como el Dr. Tulp ante su cadáver, prisioneros de ese embrujo con el que nos cautiva lo desconocido: el mal.
Por Xabier Cortés
To Be Kind, de Swans
Cuando Michael Gira se propuso insuflar nueva vida a Swans no lo hizo con el propósito revival de muchos de sus coetáneos. Si Michael Gira resucitó a Swans fue porque todavía quedaba terreno por explorar, sonidos que explotar y objetivos que atender. Con To Be Kind, tercera referencia desde su segundo advenimiento, Gira y sus huestes exprimen, retuercen y amplían el lenguaje de Swans un punto más allá de lo que ya hicieran en el anterior The Seer: se vuelven (más) terroríficos, manejan (más) oscuridad, manipulan (más) el sonido, exprimen (más) cada nota, profundizan (más) en el cerebro y nos retuerce (más) el resto de órganos vitales y no tan vitales. Ese bucle hipnótico-litúrgico en Oxygen o en She Loves Us; el trance hipnótico y demencial de Bring The Sun/Toussant L’Overture, el efecto desquiciado, desquiciante y demoledor de Just A Little Boy (for Chester Burnett), el tono ¿alegre? de A Little God In My Hands son sólo algunos de los detalles que conseguiremos extraer de los ciento veintidós minutos de gloriosa misa negra que supone To Be Kind de Swans, uno de los artefactos culturales más importantes del presente año.
Spectre, de Laibach
Resulta imposible disociar el carácter político del carácter musical de Laibach: ambos van de la mano y uno no existiría sin el otro. ¿Izquierda o derecha? Simpatizando más con la izquierda que con el otro extremo aunque la respuesta simplista no casa con la idiosincrasia de los eslovenos: Laibach no se limita a situarse en uno u otro plano; Laibach es de Laibach. Como obra política busca concienciar al Pueblo y para ello es capaz de explorar la música popular desde su propia perspectiva industrial bañada de crítica. Laibach utiliza las armas de la cultura de masas para acercar su mensaje distópico y brutalista al publico en general y en Spectre es todavía más evidente que en obras anteriores: es el más accesible sí, también es el más abiertamente Laibach de sus últimos lanzamientos. Más claro e indiscutible que aquellas versiones de esos hits pop y rock que bien acertaron a convertir en himnos industriales años ha. Laibach continúa con su paso firme y sus férreas convicciones para convertirnos en miembros de su entramado NSK y Spectre supone un paso más y mejor en su Plan Maestro.
Only Lovers Left Alive, de Jim Jarmusch
¿Queda esperanza para El Vampiro? Tras ser vapuleado hasta la náusea gracias a nefandos productos literarios y cinematográficos, El Vampiro necesitaba recuperar su verdadera razón de ser y alejarse del espíritu teen al que había sido condenado gracias a la implacable maquinaria del merchandising forracarpetas. Con la firme convicción de hacer frente a este desolador paisaje entró de lleno la capacidad de Jarmusch para devolver al Vampiro a su lugar. Recuperar todo ese halo misterioso que se ha ido perdiendo con esa dulcificación y burda manipulación del mito en pos de la horda teen y el romanticismo mal entendido. Only The Lovers Left Alive no es solo una obra definitiva sobre El Vampiro; también se convierte, canalizada a través de sus dos protagonistas principales (Adam y Eve, con una Tilda Swinton espectacular y un no menos extraordinario Tom Hiddleston) en una quirúrgica biopsia del tiempo, la vitalidad, el tedio y, por supuesto, la muerte. Aquí se convierte Jarmusch en el maestro de ceremonias de un Teatro de los Vampiros à la Anne Rice reconvertido en antro en donde reverbera el rock psicodélico de White Hills pero también lo convierte en una haima lúgubre pero repleta de vida. Así renace el Vampiro.
Por Jaime Delgado
Only Lovers Left Alive, de Jim Jarmusch
Ha sido un buen año para los grandes nombres del cine de autor más popular. Wes Anderson y Spike Jonze han firmado respectivamente, con toda la cara del mundo lo digo, la mejor obra de su carrera; Hayao Miyazaki ha abierto una vertiente totalmente nueva de (su) cine solo para despedirse, y que le odiemos y amemos por enseñarnos sus posibilidades; Cronenberg sigue en horas bajas pero, al menos, parece haberse reencontrado consigo mismo. En el caso de Jim Jarmusch, más allá de la filia personal, las facetas características de su cine han dado con un marco en el que resultar sublimadas, y con ello, potenciadas como nunca aún permaneciendo sutiles. Only Lovers Left Alive está cubierta por un manto de hastío existencialista, melancolía sonriente, e intelectualidad siempre al límite de la pedantería (pues el intelecto de raíces más profundas siempre comparte esta sospecha), pero lejos de querer dar lecciones, de compadecerse en su infinitud, se burla de la posteridad y solo apuesta enérgicamente por la vida. Tánger y Detroit, aún o precisamente siendo blanco y negro, tienen en común que ninguna es Los Ángeles. Only Lovers Left Alive es fuertemente humanista, y ante todo es una historia romántica en el sentido más literario; no nos engañemos: el valor de Jarmusch no está en hablarle directamente a las nuevas generaciones (con ese reclamo de existencialismo/melancolía/intelectualidad que se diría tan de moda entre hipsters y adolescentes), sino en entender el romanticismo como no se ha hecho en casi dos siglos. El romanticismo nunca ha hablado (solo) de amor; siempre ha versado sobre hombres y mujeres apuntándose al pecho con una pistola, en una introspección declamada a voces; siempre ha hablado de la fama y de un simbólico paso lateral respecto de la burguesía, sin lograr distanciarse del todo; siempre va sobre pasiones, las más viscerales, y sobre el simple deseo de seguir existiendo. El romanticismo siempre ha hablado de sobrevivir al abismo, y Jarmusch es puro romanticismo.
Ping Pong: The Animation, de Masaaki Yuasa
En el anime también pasa aquello de que si algo te gusta y otros tantísimos no lo han entendido del mismo modo, te gusta por impostura, por tendencia, y no porque realmente te haya conquistado a algún nivel. Pasa quizá más, no lo sé seguro, pues el fanatismo del anime es un mundo en el que nunca he querido meter más que el dedo meñique del pie malo. La animación de Masaaki Yuasa es más descuidada y acaso está más mimada que nunca en Ping Pong: The Animation, y eso da motivos de sospecha tanto a los que quieren repudiarla solo por su estética como a aquellos que aseguran es la única razón bajo la que se amparan (buscando ser alternativos) los que dicen les gusta la serie. Ping Pong: The Animation trata el deporte con una profundidad sin igual para entender su comunión con lo humano, su pilar principal, que va mucho más allá de la simple competición y el esfuérzate y supérate a ti mismo de todas las películas de sobremesa sobre béisbol y niños corriendo ante los focos. Habla de monstruos y héroes manejando más de una docena de símbolos y personajes que cantan al unísono una melodía de vida y desesperanza al mismo tiempo, entretejidos todos ellos en una estructura tan compleja como comprimida, resultando cada capítulo en un maelstrom de veinte minutos que lo mismo te pone la cara del revés con pura técnica como te hace cosquillitas en la garganta a nivel emocional. Luego sí, tiene ese tipo de animación tan peculiar, pero es solo el papel de seda en el que viene envuelta la serie.
Cese del debate político en términos bipartidistas
Afirmar que Podemos va a salvarnos de nosotros mismos es estúpido; creer que son la caballería del apocalípsis lo es más, si cabe. Pensar que el bipartidismo ha terminado es ingenuo, y por ello este título es lo más preciso posible (y con algo de sorna, de lengua en la mejilla). El debate político sigue siendo vago en términos generales cuando no directamente radical, pero de situarse marginal en una esquina en estado de vaivén perpetuo, su presencia ha pasado a ser activa y profusa, con una hondura que alcanza para tambalear hasta los núcleos familiares. El descontento se ha transformado en algo: una forma aún abstracta y algo viscosa, todavía estúpida, pero ya tangible y maleable. El 15M fue un gritar para quedarnos como estábamos; las probabilidades de encontrarnos dentro de un par de años, incluso de cinco, como estamos ahora son altas, pero la sensación de que algo se puede cambiar desde dentro —y discutir desde fuera— es mayor que hace ese mismo par de años. Lo interesante de este fin del bipartidismo (en el ámbito del debate), es que los mecanismos políticos tradicionales están tratando de volver a ponerse en funcionamiento tanto de forma mediática como discursiva, ahora que lo necesitan, y aunque el resultado derivado no está suponiendo ninguna sorpresa (pese a que la vergüenza no conoce límites), tenemos la suerte de presenciar en directo lo que ya se podía imaginar: que los engranajes están mucho más oxidados de lo que hacía ver el péndulo. Quizá el año que viene se pueda hablar de materialización en esta misma lista, quizá eso no sea algo bueno, quizá dentro de dos años nos arrepintamos o quizá nos volvamos a encoger de hombros; lo significativo de este año es que haya vuelto la duda, que uno pueda refugiarse en la posibilidad de que la moneda caiga de canto, ya sea solo una vez, en lugar de por una de sus dos caras, que siempre serán la misma.
Por Israel Fernández
I.
Algo se intuye, bajo aquella placenta de ignominia que narraba Cory Doctorow en su Little Brother, algo que señala hacia el final de un ciclo, de un escenario. Una expectación renacida mirando a las estrellas: aquí ya no queda sino el erial de haber quemado miles de hectáreas de promesas (políticas, culturales, sociales al fin) y, en este punto, la ciencia ficción abriga una última esperanza. Para algunos, 2014 ha sido el año de los culos, donde los vaticinios plásticos de Brazil cobran forma, fundamentalmente esférica o semicircular; pero ésta no es sino otra forma de ciencia ficción. Que ya lo dijo Clarke en una de sus tres leyes capitales y Tesla lo materializó antes de perder toda su inversión en un bautismo de fuego, quedando su trabajo reducido a metáfora: vienen tiempos de creer. Y creer, es crear. Lo cantaba Paul McCartney en su cándida y mercado vírica Hope For The Future, leitmotiv al que se agarran quienes ven en Destiny un agujero negro videolúdico. Que el año que viene presente una parrilla de blockbusters renacidos –Mad Max, Jurassic Park, Star Wars VII…– no es sino otra forma de confirmar que ahora, con una generación entre medias para escuchar la reverberación de aquel bagaje, es momento de mirar sobre las promesas y cree(a)r el futuro. Un futuro quizá en b/n como el de Aurora West, no digo que no.
II.
Snowpiercer nos enseñó el fin último del capitalismo, la única dirección de su raíl: siempre hacia delante, en un circuito cerrado que da vueltas sobre sí mismo hasta estallar. Interstellar llamó granjero paleto al ciudadano medio sin sueños, señalando que, para sobrevivir, debemos terraformar todo menos una única cosa: nuestra capacidad de amar. ¿Qué cursi, no? «Oh universe: you stink of love!», que cantaría Swans en su reciente A Little God In My Hand. El viaje a través del tiempo queda estandarizado: la etiqueta, el selfie, todo lo demás son efluvios temporales huesudos y de carácter fútil. David Michell en The Bone Clocks, su nueva metanovela en una etapa de plácida madurez, confirma algo que llevamos años sospechando: el mundo desaparecería sin la ficción, sin un dios creador, escritor. ¿Por qué sino el personaje del año es un mapache espacial? La cultura no es por tanto un nicho de erudición cerrado, sino que permuta a través de su orografía, dispuesto para quien se arrime a escuchar, creer y crear.
