Esta entrada fue publicada originalmente en ngo el 25 de Septiembre de 2011 y ha sido corregida para la ocasión.
Placebo es quizás uno de los grupos que más han afianzado todos los aspectos de su carrera ‑o, al menos, hasta recientemente lo hacían- en enfatizar los aspectos de personalidad que les hacían desmarcar de los demás grupos tanto en su carácter más conceptual como en su implementación estrictamente material de su propia estética. Desde la voz de Molko hasta su exuberante pasión por la indefinición sexual, pasando entretanto por las oscuras letras del grupo, todo está concebido como herramientas de un todo mayor: Placebo; un espectáculo subversivo donde la indefinición glam copula irónica con la bilis adolescente característica del punk. Es por ello que hacer un análisis de su pensamiento como obra netamente ballardiana no sólo no es un disparate sino que es un interesante ejercicio que, además, serviría para arrojar luz sobre algunas de las enrevesadas aspectualizaciones tan propias en Placebo. Para ello prescindiré de abordar los dos primeros discos, con ideas aun en forma germinal, y de los dos últimos, donde sólo encontramos un despreciable descenso hacia la mediocridad, y, por ello, me centraré exclusivamente en sus dos obras catedralicias: Black Market Music y Sleeping with Ghosts.
Según da comienzo Black Market Music nos damos de bruces con Taste In Men, tema que cristaliza para sí la síntesis que le será propio a todo el desarrollo posterior: con un tono oscuro, un particular énfasis en los cambios vocales de Brian Molko y un estilo bien enfocado hacia una desinstrumentalización de la canción ‑como una suerte de deconstrucción de los instrumentos aplicada- van desgranando la historia secreta del mundo; la idea que sobrevuela toda la canción es la mitad de la dicotomía que sostiene el disco: la imposibilidad de escapar de un sistema corrupto; la necesidad de volver siempre ante la entidad opresora que nos envuelve. Esto queda muy bien explicitado cuando, en el estribillo, nos narran un amargo vuelve conmigo después de un tiempo / cambia tu estilo de nuevo ya que la imposición imperativa, necesaria, nos obliga tanto a volver como a cambiar nuestras disposiciones mentales ante su orden. Esto, que en el videoclip vemos como una llamada de juego y deseo a través de un Molko amante de un hombre emparejado con una mujer, es el doble juego que irán perpetuando con una naturalidad zen: sí hay una imposibilidad de escapar de la opresión que nos atenaza, a su vez, hay una búsqueda continua de la subversión de los códigos sociales establecidos como positivos.
Todo este juego será la premisa esencial con la cual podríamos cerrar ya toda la idea que se sostiene tras el telón de fondo del grupo, que de hecho Placebo son el coqueteo juguetón batailleano que produce la afección que es su propia negación. Ahora bien, ante semejante despropósito de existencia ‑despropósito, al menos, para las mentes más bien pensantes- tampoco parece que haya unas perspectivas existenciales mucho mejores en tanto ya requieren salir de la acomodaticia posición de la seguridad social, del establecerse dentro del terrible marco de lo normal; el que pretenda estar fuera del sistema es, necesariamente, un ente alienado por la patología. Es por ello que tanto en Special K y Commercial for Levi el uso y abuso de drogas lleva hacia un nuevo estado mental pero, al final, la realidad se sobrepone como un viaje seguro en el que esa evasión no es más que un símil de la muerte: se puede huir en el juego, pero después hay que pagar las consecuencias a la vuelta del mundo normativo.
Es quizás por esto que la visión de Placebo no es ni mucho menos triunfalista, aunque siempre haya esa intencionalidad combativa con respecto de la situación del mundo, lo cual nos arrastraría hasta Passive Aggressive donde Molko nos conmina a observar como Dios está en crisis / está acabado, pero esto, muy lejos de ser una actitud positiva, deberíamos interpretarlo como justo lo contrario: el Dios del que hablan es cada persona para sí mismo. De ese modo nos plantean como los hombres en la contemporaneidad, la idea de humanismo sostenida en la modernidad, se están desmoronando sin posibilidad de recomponerse pues cada vez que me levanto te veo caer. ¿Es posible bajo estas circunstancias de colapso del ser seguir adelante? Sin duda alguna, porque la muerte de El Hombre no implica la muerte del individuo y por ello pregunta si ¿puedes encontrar mi espacio dentro de su corazón sangrante?; el hombre, aun en colapso de la idea de sí mismo como un absoluto positivo, es capaz de contemplarse aferrándose a la posibilidad de los otros. ¿Y qué ocurre con el que sigue en pie luchando una y otra vez? Pues, como dice Black-Eyed, seremos marginados de la sociedad ya que soy un borderline esquizofrénico / y garante de que causaré un alboroto ‑pero cuidado, no interpretamos lo esquizofrénico como algo patológico (aunque así debería entenderse si se está de el otro lado) sino como una condición de negación de lo real. Porque, así es la vida en el tardocapitalismo, todo aquel que no sea un dócil corredor será tachado de lunático de ojos-negros.
