Los perros guardianes, de Paul Nizan
¿Cual es la auténtica labor de la filosofía? Esta pregunta no es baladí, aun cuando se circunscriba dentro de algo que podríamos denominar Filosofía de la filosofía, en tanto sólo a partir de la respuesta que demos de ella podremos saber no sólo que esperamos de la disciplina en sí, sino del pensamiento humano: si filosofar es pensar sobre las condiciones particulares del ser, entonces saber que significa filosofar se torna determinante para poder saber qué pensamos. Y, partiendo de la necesidad de responder esta pregunta, lo que nos planteará Paul Nizan a lo largo de su panfleto será un progresivo retrato de lo que para él son los problemas esenciales ostentados por lo cual llamaría filosofía idealista —aunque para hacer honor a la exactitud y sus profundas raíces marxistas deberíamos llamarla filosofía burguesa — , que se aleja de forma radical de la auténtica filosofía que sería aquella que se acerca a los problemas de la calle sufridos en el día a día de los hombres.
De éste modo se cuestionará las ambiciones y caminos que tomaran los jóvenes nóveles que se acercan a las fastuosas lides de la filosofía, ante lo cual pretende esclarecernos la problemática de su situación: la juventud cargada de buenas intenciones, como no podría ser de otra forma en una juventud idealista, confía en que la filosofía les dotará de un camino a través del cual así poder buscar la emancipación auténtica del hombre. Pese a todo, la filosofía en sí misma no hace merecedor a nadie de ser llamado héroe de la humanidad. Y si es así es porque, según Nizan, aun cuando hay tantas filosofías como hombres hay en el mundo todos ellos contienen la misma problemática común de raíz: el filósofo no vive en el mundo de los hombres, sino en Lugares Inteligibles donde el filósofo cree habitar. De éste modo explica su visión al respecto de la tradición filosófica, la cual ataca con virulencia, al centrarse en grandes problemas que poco atañen al ciudadano de a pie; la razón como forma regidora del pensamiento no es lógica para Nizan en tanto toda revolución escapa de la racionalización espuria de la filosofía, ya que la auténtica filosofía del proletariado se da en la vena práctica que está tiene para la vida. El problema es que no sólo su lectura es limitada, sino que además cae en una nada sutil carnicería del pensamiento.
Lo que hace Nizan en éste panfleto es anular toda posibilidad de la razón en favor de una forma más pura y elevada de pensamiento, la revolución como objetivo y fin en sí mismo, que debe ser alcanzado a través del nebuloso viaje a través de su fundamentación necesaria hacia sí mismo; él asume una postura idealista según la cual históricamente se habrá de llegar por necesidad a la revolución del proletariado y, por ello, la única función de la filosofía debería ser conseguir perpetuar la existencia del proletariado y la exterminación de la burguesía. Por ello todo cuanto consigue hacer en su texto es remozar la misma idea bajo unos principios que se van repitiendo de una forma constante en una formación completamente afilosófica —porque en su renuncia de la razón, de toda posibilidad de la interpretación del efecto inmediato del mundo, ya renuncia en sí a la filosofía en favor de la pura ideología. No importa si la crítica se dirige hacia la filosofía, hacia la interpretación histórica de eventos o hacia la cultura burguesa, ya que todo nos remite de forma constante hacia un ataque sin concesiones que, por sinsentido, acaba resultando más paródico que realmente revulsivo; nada hay en el discurso que no pueda ser aducido a un jerifalte aleatorio de una ideología cualquiera.
La perspectiva que aquí desarrolla el autor es la misma que podría desarrollar cualquiera que piensa que no hay nada más allá de la dimensión inmediata de las cosas, del mundo científico que es accesible de forma directa sin necesidad de interpretación, escudándose así en la irrealidad fantástica de la absoluta innecesidad de la interpretación. Para Nizan parece como si lo único que fuera necesario es esperar a ver llegar la revolución, convenciéndose de una forma contundente de que esa revolución llegará sea como fuere en cualquier caso. Y no es así.
¿Quienes son entonces los perros guardianes del título? Los filósofos, los artistas, cualquiera que no se determine en favor de la ideología dominante del propio autor — aquí se revela, además, la profunda carga ideológica que sustenta todo el libro: la única forma aceptable de pensamiento es aquella que ratifica de forma constante e inmediata aquello que determina la forma de poder regidora de una determinada postura como correcto. ¿Qué diferencia hay entonces entre la propuesta de camino hacia el comunismo que nos hace aquí Nizan, la (falsa) democracia de corruptelas españoles regida por el PP y el PSOE o las manifestaciones más arduas de fascismo de principios del siglo XX? Ninguna, porque no hay ninguna distancia entre ellas; en todos los casos aquí citados se cree en una esencia primordial del hombre que acabará manifestándose a través de un líder fuerte que llevará a la nación a un nuevo renacimiento. Pero las ideologías son siempre muy poco innovadoras, por eso además de tener en común la esencialidad de la existencia humana, la reducción de todo lo humano a aquellos que evoque la manifestación absoluta del ser que ellos defienden, siempre defienden el mismo concepto como regidor del hombre: el trabajo.
Al final la renuncia a la razón, a la posibilidad de cualquier crítica o pensamiento divergente, se hace en favor del trabajo: lo único que hace al hombre ser un hombre, es su capacidad de trabajar. A través de este mecanismo, y no de la filosofía, es precisamente como los perros guardianes consiguen que todos sigamos encerrados en un sistema corrupto que cada día devora una parte más de nuestra existencia a través de la promesa de que la vida era ésto y, sobretodo, no podría ser nada más. Es por ello que donde Nizan acusa a los filósofos de idealistas lo único que hace es mostrar su absoluto desprecio hacia el pensamiento, hacia el entendimiento, hacia la emancipación futura del hombre. Porque el hombre se emancipará conociendo la verdad auténtica de su propio ser, o no se emancipará. O, como diría William Faulkner:
Una de las cosas más tristes es que lo único que un hombre puede hacer durante ocho horas, día tras día, es trabajar. No se puede comer ocho horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas… lo único que se puede hacer durante ocho horas es trabajar. Y esa es la razón de que el hombre se haga tan desdichado e infeliz a sí mismo y a todos los demás.