III.
El problema en todo esto somos nosotros, claro, animales enfermos de egoísmo como el Nick Dunne de Gone Girl. Como muchos space westerns, nuestra epopeya puede concebirse como un viaje solitario, pero no en soledad. Nos necesitamos mal que nos pese. Por otro lado, Under The Skin que, a su abstrusa manera, se antoja una contrarréplica a Holy Motors, da forma de atractiva mujer a un depredador eficaz —alien humanizado o humano alienado igual da — , aunque ya se sabe que no hace falta una raza extraterrestre para erradicarnos: si algo nos enseñó bien la Guerra Fría, es que somos muy dados a canibalizarnos por nosotros mismos. Y el reloj del Apocalipsis sigue a cinco minutos de la medianoche. Lo que quiero venir a decir con esta marisma de referencias que espero sepan disculparme, es que el futuro es axiomáticamente presente y viceversa, que conviene empezar a construir, cuanto antes, sobre esa esperanza coloreada a lo pintura tribal en nuestro ADN. Álvaro, nuestro honorable anfitrión, pone unas normas sencillas, unas directrices muy básicas para colaborar en este especial: tres artefactos culturales. Pero no puedo, no hay tres, hay cientos de células emergiendo. Y, para escaquear la regañina, diré que esto no es sino síntoma de celebración. Al menos he cumplido lo de los tres párrafos.
Por Santiago «Mórbido» Fernández
Broad City y el veinteañerismo alegre
Siempre digo que me gusta consumir artefactos culturales con la impronta de mis colegas (casi) generacionales. Lo estoy diciendo 24⁄7, de hecho. Todo el día ahí, dale que te pego. Traedme un vaso de agua, por favor. Son el disfrute y la asimilación de todos ellos los que me permiten acumular puntos de experiencia extra que poder emplear para subir de nivel en ciertas categorías de la vida inmediatamente post-adolescente. El veinteañerismo ilustrado, vamos. No obstante, esto no es algo que funcione con Broad City (a diferencia de Girls, el show con el que es constantemente comparada por razones que escapan a mi entendimiento, pues no tienen nada que ver aparte de que las protagonistas viven en NY y no tienen pito). En ella no hay nada que aprender, con lo que sentirse identificado a nivel interno ni de lo cual extraer lecciones morales, sólo chorradas a ritmo de pop latino y rap de los 90 y situaciones ridículamente comunes. Y una química increíble entre Abbi e Ilana, las dos protagonistas, y una cadencia cómica fenomenal y nada de angst ni languidez ni vacuas preocupaciones existenciales ni victimismos ni ninguna de esas mierdas por las que todo el mundo pasa más de dos y tres veces en su vida pero que, aun necesarias (esto en ciertos episodios de Girls equivale a un par de Caramelos Raros si eres joven –y está bien que así sea – ), todos parecen querer airear (y hacer únicamente suyos) más que nunca en esta era del Fásbucu, lo Tuítere y los blockbusters de color gris feo; aunque, como ocurre con Broad City, la mejor y más fresca serie cómica que he visto nunca, parece que comienzan a aparecer de nuevo artefactos culturales en los que la depresión no constituye la esencia principal, como las canciones ¿electro-pop-whatevah? de Chela, el crush aussie de todo aquel que sepa quién es (todo el mundo a partir de ahora, eh), o el remake de Pokémon Rubí/Zafiro y sus inmanentes trompetas alegres tocando de cara al océano azul puro. Los veinteañeros van a salvar el mundo, pavos.
Adventure Time, sexta temporada
Aunque en un principio mi intención era meter dentro del mismo saco ajado y de color marrón desgastado por el tiempo (lo que pueda permitir el presupuesto) con las palabras “PANORAMA ANIMACIÓN 2014” escritas en Impact en su exterior a películas metapatafísicas de colorinchis tan guachichupis como The Lego Movie, a series de la calidad cuasidivina de Ping Pong: the Animation (dirigida por la personificación de Amón-Ra, Masaaki Yuasa), o, aunque no sean tan perfectos como los ejemplos anteriores ni los posteriores, a fenómenos Tumblr como Over the Garden Wall, Steven Universe (Rebecca Sugar et al.) o Bee & Puppycat (Natasha Allegri et al.) y la revolución que están empezando a suponer en el mundo de la animación al darle, al fin, el protagonismo creativo a las mujeres en grandes proyectos, no he podido no decantarme por la excelsa season premiere de la sexta temporada de Adventure Time para protagonizar el segundo párrafo de esta selección de lo mejor del año dos mil catorce de nuestro señor Babylon Sumatra, hermano gemelo de Jesucristo, amén (aunque, mira tú por donde, ya he conseguido colar en la party-loca a los otros ejemplos sin que el segurata se dé cuenta). Así, el doble capítulo con el que comienza la aún no finalizada última temporada (por ahora) de Adventure Time, Wake Up y Escape from the Citadel, son dos de los mejores ejemplos (junto con Breezy, el S06E06) de la tremendérrima imaginación de los artistas del show y de la superioridad cósmica de esta sexta síssona en la que en cada episodio puede entreverse una voz autoral y una originalidad en un medio mainstream que no se daba desde (quizá) The Twilight Zone. En ellos, las bases fundamentales del Universo de la serie se pervierten sin aniquilar al espíritu de la misma, manteniendo un ritmo cómico y narrativo excelente y finalizando en un punto en el que, a diferencia de los endebles arcos argumentales de los comic-books superheroicos o de otras series (no solamente de dibujos) sin una continuidad absoluta, los personajes han crecido y, aunque todo siga siendo igual, nada vuelve a ser lo mismo en una temporada en la que se suceden con una genialidad absoluta análisis psicológicos a bollitos de canela, asesinos con hijos, sonder a borbotones, dimensiones ultrametatotales o el coming of age de Finn, cada vez más notable y que posiblemente decida el rumbo que tomará la serie en el futuro (el poder de la pubertad de los actores de doblaje, ya veis). Hm. ¿Digo «algebraic» o un sinsentido hecho palabra de esos que se usan para cerrar secciones de manera chachi y molongui relacionados vagamente con aquello de lo que se acaba de hablar? Oh, que aún no nos hemos ido a publicidad. Jo, anda que avisáis bien. Ahora volvemos, queridos lectores.
Godzilla
Hey, hey, hey, frena el frenillo, tron. Godzilla sin apóstrofes ni cursiva ni leches secas. Godzilla el daikaiju radiactivo, no la mediocre –en el peor sentido— adaptación por parte de Gareth Edwards de este verano, guionizada por José Luis y protagonizada por el padre de Malcolm con peluca, el cuadragésimo tercer clon de un rubito con buen tipo que un científico loco secuestró en dos mil siete con la intención de emplearlo como modelo para crear un ejército de protagonistas de blockbusters sin ombligo ni carisma y más personajes de los que no recuerdo absolutamente nada. Godzilla el rey de los monstruos y la Godzillamanía, repito; la leyenda cinematográfica con un poder de atracción más allá del espacio y del tiempo que consiguió que fuese a ver la aberración de Edwards al cine un par de veces (aunque los ocho minutos en los que el mostro apareció en pantalla –ocho, sí; buscadlo en Youtube— me pusieron los pelitos de punta) así como que comenzase una maratón con todas las kaiju-eiga de la Toho en orden cronológico (que no completé en absoluto –aún– porque soy humano y acepto mis limitaciones). Aunque, eh, oye, qué pasha, que quizá también haya que agradecer a la adaptación americana su fiel reflejo de la obsesión americana por intentar destrozar con violenta pasión todo aquello que viene de Japón, pues la gente de la Toho ha decidido poner fin al parón de diez años desde la excéntrico-molona Godzilla: Final Wars y comenzar a trabajar en una nueva adaptación que espero poder incluir en la Ultimate Lista de Listas Golden Edition 2016 de The Sky Was Pink. Edwardsito, has provocado el mismo efecto que Fat Man y Little Boy en su día; gracias por prenderle fuego al fénix. PD: Estoy embarazado y el hijo es tuyo, querido lector. También, si me hubiese acordado antes de revisar The Grand Budapest Hotel de nuestro tito Wes, probablemente hubiera acabado siendo incorporada por servidora a esta lista. Un besito.
Sugar Skull, de Charles Burns
Este año —como todos, a ver— han salido porronazo de tebeos que nos hemos leído y nos han gustado, mira tú, pero nos quedamos con éste de Burns porque cierra como un guante de seda forjado en neocarne la fli-pan-te trilogía de Nitnit y porque es Burns, toma ad hominem, y toma namedripping por si aquel no les va: Nelvana of the Northern Lights (Adrian Dingle), Hit (Carlson y Del Rey), She-Hulk (Soule y Pulido), Hechizo total (Simon Hanselmann), Fearless Dawn (Steve Mannion), Vampir y Klezmer (Joann Sfar), Pretty Deadly (DeConnick y Ríos), Gyo y Black Paradox (Junji Ito), Silver Surfer (Slott y Allred), Wonder Woman (Azzarello y Chiang), Operation Margarine (Katie Skelly), Nightworld (McGovern y Leandri), todo aquí a saco y haciéndole trampa a Álvaro, son todos muy bonitos. <3
Soused, de Scott Walker y Sunn O)))
No es que estemos muy enganchados a la actualidad musical, pero nos consta que este año al menos tres de nuestras bandas de cabecera han estrenado disco: Swans, Earth y Sunn O))), estos últimos con nada menos que nuestro adorado Scott «Tilt-WTF?» Walker. Y aunque sólo sea porque es un two-in-one y mayor que la suma de las partes y etc., pues lo destacamos y tan anchos.
The Congress, de Ari Folman
Lo que decíamos de no vivir muy al día con las cosas va también para el cine, así que nos quedan potenciales jitazos celuloídicos en la wishlist a manta, hemos visto lo que hemos visto y no ha estado mal, Under the Skin, The Babadook, o The Congress, que hasta se estrenó en el cine y salimos de la cueva a hacer manitas en la sala mientras Harvey Keitel hacía un speech antológico, volaban cometas y la princesa Buttercup ahí lo daba todo, luego los dibujines, que no somos fanes, pues hasta ahí nos convenció, así que aquí está, y el palo que les venimos dando también.
Por Carlos Garm
Run The Jewels 2, de Killer Mike and El‑P
El‑P, con su estilo de producción en el que los sonidos parecen sacados de un presente-futuro distópico y su impresionante registro técnico y lírico, se une por segunda vez a un Killer Mike a veces profundamente inspirado, a veces directo como un puñetazo en el estómago pero que siempre es un ser sobrenatural fluyendo por el ritmo.
La única duda que se me plantea al escucharlo, ¿para cuándo un disco en solitario de Despot?
GamerGate
Me lo he tenido que pensar antes de incluir a este autodenominado «movimiento por la ética en el periodismo de videojuegos», pero la posibilidad de que esta caterva de imbéciles se encuentre de pronto con cualquiera de las entradas de este bendito blog y les explote la cabeza me ha parecido deliciosa.