El caso más clarividente de todo lo expuesto anteriormente lo encontraríamos en Slave to the Wage donde, a través de un soberbio videoclip, encontramos una serie de escenas dignas del Ballard más trasnochado: una oficinista, cansada de su trabajo alienante, accidentalmente va destruyendo todo cuanto mira a su paso mientras un Brian Molko vestido de azafata canta impávido como dando órdenes a las empleadas. La orgía de destrucción que deja a su paso sólo es comparable con los guiños hacia la divinidad de Molko o, en el caso contrario, que su única salida es el huir del mundo para escapar de una vida que es una carrera, una carrera de ratas / una carrera de ratas hacia la muerte. Y es que, en último término, la única posibilidad de escapar ‑que no combatir o vivir a pesar de él- de un sistema capitalista que nos lleva hacia un colapso no sólo del hombre como entidad personal, sino del mundo en sí mismo, es huir del mundo hacia la nada posible. Su conclusión es que, la única posibilidad de triunfo, el mundo debería estar en una eterna revolución perpetua donde no se haga distinciones de amigos o enemigos; llegar hasta ese interregno entre la vida y la muerte, el auténtico campo de lo político, que preconizaría Bataille a través de Sade. En Spite & Malice, maravilloso tapado con una batería y un bajo auténticamente soberbios, el rapero Justin Warfield nos lo deja muy claro: drogas, armas de fuego, jodiendo en las calles (Revolución) / todo va a volar esta noche / ua sea amigo o enemigo, esta noche; ¿es esta la destrucción de lo social? Au contraire, es la defensa del todo vale para la lucha contra un sistema que pretende mantenernos encadenados o mandarnos al espacio.
Sin embargo la perspectiva que encontraremos con respecto del mundo en Sleeping With Ghost es completamente diferente no tanto en forma y fondo como en el hecho de que su complementaridad nace precisamente de ser el a posteriori de la lucha armada; en Sleeping With Ghost no hay pretensión de un devenir futuro sino, precisamente, traer del pasado algo. Mediada desde un enfoque más eminentemente electrónico abordan la perspectiva del mundo, precisamente, desde el punto de resistencia más poderoso del cual disponemos: el deseo. Esto nos queda ya claro desde una intro demoledora, dura como una patada en las cara, como es Bulletproof Cupid en la que el deseo ya es explicitado de forma rotunda desde el primer minuto por un huracanado devenir de guitarras. Esto emparentaría con la tradición más onírica de Ballard donde el deseo es la única manera de escapar en triunfos que, quizás, nos permitan seguir combatiendo un día más contra la imparable maquinaria de un Destino® pautado entre los despachos de Monsanto, Disney y La Casa Blanca. También en éste sentido encontraríamos un extraño punto en común entre Ballard, Deleuze y Placebo ya que los tres, en último término, acaban por defender ese deseo como motor del cambio que produce que los flujos divergentes puedan combatir, aun cuando carecen de las armas necesarias, de tú a tú contra un enemigo omnipresente porque re-configura el mundo (lenta y pesadamente) de forma radical según sus propios deseos; nuestras armas es la capacidad de cambiar el mundo poco pero rápidamente: somos la guerrilla del deseo contra la fábrica del interés.
Aunque pronto nos enseñarán la otra cara de la moneda: el deseo como arma contra nosotros. En This Picture asistimos a la auto-destrucción de una muchacha cuya imagen está mal pero nadie es capaz de discernir el por qué de ello; la sociedad estableciendo una jerarquía de lo que es bello, una belleza imposible, objetiviza a las personas en una imaginería incapaz de cumplirse; toda imagen es imperfecta a través de los cánones idealizados de una sociedad controladora. Y, de éste modo, el deseo de ser como esa imagen idealizada, perfecta, nos lleva a conocer unos grilletes que nos han sido bien representados a través de un perfecto uso de loops de guitarra. Y de ahí que sea tan aterrador que, como dirían en Protect Me From What I Want, nuestro deseo sea la necesidad de (tú) protégeme de aquello que deseo. ¿Cual es la solución para esto? Una, a priori, muy ballardiana: nos vemos en el amargo final. Una primera reacción sería la de pensar en el suicidio, o el asesinato, pero sería mejor partir de la base de que su intencionalidad está más cercana en la del deseo de alcanzar ese vergel deseante que nos instaba a alcanzar Spite & Malice. La canción nos anima con fuerza a hacer lo que sea necesario para alcanzar aquello que amamos para, cuando ya no quede nada más que podamos desear, esperar al otro en el final mismo de todo ser. Por supuesto, ese final jamás llegará pues o bien no existe el final o no podremos ver el final, pues el final mismo sólo será el epílogo de nuestro final que, a su vez, no impedirá que nuestros deseos sigan cristalizados en el mundo a través de los demás. Es por eso que, aunque nos destruyan, aunque destruyan a quienes queremos, la fuerza de nuestro amor, de nuestros deseos amorosos hacia ellos o desde ellos, nos llevarán a seguir combatiendo en un mundo post-industrial en ruinas.
¿Pero qué podemos hacer entonces mientras se desmorona el mundo? Lo primero es disfrutar de estos dos discos inmensos, tan parecidos pero tan divergentes, y después hacer caso de lo que nos dice Molko en Special Needs. La forma última de lucha es tratar de ser, como en su videoclip, como dos personas teniendo sexo sin tocarse, estando infinitamente lejos el uno del otro; haciendo del deseo mutuo una fuerza tan poderosa que viola incluso todas ley posible de lo real. Porque la responsabilidad del hombre deseante hacia su objeto de deseo es sólo uno, el que le exige invariablemente el objeto deseado; acuérdate de mí a través de la fotografía con flash y gritos / recuérdame, sueños especiales. Y si somos capaces de cumplir esa responsabilidad con respecto de nuestros deseos, si somos capaces de no caer rendidos ante lo inefable de un mundo oxidado olvidando aquello que realmente es nuestro deseo y cayendo en una dinámica de insatisfacción permanente, nos daremos cuenta que la verdad del mundo radica en una belleza que sólo se puede ver a través del deseo y sus fantasmas. Y es que, como dirían en Narcoleptic, será mejor que te mantengas a raya / o terminarás hecho una ruina / y nunca despertarás. / Despierta.
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