Esta cosa que nació como respuesta a un post de un ex-novio celoso de la autora de videojuegos y persona generalmente ûbermolona que es Zoe Quinn en el que este personajillo lamentable acusaba a Zoe de acostarse con un periodista de Kotaku a cambio de una crítica positiva de su juego Depression Quest. Crítica que nunca existió de un juego gratuito que busca ayudar a las personas con depresión
Todo esto derivó en ataques personales, filtración de datos personales y amenazas de violación y muerte no solo hacia Zoe sino a muchas otras mujeres relacionadas con los videojuegos como Brianna Wu o Anita Sarkeesian. Todo por la ética.
With Those We Love Alive, de Porpentine
With Those We Love Alive es un juego gratuito hecho en Twine en el que su autora, Porpentine, crea un mundo en el que cada detalle macabro y pesadillesco se trata con total naturalidad. Desde el aspecto monstruoso de la Emperatriz del Reino hasta las pequeñas y desquiciadas anécdotas que ocurren junto al río.
Es una experiencia brillante por la sutil y extraña belleza de la prosa de Porpentine pero se convierte en algo mucho más profundo cuando se nos pide que dibujemos una serie de símbolos en nuestra propia piel que representen ciertas características de nuestra personalidad o hechos significativos de nuestra vida mezclando en un todo indivisible e indistinguible a jugador, mundo y personaje.
Por Mariano Hortal
La hoguera pública, de Robert Coover
Si tuviera que recomendar un libro de este año, seguramente, me iría a la obra maestra de Robert Coover. Publicada originalmente en 1977, han tenido que pasar varios años para que una editorial pequeña (como es Pálido Fuego), personalizada en la figura de José Luís Amores, su gran artífice, se haya atrevido a traernos una de las obras claves del siglo XX. Estamos ante una epopeya satírica brutal que lidia con uno de los momentos más dolorosos de la historia de EE. UU.: la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg, por ser acusados de vender el secreto de la bomba nuclear a Rusia durante la guerra fría. Coover parte de un hecho real y ficcionaliza lo que debió pasar en los tres días en que se desencadenaron los hechos en cuestión a través de la figura central (y poco fiable) de Richard Nixon (por aquel entonces vicepresidente en el mandato de Eisenhower). Lo curioso es que no se queda ahí sino que, en una especie de realismo mágico, personifica el sentimiento comunista y el norteamericano en las figuras aparentemente reales en la narración (aunque míticas) del Fantasma y Tío Sam, para dotar a la trama de todos los elementos necesarios y satirizar sin atisbo de redención una sociedad como la norteamericana. Si hay una novela que refleja el zeitgeist del momento, esta es sin duda la abrumadora hoguera , una hoguera que nos alumbrará en nuestro devenir.
Death in Venice, de Benjamin Britten con producción de Willy Decker en el Teatro Real
¿Quién ha dicho que una producción de ópera es un espectáculo caduco? Death in Venice, el testamento musical y artístico del británico Benjamin Britten, en la producción de Willy Decker desmiente esta afirmación categóricamente. Death in Venice transcurre prácticamente como un monólogo interior en el que el protagonista, Gustav von Aschenbach, el propio Britten, avanza como en un Künstlerroman literario cuyo núcleo es la figura del artista y en la que se narra la evolución y el destino de este. El escritor descubrirá la belleza a través de los sentidos, una belleza física. En su epifanía descubrirá que este anhelo por la belleza estaba siempre presente en él, pero necesita despojarse de todo lo que era para vivir esa devoción total por esa belleza. El montaje realza esta situación, el flujo de conciencia se desarrolla mediante escenas minimalistas que transcurren a la perfección, las transiciones son sutiles; se alternan coros y ballet y las entradas de una sombra que simboliza su destino final; cada escena está tan bien planeada que refuerza no solo el texto sino la fabulosa música del británico, rica en texturas, desplazándose de números en los que funciona de manera íntima hasta otros de gran densidad orquestal: en conclusión, esa sensación de estar viviendo una mezcla simbióticamente perfecta. Arte en mayúsculas.
Alfabeto, de Inger Christensen
La colección de poesía de Sexto Piso se inauguró con una rara avis infrecuentemente deliciosa. Un poema que sigue la serie de Fibonacci (cada verso es la suma de los dos precedentes) y en el que cada grupo de poemas empieza por una letra sucesiva del alfabeto ; podría parecer encorsetado, tendría que serlo, y sin embargo, no lo es. Muy al contrario, ya que esa apariencia esconde una libertad en el estilo, en la estructura y en los temas tratados que la escritora danesa combina con inigualable atino. La dicotomía creación-destrucción está presente en todo momento y es el reflejo de una vida actual donde los contrastes están a la orden del día. Una galería de grises altamente recomendable; una forma de entender, sensorialmente, en tus propias carnes, lo que es el aliento poético.
Por Peter Hostile
Death In June – Die Wiesse Rosse – Reserva Espiritual de Occidente
15-12-2014. Madrid. Sala Paddock.
No todos los meses, ni todos los años, se tiene la oportunidad de poder ver compartiendo escenario a tres generaciones de un género tan dado al oscurantismo como el neofolk. Al menos no fuera de festivales especializados. Menos aún si la banda cabeza de cartel resultan ser los padres de todo esto. Para la crítica estrictamente musical encontrarán mejores cronistas que mi persona. «Sobresaliente» es el único adjetivo que me salta a la lengua. Lo que hace plantearse si lo importante del concierto fue que pasó, que lo pudimos vivir, o que estás cosas ya sólo nos interesan a cuatro es que desgraciadamente parecía ser que a bastantes de los presentes les debía dar completamente igual estar viendo a Douglas P. desplegando magick sonora puesto que durante todo el repertorio no bajó el murmullo de voces que ya había acompañando a REO y DWR. La liturgia de un concierto se ha ido trasladando progresivamente del escenario al público, siempre ha existido la pandilla de amargados acodados a la barra y rajando de todo y todos pero se hace extraño ver cómo esa gente ha ido contaminando todo el espacio hasta situar embajadores de la mala educación en primera fila. ¿Nos merecemos acaso que nos pasen cosas buenas si el resultado es este? No quiero vivir en un mundo donde en un buen concierto mis ganas de pegarle un puñetazo a la persona de detrás superen a mis ganas de abrazar al que está subido en un escenario.
Cosmos: A Spacetime Odyssey, de Neil deGrasse Tyson
La antorcha que Carl Sagan encendió tenía que haber iluminado esta humanidad sin oficio ni beneficio que nos ha dado la vida, desgraciadamente encontró pocos voluntarios dispuestos a coger el relevo cuando finalmente volvió a disgregarse en polvo de estrellas. Ha tenido que ser Neil deGrasse Tyson el que consiguiera reunir el suficiente número de partículas de inspiración, admiración y voluntad como para volver a alzar el faro del saber. Todavía es pronto para saber si ha conseguido iluminar las zonas oscuras de las mentes de esta generación como ya hiciera Sagan. Tanto si lo consigue como si no todos debemos dar las gracias de poder ver divulgación científica de calidad hecha con el propósito no de contentar al que ya sabe de todo si no de fascinar al que desconoce lo que tiene alrededor. El lugar de La Nave de la Imaginación no debe ser el olvido. Nació con la esperanza de despegar para no volver a detenerse nunca pero solo nosotros podemos realmente reponer su combustible.
Jodorowsky’s Dune, de Frank Pavich
Mito y realidad. Mito o realidad. Mito contra realidad. No creo que haya habido un mejor campo de batalla este año para que ambos conceptos se vean las caras. La historia que se va construyendo ladrillo a ladrillo a medida que pasan los minutos sería el equivalente a La Sagrada Familia de las historias inverosímiles. Historia anclada a unos cimientos relativamente endebles: un productor «recompensa» a un director por el éxito de su última película dándole carta blanca para escoger su próximo proyecto. Pero ese director es Alejandro Jodorowsky con un complejo de Dios a sus espaldas. A día de hoy puede que sólo nos venga a la cabeza su faceta como vende libros mercachifle medio magufo y new age pero no hay que olvidar qué ha sido siempre Jodorowsky: un maravilloso y encantador cuentacuentos, un mago de las historias. De un ilusionista que presume de adornar siempre que puede su propia vida de destellos de «la realidad supera a la ficción supera a la realidad» no se puede esperar un simple recuento de hechos, anécdotas, cifras y nombres. Tiene, necesita, practicar un rito psicomágico sobre si mismo disfrazándolo de simple truco de magia disfrazado de Verdad Verdadera centrada en el espectador. Es vital para él que tanto en aquello que nos va a contar como en la forma en la que nos lo va a contar se confundan ambos conceptos: mito y realidad. Convirtiendo de paso un fracaso en éxito. Como no tenemos la película es importante que la historia sobre la película y el porqué de no tenerla merezca incluso más la pena que haber podido ver esa película. Y toda gran historia ha de ser, a la fuerza, una tragedia. Pero tranquilos la tragedia no nos ha pasado a nosotros. Ese es el truco que guarda en la chistera Alejandro: sin esa tragedia que nos está contando no habríamos podido disfrutar de esta batalla, creemos sufrir por no poder ver algo que nunca existió. No es así. Nadie ha sido partido por la mitad. El conejo está a salvo en la jaula. La cartera se te devolverá a la salida. Ya puedes respirar.
Por David Intramuros
¿El (principio del) fin de la Era Blockbuster?
El título del epígrafe puede sonar atrevido viendo cómo lo está petando Marvel en cine y el babeo masivo que produjo el inerte teaser de la nueva entrega de Star Wars, pero si analizamos los datos fríamente, podemos encontrar indicios de que no es oro todo lo que reluce. Este año, sólo la cuarta entrega de Transformers ha superado la barrera de recaudación de los mil millones de dólares a nivel mundial, y eso gracias a los insólitos 300 kilos que amasó en China. El resto del top 10 se sitúa a bastante distancia, alrededor de la marca de los 700 millones. Si tenemos en cuenta que, en ejercicios anteriores hemos visto hasta 4 producciones superar el millardo en un solo año, así como otro buen puñado que no llegó por muy poquito, la cosa da que pensar. Dentro de los States, las cifras han sido especialmente bajas, dando la sensación de que el cada vez más importante mercado chino salvó el año; pero sabemos cuan proteccionistas son los chinos, y que si dejan entrar tanta peli americana en el país es porque la mayoría de la pasta se va a quedar allí. Los intentos de crear nuevos bombazos young adult no han salido demasiado bien, todo parece indicar que las nuevas entregas de Los Juegos del Hambre y El Hobbit recaudarán menos que cualquiera de sus capítulos anteriores, la (muy homogeneizada) animación infográfica ya no es el maná que fue en otros tiempos, y Marvel, pese a sus creciente popularidad, tampoco es que roce la estratosfera: ninguna de las cuatro producciones basadas en sus personajes (todas en el top 10) han superado en recaudación al Spider-Man de Raimi con peor dato de taquilla, y si tenemos en cuenta la inflación y la escalada de presupuestos (que roza lo inasumible) en los últimos años, peor me lo pones. Por otro lado, cada vez son más las pequeñas y medianas producciones de excelente acabado técnico, visual (el “bienhechismo” ya no es exclusivo del Hollywood mainstream) y sobre todo, artístico, que han salido muy rentables: El Gran Hotel Budapest, Boyhood, Nightcrawler, Rompenieves, John Wick… ¿Es todo esto el principio de un cambio de tendencia o un simple espejismo? Lo tendremos más claro en 2015, viendo qué ocurre con las nuevas y esperadísimas entregas de Los Vengadores, James Bond, Jurassic Park y Star Wars. En cualquier caso, sirva esta importante bajada de ingresos blockbusterianos como aviso a las grandes: Un día de estos os explota la burbuja y os encontraréis con una clientela adicta al fast food, que se queda sin alimento favorito y sin capacidad para apreciar las alternativas que le podáis ofrecer.
El regreso de Junji Ito
Me resulta muy jodido de entender por qué no se ha publicado nada de Junji Ito en nuestro país durante el largo (y “niponamente” fructífero) periodo 2007 – 2013. La sequía de obras de este maestro del terror obsesivo a los largo de estos años contrasta con la abundancia de novedades en español perpetradas por gente como Shintaro Kago, Suehiro Maruo o Ideshi Hino, con los que el autor que nos ocupa comparte sensibilidades. Felizmente, el misterioso veto ha terminado, con ECC poniendo de golpe en las estanterías dos de sus excelsos trabajos. Uno de ellos es Gyo, un delirio biomecánico que podría considerarse precuela apócrifa a los decadentes tecnopaisajes futuristas de H.R. Giger. El otro, Black Paradox, se sirve del llamado efecto siniestro de una manera tan inquietantemente retorcida que de seguro Sigmund Freud lo tendría que leer con una sola mano. QUEREMOS MÁS.
Asiatisch
Es muy probable que no encuentren el LP de debut de Fatima Al Qadiri encabezando ninguna de las miles de listas de mejores discos del año, pero a nivel conceptual, difícilmente escucharán algo tan interesante. En Asiatisch, la kuwaití afincada en Brooklyn nos propone un universo sonoro a medio camino entre realidad alternativa y futuro cercano. Imagínense que China y los petroemiratos, además de cortar el bacalao en lo económico como ya lo están haciendo, también le quitasen la hegemonía cultural al mundo anglosajón. En ese imaginario contexto de mutaciones pop intra-asiáticas, fervor religioso e hipercapitalismo salvaje, seguramente los temas del álbum que nos ocupa serían hits de hilo musical en restaurantes chic, locales de copas y ascensores de hoteles de seis estrellas. El sonido Al Qadiri es minimalista a la vez que hortera, cálido a la vez que mecánico, vulgar a la vez que enigmático… Tan contradictorio como el mundo al que hace referencia.
Por Henrique Lage
A propósito de Llewyn Davis, de Ethan y Joel Coen
Aunque estrenada el pasado año, el calendario de distribución en España obliga a recuperarla. El periplo en espiral de un Peter Pan desahuciado, un homenaje —no carente de sorna— a la escena musical folk de Greenwich Village en los año sesenta. También la historia de un tipo zarandeado por la vida, cansado de luchar por sueños que cada día parecen más lejos y donde ningún esfuerzo parece ser suficiente. Cargado por el duelo de un amigo y compañero, espejo de una parte de nosotros que muere poco a poco. Gatos que huyen y vuelven y por el medio viven aventuras más satisfactorias que las nuestras. Ante las promesas de un mundo nuevo, un joven sin más esperanzas: historias que he visto tan próximas como para tener un enorme apego emocional a esta película.
Over the Garden Wall, de Patrick McHale
Dos hermanastros caminan durante el ocaso por los bosques otoñales de Nueva Inglaterra. Wirt es el mayor y neurótico, Gregory es inocente, despreocupado e impulsivo. No tarda en unirse, como reemplazo de Virgilio, un cínico pájaro azulejo llamado, apropiadamente, Beatrice. Pero en este extraño bosque asola una Bestia… A lo largo de diez capítulos de poco más de once minutos, en una duración no muy lejana a cualquier largometraje, Patrick McHale y su equipo tejen una trama única enriquecida por episodios y encuentros entre el folclore, los cuentos clásicos, el simbolismo y desvergonzados homenajes a los orígenes de la animación: aquí se cruza Winsor McCay con los hermanos Fleischer, el primer Disney, Yuri Norshtéin o Studio Ghibli y, por supuesto, todo lo aprendido por su creador tras su paso por Hora de Aventuras. Over the Garden Wall no es solo una miniserie animada, cargada de traviesas secuencias musicales, que se puede ver repetidas veces para encontrar nuevos detalles. Es también una relación entre la televisión y los ritos estacionales, no sólo con las historias de madurez, también la transición del Otoño al Invierno y, por tanto, una celebración de los especiales animados de Halloween y Navidad que han inundado tantas infancias frente a la pequeña pantalla. «And that’s a rock fact!»
#GamerGate
En su resolución, The Newsroom —la que podría ser la última serie en televisión de ese orgulloso neoludita llamado Aaron Sorkin— ponía gran peso en el personaje de Neal Sampat (Dev Patel), el muchacho que a lo largo de la serie ha defendido el papel del periodismo ciudadano o movimientos transversales —al menos, en sus inicios— como Occupy Wall Street. La última intervención de Neal en la serie es para regañar a sus sustitutos, un grupo de misántropos que prefieren la provocación desinformada y la popularidad del clic al contenido y valor de una noticia. «The internet is user sensitives just like most things» dice Neal, y en efecto: es una herramienta que puede sacar lo mejor y lo peor de nosotros, en función de las sensibilidades de aquellos que lo usan. Se pone de especial manifiesto a la luz del llamado Gamergate: es sintomático que una de las defensas de dicho movimiento llegase desde la cuenta de Twitter de Occupy Wall Street, bajo la portavocía de Justine Tunney por motu propio. En medio de una confusión entre las lecturas interesadas de la Primera Enmienda, el temor elitista a la masificación de los videojuegos y la incapacidad para reconocer los componentes ideológicos del arte, hemos sido testigos de execrables campañas de acoso que no se olvidarán tan fácilmente y que ya han empezado a marcar la agenda tanto en la industria como en internet. The Newsroom planteaba algunas de sus contradicciones cuando pone a personajes como el protagónico Will McVoy (Jeff Daniels) a hablar de su «misión de civilizar», citando a Don Quijote como referente moral y señalándolo como el primer Social Justice Warrior: ¿Es ese el mensaje de un WASP de clase alta, de un modelo del «One Percent» que el propio Occupy denunciaba? Sorkin, McVoy y el hidalgo Quijano son privilegiados que, en su afán por llevar lo que ellos consideran lo mejor para el pueblo llano pueden acabar cayendo en cierto clasismo. Aún siendo conscientes de ello, no debería ser óbice para enfrentar la intolerancia y el hostigamiento. Si, como decía Neal, internet responde a lo que aportamos, quizás nuestra lucha se sitúe en cuestionarnos más que aportamos, que compartimos y dinfundimos.
La luz del manga, Walter Benjamin y Calígula en escena
Una infancia marcada por los cómics te ofrece un mundo donde los superhéroes son gente lejana con la que te identificas tocando una viñeta. El mundo se llena de contrastes cuando creces y te alejas de las historietas a color. La transición pasa por Alberto Breccia y su recreación de Los Mitos de Cthulhu. Poderosos trazos indagando en el dibujo por el más allá de Lovecraft.Descubrir el manga en medio de la moda, no debe ser necesariamente un mal. Escuchar, masivamente a chiquillos hablando de sombríos personajes, niñas sexys y monstruos acechantes que caen del cielo, como el shinigami de Death Note, amante de las manzanas y las intrigantes relaciones humanas, sobrepasa el telón de fondo y se convierte en comunidad de la que no buscaste formar parte. Estar en lo bordes, o sea como fuere, estar allí como un otaku fantasmal.El manga sobrepasa los argumentos básicos de un apocalipsis o de la vida juvenil hiperactiva que estalla de aburrimiento. Potentes el blanco y el negro como expresionismo contemporáneo en sus historias. Es aquel manga, el artefacto que te captura, impregnándote de su violencia hacia la epifanía. Cuando estás allí, sientes gratitud por el instante.
Walter Benjamin, el filósofo alemán que no se ajustó a una escuela de pensamiento, quien escribió sobre Ética, arte y urbe parisina, actúa como un guionista del futuro, deliberando sobre las implicancias del capitalismo. Escribe sobre los grandes almacenes que prefiguran los supermarkets y las cadenas de ropa de marca. El flâneur, retratado en los poemas de Baudelaire, es potenciado por Walter Benjamin en su Libro de los Pasajes. ¿Es posible la existencia del flâneur en un mundo donde la rapidez es el signo de los tiempo? El paseante que contempla la ciudad, la suya, la que visita, la que descubre y redescubre en un proceso que rebasa los límites del puro goce. ¿Qué le depara al flâneur, el mundo de hoy, sus ciudades, su tóxica expansión?Leer todo lo que escribió Walter Benjamin puede ser una odisea. Unos, elegimos entre sus libros, nos acercamos a sus memorias de la infancia, para conocer cómo recupera la mirada del niño con significantes del presente. La niebla del recuerdo convertida en claridad, rescatando los cimentos de una personalidad inquieta, que nos ofrece una diversidad de escritos heterodoxos, la contribución de quien para volcar sus experiencias, se encarnara en el flâneur que escribe. ¿Quién negaría su calidad de pensador en estos sinuosos tiempos que nos ha tocado vivir?
Calígula, de Albert Camus, llevada al teatro por Ópalo
El speech de los tiranos, encerrado en una sola interpretación encontró en el Emperador Romano Calígula, un opaco éxito. Explorar a un déspota desde el lugar de las miserias humanas, puede ser una aventura existencial para el actor y los espectadores. Opalo, grupo de Teatro que nació en Lima, materializó este proyecto, en el montaje de Calígula. Se rompió con la dicotomía: tirano vs. oprimidos. Los llamados oprimidos no son inocentes cien por ciento. La víctima no está maldita. El victimario no es una maldición divina. ¿Qué hay en la voracidad de un individuo que personifica el poder extremo?¿Por qué un solo hombre puede contener un gran poder en sus actos y legitimizarlos impunemente? Ópalo, grupo dirigido por Jorge Villanueva, nos dio la versión de Calígula, en uno de los hitos del teatro en Lima, en una interpretación considerada la más vibrante del 2014. No se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo, decía Albert Camus.
Por Grace Morales
Me sería más agradable escribir un listado de lo peor del 2014, que ha sido muchísimo en el terreno socio-económico y político, también en el llamado cultural o como dios quiera que se conozca ahora esto. Es cuestión de pensar si lo que consumimos hoy tiene alguna relación con la cultura, tal como alguno de nosotros, por edad, llegó a conocerla en un pasado remoto, cuando daba los últimos coletazos, al margen de divisiones estúpidas, como lo de «baja» y «alta» o las diferencias clasistas marcadas por la disponibilidad de los medios para comprarlas, descargarlas o copiarlas, al margen de otras disquisiciones, como el género o los derechos. Estas son mis elecciones.
Melodías Pizarras (Marciano y Longino Pizarro, Radio 3, sábados de 22:00 a 24:00)
Seis años llevan haciendo algo insólito. Salvo en las emisoras libres y alguna excepción, no hay programa musical que se haga con discos reales, mucho menos en un formato difícil de encontrar (y caro). Se hace en directo, lo que lo acerca a un espíritu punk perdido entre saldos retro. Los sonidos que escuchamos son el pop de la época de oro de la música, desde los años veinte hasta los cuarenta, antes de que llegara el rock y lo estropeara todo. Discos formidables, sonidos primitivos, más incorrectos y salvajes que cualquier «banda» de estas por la que se mata la gente para ir a ver. Si este programa lo hicieran en Francia, ya los hubiesen puesto una calle.
http://blog.rtve.es/melodiaspizarras/
Snowpiercer, de Bong Joon-ho
Nunca las distopías se parecieron tanto a la realidad. Al menos, a la nuestra. Finiquitada la clase media por el régimen de libertades y la democracia, vivimos en un mundo que parece haber salido de Los Mercaderes del Espacio, de F. Pohl, pero en cateto, por lo que no se descarta que en un momento dado, terminemos de mala manera en el vagón de cola peleando a muerte por las barritas de cucaracha —bueno, al menos yo, no sé si alguno de los que me lee es un patricio hipster que se sentaría en los de primera clase — . Gran película, buenas actuaciones, despliegue de medios, (ultra)violencia, humor y bonito final. Yo hubiera dejado solo a los animales, pero es una opción.
PAH (Plataformas de afectados por la hipoteca)
Espero que Álvaro me disculpe. Después de pensar en una lista de libros, series de televisión y discos, he creído mejor destacar como una de las mejores iniciativas culturales del año (y de los anteriores) a estos grupos de gente que ayudan a otra gente que se queda en la calle, en la mayoría de los casos por razones injustas. También son loables los bancos de alimentos que funcionan cerca de donde yo vivo, y que están abiertos todo el día para familias, personas solas. Desconfío profundamente de quienes se arrogan en líderes políticos, pero creo en la solidaridad y la unión de débiles contra matones. La cultura es eso.
http://afectadosporlahipoteca.com/propuestas/
Por Álvaro Ortiz
Olivier Schrauwen, señor belga que hace cómics increíbles
El primer número de Arséne Schrauwen, la serie donde el autor cuenta las peripecias coloniales de su abuelo creo que salió el año pasado, pero lo que es seguro es que este año salió el segundo. Y también este año Fulgencio Pimentel tuvo a bien de rescatar algunas de sus obras anteriores como Mowgli en el espejo o Grises (que incluyeron en su antología Terry junto a un buen puñado de grandes historietas). Así que con estas tres cosas creo que se convierte en mi autor favorito del año (aunque anteriormente llamase mi atención con Mi pequeño y me conquistase del todo con El hombre que se dejó crecer la barba).
El concierto de Slowdive en el Primavera Sound
A Slowdive los descubrí como hace 10 años, y aunque los tipos llevaban casi 20 separados y centrados en otros proyectos musicales era de suponer que tarde o temprano se tenían que juntar y hacer una gira y yo tenía que ir a verlos allí donde tocasen. El concierto del Primavera fue uno de los primeros conciertos de la gira y aún así sonó como si no se hubiesen separado nunca. Estos pioneros de shoegaze dejaron a todo el mundo con la boca abierta y se fueron a continuar su gira mundial y yo me fui a ver otros conciertos que aunque también estuvieron muy bien no fueron tan especiales como este.
Ritual, de David Pinner, edita Alpha Decay
Este libro me lo regalaron para mi cumpleaños porque en la portada había cabezas de animales y en la contraportada decían algo así como que era una novela negra y una historia de terror folk. Su escritor David Pinner se dedicaba a escribir teatro y en 1967 publicó Ritual, que sería su primera novela y que después se intentó llevar al cine aunque al final acabó convertida en otra cosa distinta titulada The Wicker Man y que no he visto pero tendré que ver pronto. Hacía tiempo que no me reía leyendo una novela y con esta me reí, pero es que además tiene un montón de trozos chungos, personajes inquietantes, bosques, playas y sí, también tiene rituales y máscaras de animales. Perfecto todo.
Ah, sí, y el final lo leí cuando ya había terminado de dibujar Murderabilia y me llevé una gran sorpresa con alguna coincidencia.
Por Carlos Ramírez
The Raid 2, de Gareth Evans
Lo sorprendente de esta secuela no es corroborar que la crítica siempre recibirá con mayores elogios a un filme de artes marciales cuyo hilo argumental sea más fuerte y tenga mayor presencia que las escenas de puñetazos y llaves y objetos punzantes hasta en el píloro, sino que, en comparación, la primera The Raid (2011), con su frivolidad y simplicidad dramática, consiguiese estar no muy por debajo en el peculiar baremo de los críticos de cine. The Raid 2 no es solo una de las mejores películas de 2014, también es más ambiciosa, hardcore, extenuante y culturalmente accesible que su antecesora. Pero es justo recordar que mucho de lo que hace grande a la segunda entrega de esta potencial trilogía de poder, corrupción y honor, con un apetito insaciable por algunos de los combates cuerpo a cuerpo más espectaculares desde Matrix, procede de la anterior entrega. Y si la obra maestra de los hermanos Wachowski revolucionaba el cine de acción a través de sus efectos especiales, Gareth Evans y su pupilo Iko «arma de destrucción masiva» Uwais llevan la revolución en sentido contrario, hacia la desnudez y la transparencia de unas secuencias realizadas con planos abiertos donde lo que ves es lo que hay, donde la magia no está en que los efectos especiales conviertan lo imposible en posible, sino en cómo demonios han conseguido que ese figurante no acabe con el cráneo destrozado de verdad tras el rodaje. Aun con enfoques diametralmente opuestos, ambos filmes aciertan en aquello que hace grande a una película de acción, en que un combate no es una set piece azarosa aislada del resto de obstáculos que conforman la progresión dramática del personaje, sino precisamente el conflicto más importante de todos. En que a través de una secuencia de acción bien guionizada se puede generar suspense del mismo calibre que el de cualquier otro género.
Menciones especiales: La isla mínima y Rompenieves
The Evil Within, de Shinji Mikami
Shinji Mikami firma su regreso con sangre. Un espectáculo visual excesivo incluso para los japoneses, para quienes se ha distribuido una versión no censurada que ni por esas muestra los detalles más escabrosos de la obra de horror del año. Cierto, no es tan terrorífico como lo visto en P.T. —que, recordemos, de momento no es más que una demo técnica — , la historia apenas genera suspense y por momentos puede parecer que el juego dura más de lo necesario, precisamente por no tener una gran trama en la que apoyarse, pero no creo que la calidad de una obra de terror dependa tanto de cuánto miedo da como de los valores estéticos que propone y de la intencionalidad del autor. ¿Es acaso The Cabin in the Woods una mala película de terror porque «no da miedo»? ¿O Scream? Mikami aprovecha The Evil Within para mucho más que dar sustos. Lo que propone es, para empezar, un juego de referencias a películas y videojuegos —propios y ajenos— del género. También una excelente praxis de las mecánicas de juego que generan una dinámica de supervivencia combinadas con una astuta perversión de la detección de trampas ocultas de títulos como Dark Souls. Asimismo, algo por lo que quizá Mikami no había apostado tanto en anteriores trabajos: una mayor importancia del arte conceptual como generador de ideas desde las que empezar a trabajar. Esto último da lugar a lo más memorable de The Evil Within, un desfile macabro de criaturas de pesadilla que permanecerán durante bastante tiempo en nuestra psique.
Menciones especiales: Banished y Terra Battle
Antemasque, de Antemasque
Si es cierto que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, tanto Cedric Bixler-Zavala como Omar Rodríguez-López deberían empezar a hacerse responsables del enorme talento que atesoran. At the Drive-In y The Mars Volta son solo la punta del iceberg de una carrera musical trufada de proyectos paralelos y bandas de un solo disco. A todos nos entristeció la muerte de The Mars Volta, pero sabíamos que el magnetismo entre estos dos artistas los atraería tarde o temprano hacia una nueva empresa musical. Cuando se anunció Antemasque la sorpresa no fue tanto el hecho en sí del regreso tras un breve distanciamiento, sino que esta vez el proyecto parecía serio. Con Flea como bajista de estudio y Dave Elitch, un viejo conocido del dúo, a la batería, Antemasque tenía pinta de ser algo más que un entretenimiento pasajero. Parecía, por fin, el inicio de una nueva ruta musical que los alejaría del rock experimental, la psicodelia y el jazz. El disco debut es un álbum contundente donde Cedric y Omar abrazan la estructura estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-puente-estribillo como nunca antes lo habían hecho: con naturalidad, aceptando el sonido tal y como fluye, sin que la soberbia imponga ningún tipo de vanguardismo. Este sonido, a medio camino entre el punk y el rock progresivo, es oscuro, genuinamente americano y podría encajar perfectamente en una promo de la próxima temporada de True Detective. Si In The Lurch no te atrapa, prueba con Drown All Your Witches. Si no, con Providence. Y si tampoco, sigue escuchando… no sé, lo que sea que escuches. Yo me quedaré rezando para que esta vez tengan la paciencia necesaria para hacer de Antemasque el prometedor inicio de algo duradero y muy poderoso.
Menciones especiales: Lost in the Dream, de The War on Drugs y Songs of Innocence de U2.
Por Mike Remacha
La experimentación en la animación
Desde las breves y repetitivas animaciones de McCay, pasando por los morphings de The Wall, hasta el collage (o pastiche) de El increíble mundo de Gumball, la animación ha experimentado hasta límites absurdos… Pero el límite va estirándose. Puede salir mejor o peor, pero no le quitamos la gran importancia que tiene a la hora de la creación. Este año 2014 ha estado lleno de cosas interesantes, al menos en cuanto a experimentación se refiere. El caso de Disney probando suerte, mano a mano, con Marvel (Big Hero 6), las ultimas locuras de Cyriak, el cambio de tono en Hora de aventuras hacia algo más serio y oscuro, el más difícil todavía de Laika Animations (que ha logrado un nivel técnico increíble en Boxtrolls), y el conseguir que una animación casi completamente 3D parezca hecha con minifiguras (La Lego Película). Pero si algo merece más atención que el resto es la evolución de Los Simpsons este año (por ejemplo su capítulo de Lego, el capitulo crossover con Padre de familia, o uno de los más recientes haciendo un homenaje-parodia hacia casi todos los tipos de animación). Concretare que lo mejor de esta mítica serie es su Gag del sofá, que en esta temporada se ha superado con creces dejando clara su condición de «Leyenda de la Animación» con Clown in the dumbs, de la mano del maravilloso vídeoartista Don Hertzfeldt. We still love you Homa.
La Galaxia está a salvo
El año ha sido prolífico en lo que a ciencia ficción cinematográfica se refiere: mala ha sido la semana en la que no hubiera noticias sobre alguna película del género. Sinsajo Parte 1, Al filo del mañana, El amanecer del planeta de los simios, Godzilla, Robocop, Lucy, Divergente… Y la lista sigue. Pero si dos películas han destacado entre la marabunta estas han sido Los Guardianes de la Galaxia de James Gunn, o cómo convertir una serie de cómics cancelados hasta la saciedad en una brillante adaptación a la pantalla grande del espíritu Marvel, e Interstellar de Christoper Nolan, el cual demuestra amor a la ciencia y a la humanidad y la ciencia ficción.
Zaragoza, capital de la cultura (o por lo menos empieza a parecerlo)
Proponer Zaragoza como capital de la cultura 2016 es echarle muchos huevos. En una ciudad que cierra salas de conciertos, construye mastodónticos museos para cuatro cuadros y dos esculturas por exposición, trayendo una y otra vez exactamente las mismas colecciones o directamente dejándolas expuestas de por vida, promocionando nada o casi nada lo poco que se va haciendo, la iniciativa resulta, cuanto menos, risible. Aunque, a veces, las cosas cambian. En 2014 ha sido un placer ver el germinar de la cultura en la capital del viento (jódete, Chicago). Desde grabados de kabuki y noh hasta colecciones magnificas de grandes artistas contemporáneas —donde pude ver en persona un tríptico de mi gran amor, Francis Bacon— hasta ciclos de cine clásico, una exposición de Pixar y, para reamatar, un Salón del Cómic que ha sabido promocionarse a sí mismo y a multitud de exposiciones satélite relacionadas con el mundo de las viñetas.
Por Jesús Rocamora
Ole tu coño
Algunas imágenes rápidas. Beyoncé en la gala de la MTV Video Music Awards sobre un fondo que dice FEMINIST. Emma Watson en la sede de la ONU: «Quiero que los hombres se comprometan para que así sus hijas, hermanas y madres se liberen del prejuicio y también para que sus hijos se sientan con permiso de ser vulnerables, humanos y una versión más honesta y completa de ellos mismos». Nicki Minaj menando el culo, pelando una banana y tirándola lejos, porque al fin y al cabo su feminismo no tiene nada que ver con el de Beyoncé, que al fin y al cabo está felizmente casada y con hijos: no es ni mejor ni peor, es el mismo pero es otro. Laura Jane Grace de Against Me! y Laverne Cox en Orange Is The New Black han dado visibilidad a los transexuales. Mientras escribo esto, leo en el tuiter de Lena Prado: «Parece que vamos a tener un hombre trans guapísimo hijo de la pareja de oro yanki. Me van a caer bien y todo». Y sonrío. Luego estuvo el GamerGate. Vergonzoso, claro, pero nos permitió hablar de los videojuegos como si no fuésemos mocosos de 18 o algo mucho peor: tipos de casi 40 escribiendo de videojuegos y comportándonos como mocosos de 18. Y también nos permitió ver de qué pie cojeáis algunos y aplaudir a Eva Cid y compañía por su capacidad de reacción y por saber reírse de todo. Yo mismo escribí un artículo en La Marea sobre la escena trans y gay en los videojuegos con una bonita llamada en portada. Todas estas cosas permitieron en los medios, que siguen siendo una de nuestras ventanas a la realidad, un debate, el del papel de la mujer y el hombre (mujer y hombre, repito) en la sociedad actual y en el mundo del espectáculo/cultural/pop, impensable hace unos años. Impensable porque en 2014 todo esto estaba superado, ¿no? Menuda sorpresa que te abran los ojos de golpe.
El hipster eres tú
Que quede claro desde el principio: para mí, el libro de Lenore no habla de que el reggaetón es mejor que el indie ni te echa la bronca porque te guste el neo-folk o la americana, que son géneros de blanquitos aburridos. Tampoco es un libro sobre el clasismo o el racismo en el pop, aunque aproveche para ilustrarnos sobre ello con ejemplos, algunos más afortunados que otros. Y aunque me parezca un necesario ejercicio de autocrítica para los periodistas culturales y medios de comunicación, tampoco quiero reducir su lectura a algo solo aplicable a esa figura del crítico-en-su-torre-de-márfil-y-el-culo-gordo-en-el-sofá, del que llego todo el año intentando huir. Culogordo. Ni siquiera sobre si debes leer Rockdelux o revistas masculinas para el hombre definitivo de gusto incuestionable, que ya son ganas. Para mí, todo este ruido sobre los hipsters se reduce a lo que tú y yo llevamos años haciendo sin pensarlo demasiado, a lo que en parte hacemos aquí mismo, ahora mismo: poner nuestro consumismo cultural por encima del consumismo cultural del resto, como si en esto también hubiera clases y categorías. Dejar que un artista nos defina. Levantar la mirada al cielo al comprobar que no has visto La Mejor Serie del Año™. Pretender que si te descubro el trabajo de los sellos Ascetic House y PC Music, tu 2014 va a tener completo sentido y me amarás como a un gurú. El coleccionismo de mierda. Creer que el arte vaya a salvarte la vida y abrirte las puertas del cielo mientras que el vecino está condenado al infierno. Y si no te gusta la palabra, inventémonos otra. Que ese no sea el problema, por favor.
Johansson y McConaughey y el bicho
Her. Capitán América: El soldado de invierno. Under the Skin. Lucy. True Detective. Dallas Buyers Club. El lobo de Wall Street. Ah, y la hija de Ripley en Alien: Isolation: parece mentira que hayan tenido que pasar tantos años para que alguien se diera cuenta de que ahí había chicha para un videojuego donde disparar al alien no es la clave. Qué tía. Qué bien me lo he pasado.
Por Aarón Rodríguez
El Berlín de Lou Reed en la gran pantalla (Proyección en Filmoteca Española)
El auge y caída de los niños tristes de la Factory. Iban a toda hostia mercadeando por los retretes de la cultura pop, con las navajas afiladas, los pelucones, la boca abierta en un gesto de feliz incredulidad. Todavía no hemos escrito su historia, y eso que la sacrosanta procesión de fans de Lou Reed ya depositaron sus coronas de flores virtuales en los muros de Facebook. Dicen que no está el patio para canciones tristes porque los yonquis ya no cobran ni la prestación que PlasMariano les ha ido hurtando ante la evidencia de su falta de productividad. En los 70 y los 80 los yonquis eran las mascotas de las grandes ciudades que empezaban a postmodernizarse, algo así como los Cobis del pasote. Madrid vende movida —dialéctica centro/periferia— pero olvida rápidamente a los yonquis que esnifaban en plata a la salida del Penta y que ahora están, Dios los bendiga, ocupando el esquinazo ciego del discurso en el Cementerio de la Almudena. De ahí que nos apasione ver a Lou Reed volviendo a poner sobre las tablas aquel Berlín que era también un mal viaje de Bob Ezrin, el gran arquitecto sonoro del fracaso que venía, un eterno secundario de los grandes trabajos lúgubres de los setenta —Berlín, pero también The Wall. Ezrin había entendido como Dios las cuerdas de Mahler y le dio por traerle al Nueva York desquiciado de la postVelvet. Aquel nunca ha sido nuestro territorio. Aquella nunca ha sido nuestra experiencia. Y sin embargo, con qué comodidad ocupamos esos sonidos, esas letras, ese amor y ese gesto de los niños que aúllan de pánico cuando son arrancados de los brazos de su madre yonqui. Dicen que tenemos que volver al Berlín de Lou Reed, pero si se dan una vuelta por los suburbios de las grandes ciudades verán que nunca hemos salido realmente de él.
Arenal Sound 2014
El caso es que todo el mundo, sobre todo peña de 16 o 17 años, fue como el culo pegando berridos y meando al lado de la playa, consumiendo muy duro, a todas horas, convirtiendo aquel camping en una especie de alegre festival apocalíptico de orines & ropa interior secándose al sol de Levante & MDMA & ni tienen pasta ni son cool para ir al Primavera, sino que corren a sudar de todos los grupos indies y a pegarse la de Dios en las raves nocturnas hasta que no queda mandíbula ni cuerpo ni gorra y hasta que la rubia de bote cani periférica o el prometeo encadenado de turno aceptan, en fin, sexo oral o sexo sin preservativo o se invitan a unos tiros o puede incluso que hablen de algo, no sé, planes de futuro como montar una empresa (rúlate el peta) o estudiar algo serio para que su viejo deje de dar por culo o (¿quién coño toca dentro de una hora?) escapar vivos, de alguna manera, en fin, ellos no han visto Spring Breakers ni falta que les hace porque están muy por encima de nuestro intento de domesticar su fracaso en revistas culturales a lo PlayGrounder, y mañana será tarde, empezarán a perder el pelo, pillarán un piso de setenta metros cuadrados y sentirán pánico, el mismo pánico que yo puedo sortear, de alguna manera, escuchando a El Columpio Asesino o a Izal mientras ellos se meten las últimas clenchas de la tarde. Ellos ya han envejecido, pero al revés, yo estoy esperando a sus sucesores para seguir viendo cómo la vida, simplemente, fracasa.
Un plano (cualquiera) de «La señorita Julia» según Liv Ullmann
Las listas del Top 2014. Uno siempre llega tarde a todas las sesiones y todo el mundo lo ha visto todo ya y lo ha escrito todo. Sin embargo, casi nadie ha pensado en aquello del Strindberg+Ullmann, que es el equivalente cinematográfico de juguetear con el cuchillo de plata de los abuelos muertos en el interior de una tostadora enchufada a la luz. Coger un único plano de La señorita Julia y mirarlo fijamente, cara a cara como en un espejo, sorprenderse y escuchar de fondo todo ese rumor, toda esa tormenta que supuso el cine de Bergman, toda esa luz que nos ha ido salvando de arrojarnos por la ventana cada vez que cae la navidad y el puto soldado totalitario vuelve a casa por Navidad después de violar niñas en países impronunciables. Santo Bergman de los Mataderos inoculó antes de morir en la Ullmann un conocimiento de lo humano que ella ha desplegado como nadie, frame a frame, allí donde duele, allí donde nos hemos encontrado, allí donde “que el yo esté donde el Ello estuvo”. Allí donde existe la mujer y el deseo y la locura. ¿Qué otra cosa importa, en el fondo, salvo esas tres cosas? La mujer. El deseo. La locura. El resto no sirve ni para pensar, ni para hacer películas, ni para experimentar cosas que de verdad merezcan la pena. Piensen en cuantas películas se han estrenado en 2014 que no han hablado a las claras de esos tres vectores y lo tendrán claro.
Por Diego Salgado
Arte Salvaje: Una biografía de Robert Thompson, por Robert Polito
Como señala Robert Polito en el prólogo de su biografía sobre el autor de 1.280 almas y El asesino dentro de mí, el novelista Jim Thompson (1906−1977) ejemplifica una cultura popular que alcanza a ser subversiva a base de apostar simplemente por la expresión personal, intransferible y sin autocensuras del autor. La obra de Thompson barre así, sin siquiera pretenderlo, con cualquier frontera que pudiese establecerse entre la alta cultura y lo pulp, «como las fotos de espectáculos y asesinatos de Wegee, o la serie de lienzos que Andy Warhol consagró a revueltas raciales, coches accidentados y sillas eléctricas». Las novelas de Thompson logran deslizarse sobre un filo de la navaja creativo cuyo espíritu atiende, tanto a lo vanguardista, como a una literatura negra que hace saltar por los aires a partir de una premisa elemental: «las cosas no son lo que parecen», ni siquiera en el ámbito del noir. Thompson siempre parece atenerse en las primeras páginas de sus escritos al orden establecido en ese tipo de narraciones. Pero, poco a poco, poseído por el mismo impulso maligno —Poe lo denominaba el demonio de la perversidad, Thompson prefiere apelar a «la enfermedad»— que caracteriza a sus psicopáticos protagonistas, urde un descenso inexorable hacia la locura y el vacío que acaba afectando a la propia naturaleza de la ficción. Conviene subrayar que Thompson no violenta el marco en que desenvolvió su obra por la vía de la trascendencia, sino de la inmersión hasta sus profundidades abisales, hasta ese punto en el que la oscuridad absoluta empieza a generar su propia luz, trémula y tumefacta. No podía evitarlo. Como deduce Polito, «el desequilibrio en todas sus variantes impulsa los escritos de Thompson porque era un hombre profundamente alienado, y su alienación impregna prácticamente todas y cada una de las páginas de esta biografía». Una biografía tan excepcional como su objeto de estudio.
Asociación de Autoras de Cómic
Parece que esta vez el cómic y el feminismo han venido para quedarse. Que no volverán a constituir una moda. Que ni las viñetas ni las mujeres están dispuestas a plegarse de nuevo sobre sí mismas y a rememorar en el futuro esta época de crisis y oportunidades como lo que pudo ser y no fue. Uno síntoma de empoderamiento ¡conjunto! de medio y género lo ha constituido la Asociación de Autoras de Cómic, que impulsan desde diciembre de 2013 Carla Berrocal, Alixe Lobato, Susanna Martin, Elisa McCausland, Clara Soriano, Marika Vila y otras autoras, ensayistas y divulgadoras de cómic, decididas a reivindicar «el trabajo realizado por las autoras de hoy, la labor de muchas autoras de ayer injustamente olvidadas, y la igualdad real y efectiva en un mercado tradicionalmente dominado por el hombre como es la historieta». Con medios precarios pero una determinación envidiable, las promotoras de la asociación han logrado en solo un año organizar mesas redondas, conferencias y exposiciones; significar como herramienta política la ilustración y el cómic en contra de la ley del aborto que pretendió impulsar Alberto Ruiz Gallardón; establecer una red de iniciativas y debates con instituciones como el Comicca Fest de Granada o la librería Delirio de Móstoles; otorgar galardones conmemorativos a históricas del cómic español como Nuria Pompeia y Rosa Galcerán; y, como consecuencia de todo ello, obtener a su vez en el marco de la última edición de Expocomic el premio a la institución que más ha hecho en este breve periodo de tiempo por la historieta. Uno ha tenido el privilegio de seguir de cerca el nacimiento y desarrollo de la aventura, a la que queda mucho por delante, y puede afirmar que hacía años que no se topaba con un proyecto al valiese tanto la pena prestar atención; por las personas involucradas, y por la justicia indiscutible de aquello que propugnan.
The Vigilant Citizen
«Era el mejor de los momentos, era el peor de los momentos. La edad de la sabiduría, y también de la locura. La época de las creencias y de la incredulidad. La era de la luz y de las tinieblas. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación…» Charles Dickens iniciaba Historia de dos ciudades aludiendo a los albores de la Revolución Francesa; a la Gran Bretaña de 1859; al mundo de 2014; al desorden sin tiempo de las cosas. Las pesadillas de la recesión presente también han engendrado, como el Terror, monstruos de la moral, y los descubrimientos wikilékicos, gurús de la sospecha. Lo que se nos va revelando sobre el supuesto orden político y económico del que nos ha gustado ser súbditos, es malo. Lo que nos permite vislumbrar el universo imagen, aterrador. ¿Qué representan a estas alturas una película, un edificio, un vídeo musical, un asesinato? ¿Son síntomas, advertencias, instrucciones? ¿Qué nos dicen de sí mismos, de sus artífices, de nosotros, realmente? ¿Sus mandamientos responden únicamente ante el Capitalismo? Y, si es así, ¿a qué responde el Capitalismo? The Vigilant Citizen, página de origen incierto y lectura perturbadora, deposita desde hace unos años sobre lo contemporáneo una mirada a la que afluyen la paranoia y las creencias alternativas, hasta configurar post a post un Gran Relato tan convincente como todo lo imposible en el que confunden sus rasgos Thomas Pynchon, Henry Darger y Lou Bloom. Leer The Vigilant Citizen es adictivo, como lo es siempre el miedo; a lo loco y perdido que está el mundo del que somos partícipes, y a la profundidad insondable de nuestra ignorancia sobre su verdadera naturaleza; aunque, o precisamente porque, disfrute exhibiéndose abierta en canal en nuestros monitores.
Por Germán Sierra
El Horror
El horror cósmico, metafísico, abstracto, no tanto como género narrativo sino como punto de partida para la investigación y expresión de un radical escepticismo, suele ser una de las referencias esenciales del pensamiento y del arte en tiempos de cambio e incertidumbre, reflejando ahora nuestra incapacidad para continuar el proyecto moderno de inventar el futuro y el postmoderno de criticar esta invención. A semejanza de los ocurrido al inicio de la modernidad, a finales del siglo XIX y, en menor medida, en los años 70 del siglo XX, muchas de las obras artísticas más relevantes de la actualidad manifiestan el cíclico retorno de un terror primigenio hacia el Universo y hacia nosotros mismos. Aunque el terror como género cuenta desde hace mucho con un significativo número de fieles, el éxito popular de series de televisión como True Detective y, sobre todo, el hecho de que los mejores (a mi entender) libros que he leído este año estén, de uno u otro modo, relacionados con el contexto del horror, son síntomas de que la expresión artística del horror se ha extendido mucho más allá de sus límites habituales. Algunos ejemplos: 300.000.000, de Blake Butker; Last Stories and Other Stories, de William T. Vollmann; The Absolution of Roberto Alcestes Laing, de Nicholas Rombes; Phyl-Undhu, de Nick Land; Ancient Oceans of Central Kentucky, de David Connerley Nahm; Serial Kitsch, de Yuu Seki; Kill Manual, de Cassandra Troyan; Autophagiography, de A&N…
Bitcoin y la tecnología block chain
Bitcoin tiene ya cinco años, pero su popularidad (y la de las criptomonedas en general) se ha incrementado extraordinariamente en los últimos meses. No es improbable que Bitcoin llegue a convertirse en el MP3 de la industria financiera, lo que supondría una revolución en el mercado global con un impacto no menor a la aparición de la World Wide Web. Lo cierto es que estamos probablemente todavía muy lejos de evaluar las posibilidades del desarrollo de la tecnología block chain. Según Nick Szabo, Bitcoin ha sido pionero con el desarrollo de un sistema de computación block chain parcial, pero los límites del lenguaje Bitcoin y su pequeña capacidad de memoria limitan sus aplicaciones, pero estamos solo en el inicio de una tecnología que posiblemente dará forma al futuro inmediato.
Nuevas plataformas artísticas y literarias en la web
A lo largo de 2014 se ha producido una notable renovación de plataformas web y blogs/revistas dedicadas al arte y la literatura. Es destacable el cierre de HTMLGIANT, uno de los blogs literarios más importantes de los últimos años, la aparición de nuevas revistas online como Entropy, Queen Mob’s Tea House, y la expansión de Newhive, posiblemente la plataforma de webs artísticas más interesante de la actualidad.
Por John Tones
It Follows, de David Robert Mitchell
En una edición del festival de Sitges que, en términos generales, me ha dejado más satisfecho que años anteriores, a It Follows no le costó destacar hasta convertirse en mi película favorita de 2014 por una serie de razones que parecían conversar con mi yo más íntimo y lo que me interesa del cine de terror, pero que se resumen bien en un solo plano de su metraje, el inicial. Una chica en un estado de pánico absoluto, pero sin más histerias de las necesarias, sale huyendo ‑claramente trastornada por lo que ha sucedido unos minutos antes- de una tranquila casa en un no menos tranquilo barrio residencial norteamericano. La cámara gira 360 grados para que veamos cómo, en ese tranquilo amanecer, la perturbación de la joven apenas tiene respuesta. La chica arranca un coche y huye de allí a toda velocidad. No llegará muy lejos. Son los primeros compases de una película perturbadora y cercana, que habla del despertar sexual y de los ritos de iniciación, de la confianza y las convenciones en nuestras relaciones. Con una banda sonora increíble de Disasterpeace que traza puntos de contacto muy apropiados con La Noche de Halloween (uno de los indiscutibles referentes de It Follows) y ciertos matices argumentales que enlazan con la incomprendida, fallida y reivindicable Jennifer’s Body, It Follows recuerda a The Faculty, al primer Cronenberg, a Picnic en Hanging Rock, y a la vez es única y demoledoramente original. Terror de nueva generación para rendir pleitesía al pánico más viejo del mundo: que en el follar está el morir.
Nidhogg, de Messhof
No he jugado demasiado este año, no he seguido con interés los grandes lanzamientos, y mis momentos favoritos me los han proporcionado juegos que citaban películas de los setenta, estéticas de los ochenta y códigos lúdicos de los noventa. Desde esa perspectiva, Nidhogg es uno de los experimentos más satisfactorios del momento, uno que como otro de los grandes hitos del año, Olli Olli, escupe partidas de una media de dos minutos (en mi otro favorito, Super Time Force, las partidas duran algo menos y, al tiempo, algo más). Nidhogg solo tiene sentido como competitivo local, a cuatro manos y en un solo teclado, en un contexto donde tienen sentido los codazos, los insultos y el marrulleo. Un competitivo de la vieja escuela que rima con la estética pixelada y el abstracto horizonte decorativo e incomprensible que adorna los escenarios donde tiene lugar una encarnizada e infinita lucha a espadazo limpio. Puede que Nidhogg no pretenda ser gran cosa, pero que me aspen si el gusanazo devorando al avatar victorioso con una épica cabriola no se mea en cualquier explosionzaca hi-tech que nos hayan dado esas aburridas franquicias ambientadas en guerras que, demonios, sin los sempiternos codazos ni son guerras ni son ná.
Too Many Cooks, de Casper Kelly
La pieza de ficción pop más aguerrida del pasado año, sencilla en su concepto pero tremendamente agresiva en sus resoluciones, plantea una pregunta cada vez más extendida dentro de la cultura popular: qué habita entre los intersticios de lo que los medios nos permiten ver. Qué hay en los tiempos muertos, qué tipo de pesadillas y tomas alternativas genera el mismo material en el que están impresas las ficciones. En este caso, Too Many Cooks plantea los títulos de crédito de las sitcoms familiares de los ochenta y noventa como si fueran ficciones por sí mismas, y no anexos a producciones más complejas. Como si pudieran experimentar los mismos devaneos con otros géneros que disfrutan sus hermanos mayores, los del planteamiento, el nudo y el desenlace. Y como si sus protagonistas lo fueran solo de los créditos, y no entes prestados de otros mundos. El resultado, como tiene que ser, no concede ninguna respuesta, pero despliega un nuevo universo del que brota una pregunta detrás de otra. Impecable.
Ping Pong the Animation, de Masaaki Yuasa
Un año en el que hemos tenido Space Dandy, la publicación en inglés de The Man Next Door y todo lo relativo al «fin» de Ghibli y vamos y elegimos un anime deportivo con algunos problemas de producción como lo mejor de 2014. Claro que aquí no damos por malo ningún género (deportivo también es Redline) y además adoramos a Yuasa. Sus storyboards y dirección superan cualquier obstáculo y convierten a la serie en una delicia visual. Los añadidos a la historia original le añade los matices necesarios para llevarla a donde quiere: a contarnos la historia de varias personas que comparten el mismo deporte pero se mueven por distintos mecanismos y ven el mundo desde diferentes prismas. Y como en Tatami Galaxy, nos insta a que dejemos de ver a los otros como personajes secundarios de nuestras vidas. Sólo por eso ya merece estar aquí.
Guilty Gear Xrd ‑SIGN-, de Arc System Works
¿Es justo poner aquí a un juego que todavía no ha salido por Europa y que sólo se puede disfrutar importación mediante? No. Pero tampoco lo es ignorar lo que un equipo de unas veinticinco personas y un presupuesto limitado ha conseguido. No hablo de los gráficos, ya tendremos todo un 2015 para abrir la boca al verlos. Xrd es un monumento a Guilty Gear en particular y a los juegos de lucha como género. Con un amor que le lleva a pulir cada detalle y a tender la mano a los nuevos jugadores y mostrarles en qué consisten esos «secretos del hardcorismo», molestarse en explicarlos y ayudarle a usarlos bien. El mundo le seguirá dando las portadas y la atención a Capcom, dejad al menos que le de mi corazón a Arc System Works.
Bajas en el Regimen
Podemos tirarnos todo el día hablando sobre los cambios que se avecinan. Sobre qué dicen o no dirán las encuestas este año y el que viene o si 2015 va a ser un año interesante y/o turbulento. Sé que el resto de invitados a esta lista dará buena cuenta y con más acierto al panorama político. Así que me limitaré a destacar esto: de morir y abdicar no se vuelve.
Por Pablo Vergel
25/05/2014
En Mayo de 2011 algo sucedió sin nuestro permiso. Plazas y calles de las principales ciudades de España fueron tomadas por una especie de efeverescencia libertina que rechazaba no ya al Gobierno, no ya ciertas políticas, no a la Malvada Derecha sino que proponía resetear todo el sistema y darle la voz de nuevo a la ciudadanía. El impacto simbólico del llamado Movimiento 15M fue notorio pero enseguida se les echó encima el mass media, tan fascinado como disgustado, que acabó por desechar aquel movimiento ciudadano como un ejemplo de inmadurez política. Las aseambleas y las comisiones de Biodanza no iban a cambiar nada. Había unas reglas del juego político que cumplir y era evidente que aquellos desarrapados nunca serían capaces de tener carta de naturaleza en el entramado político institucional. El 25 de Mayo de 2014 sería la fecha de defunción de esa idea.
26/05/2014
El Partido Popular gana de manera ramplona las elecciones europeas. No obstante, PP y PSOE pierden entre ambas 17 diputados y millones de votos. El análisis miope tertuliano coincide en que es el fin del bipartidismo y que se cierra una etapa de monolítica alternancia hegemónica. Pero además los resultados nos muestran una anomalía. Podemos, un partido prácticamente desconocido que había puesto en práctica una campaña electoral tan poco heterodoxa como hábil y efectiva, consigue convertirse en la cuarta fuerza política del país. Esa noche se suceden los diagnósticos apresurados para explicar el insospechado — revisen hemerotecas — éxito de Podemos, el cual se trata de mostrar como un capricho, un pataleo friky en unas elecciones que se perciben como inútiles.
27/05/2014
Una de las acepciones que más me gustan de «revolucionario» es interpretarlo como aquel fenómeno cultural, social o político que hace envejecer de manera súbita todo aquello que le rodea. El 26 de Mayo de 2014 muchos celebraron el fin del Bipartidismo pero no entendieron el alcance del cambio. Ese día después, todos los partidos: PP, PSOE, IU, los pseudoregeneracionistas como UPD, el nacionalismo ombliguista, habían envejecido irreversiblemente. Algo había cambiado.Podemos transmitía ser otra cosa y desde su primer discurso de madrugada lo dejaron muy claro. No había lugar para triunfalismos, ellos no querían ser una anécdota primaveral como pudo ser el 15M, sino que querían asaltar el Palacio de Invierno a golpe de urna. Michel Houllebecq afirmaba en una de sus obras que no hay nada más poderoso en el devenir histórico que el nacimiento de una nueva religión. Veo difícil que como habitantes del Siglo XXI podamos asistir al nacimiento de una nueva religión pero, a escala nacional, estamos siendo telespectadores del fenómeno sociopolítico-cultural más apasionante en décadas. ¿Podemos pasará a la Historia? Esta vez si que van a necesitar de nuestra participación y de nuestro permiso.
Por Gerardo Vilches
Gabriel Corbera
Corbera es un artefacto cultural en sí mismo. Desde el rechazo feroz a las estructuras de edición tradicionales no para de dibujar pequeños fanzines que imprime artesanalmente y distribuye por correo, directos a sus lectores. De Corbera me vuelve loco todo. Empezando por su dibujo perfecto, técnico, con un trazo limpio que rompe cuando es necesario y con una concepción del espacio de la viñeta privilegiada. A veces parece un dibujante del futuro, a veces parece extraterrestre, pero en realidad creo que su obra conecta directamente con las claves de nuestro tiempo, en esas páginas en las que, a fuerza de arrancarles la emotividad artificiosa de gran parte de la ficción mainstream, llega a la verdadera emoción. La profunda melancolía de sus personajes y la abulia que da el mero vivir se reflejan en sus escenarios devastados, restos de un pasado más esplendoroso. El presente es insoportable, todas las luchas se pierden, nada termina nunca, los tres actos clásicos no valen para nada porque la vida es otra cosa. Este año ha sido el de la auténtica explosión del que para mí es el mejor artista de nuestra vanguardia. Ha publicado con Space Face Books su trabajo más largo hasta ahora, Days Longer Than Long Pork Sausages, pero su verdadera obra maestra es un pequeño cuadernillo, Hot Metal.
Orgullo y Satisfacción, de VV.AA
La situación del periodismo y de los medios de comunicación en España está entrando en fase terminal. El sistema en el que operaban ha ido degenerando hasta llegar a un punto en el que la libertad de prensa es sencillamente inexistente en unos medios asfixiados por el control de grandes grupos empresariales, bancos con los que han contraído deudas y la dependencia absoluta de la publicidad, institucional o privada. En junio un grupo de dibujantes de cómic decidió que ya estaba bien, que ya habíamos tragado suficiente y decidió marcar una línea roja intraspasable en la libertad de su trabajo. El humor tiene una responsabilidad social, la sátira debe ser libre o no lo es. La gangrena de los medios alcanzó el pasado junio a El Jueves, el histórico semanario, y su actual propietario, RBA, vetó una portada sobre la coronación del Borbón hijo (por lo demás bastante inocente). Con Manel Fontdevila y Albert Monteys encabezando la espontánea rebelión, este grupo de autores creó una nueva revista digital: Orgullo y Satisfacción. Tras la primera entrega se convirtió en una publicación mensual, cuya calidad ahora mismo no admite comparación en España. Pero si me parece uno de los hechos culturales del año es sobre todo porque alumbra un nuevo modelo de negocio autogestionado, libre de servidumbres, que elimina intermediarios y que, sobre todo, demuestra por primera vez que el cómic digital puede ser rentable y sostenible en este país que hasta ahora lo daba por imposible. Estoy convencido de que Orgullo y Satisfacción será histórica.
MBIG, de José Martret
Voy menos al teatro de lo que me gustaría (lo que me permite mi economía) pero este año he tenido el enorme placer de asistir dos veces a la representación de MBIG, una adaptación fiel del clásico más clásico de todos, el MacBeth de William Shakespeare, que sin embargo traslada la acción al mundo de los negocios de la década de los cincuenta, lo cual no hace sino subrayar la fuerza inagotable del original. Esta versión de José Martret cobra vida en un espacio único, La pensión de las pulgas de la calle Huertas de Madrid (aunque se ha representado en otros teatros), donde los espectadores deben desplazarse por tres salas diferentes siguiendo a un reparto inmenso, encabezado por Francisco Boira y Rocío Muñoz-Cobo, MacBeth y Lady MacBeth respectivamente. Y es impresionante. Aquí no hay grandes efectos, ni escenografía de vanguardia, pero no son necesarios: hay talento, hay emoción, hay teatro. Lo que el teatro debería ser siempre y cada vez es menos en las grandes producciones para toda la familia. En MBIG tenemos a los actores y las actrices a escasos centímetros, nos miran a los ojos, nos rozan, se sientan a nuestro lado. Nos sentimos integrados, somos parte de la obra y por ello vivimos lo que vemos. No es una ficción, no hay trampa ni cartón. El teatro o es vida o no es nada, pura evasión y fuego de artificio. Esto es todo lo contrario. Esta historia de poder, ambición, sexo y muerte, representada de esta manera, ha sido la experiencia más salvaje, primaria y visceral que he tenido este año. De ver MBIG uno sale trastornado, abrumado, llorando porque sabe que ha asistido a algo irrepetible y terrible.
Por Dr. Zito
The Fappening: Así es como los pajilleros de todo el mundo conocemos a la filtración masiva de fotos íntimas de múltiples celebridades sucedida en el mes de septiembre. El evento hizo evidente 1) la vulnerabilidad de cualquier contenido almacenado de forma presente o pasada en la nube y 2) la imposibilidad de controlar nuestra persona, algo preocupante en una época en la que todos, desde la A‑celebrity hasta el tonto del pueblo, nos hemos convertido en community manager de nosotros mismos. Las reacciones a The fappening fueron variadas pero siempre culpabilizadoras. Desde los miserables que culpaban a las víctimas a los santurrones que culpaban a todos aquellos que clicaran en las imágenes, haciéndoles cómplices de los hackers autores de la filtración, a los que solían describir como el villano de Open Windows (Nacho Vigalondo, 2014). Lo cierto es que detrás de una acción así hay muchas motivaciones, desde la pura castración de la sexualidad femenina o el rencor de clase hasta el más rendido morbo fandom.
Conclusión; Hay que leer más a John Berger.
Mirar a las estrellas: Nos sentimos en crisis política, económica y ecológica. Así resulta difícil que nuestros pensamientos trasciendan más allá de esta roca a la deriva en el espacio a la que llamamos Tierra. En “Kill the moon”, el octavo episodio de la última temporada de Doctor Who, se mostraba un futuro próximo en el que la humanidad ha perdido el interés por el cosmos y tiene que desempolvar de un museo el último transbordador espacial para investigar unos extraños sucesos en la Luna. En el futuro de Interstellar (Chistopher Nolan, 2014), la versión conspiranoica que afirma que las misiones Apolo nunca aterrizaron en nuestro querido satélite se ha convertido en historia oficial y la NASA ha de trabajar en secreto para evitar la furia del contribuyente en medio de un mundo que se está yendo al garete. Ambas piezas sirven de aldabonazo contra el estupor introvertido que nos posee, y que no es más que una consecuencia de la percepción de que no existen alternativas. La película de Nolan avanza también un cambio de tendencia: el género postapocaliptico será gradualmente sustituido por su reverso optimista, el género de frontera. Frontera en otros planetas, claro está.
Conclusión: Ha llegado el momento de mirar hacia fuera.
La primera persona del plural como sujeto político: Hablando de alternativas y de mirar al Otro, en 2014 el panorama político ha experimentado un terremoto de cuya intensidad no somos del todo conscientes. Dos iniciativas como son Podemos a nivel estatal y Guanyem en Barcelona se han erigido como alternativas serias al Régimen del 78, evitando frontalmente su definición como partidos tradicionales y rompiendo con la democracia representativa tradicional al colocar un “nosotros” y no una tercera persona (“partido obrero…”,”partido popular…”, “ciudadanos”) como sujeto agente de esa ruptura. En el caso de las iniciativas municipales, ese “ganemos” también puede leerse como un imperativo que denuncia un hartazgo con el estado de las cosas. El 2015 será el año en que estas iniciativas tendrán que pasar la prueba electoral. Pero lo que está claro es que suceda lo que suceda, el panorama político no será ya el mismo. Como mínimo los ciudadanos estamos haciendo cada vez más honor a nuestro nombre.
Conclusión: Paideia is in the air.
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