Toda nuestra vida tiene un único sentido: aquel que nosotros le demos. Morir satisfechos ante la idea de que hemos vivido de tal manera que no tenemos nada de qué arrepentirnos. Incluso si eso ha implicado el sufrimiento de ir contra la sociedad o contra aquello que nos han inculcado —ya que, muchas veces, la culpa no viene del fracaso, sino del no encajar con los cánones que otros han pensado para nosotros — , hacer aquello que nos hace felices es la única prerrogativa obligatoria mientras estamos vivos. Y si eso molesta a la sociedad, mejor sería que todos nos fuéramos al infierno.
Eso es lo que ocurre en I Am A Hero. Que todo se va al infierno.
Aunque no deja de ser una película sobre zombies, no es la típica película de zombies. Ni siquiera puede compararse con Shaun of the Dead o The Walking Dead, como los críticos más perezosos se han lanzado a señalar. No: I Am A Hero es otra cosa. Es una historia sobre lo que ocurre cuando la sociedad se va al infierno, pero las ideas impuestas por la misma siguen vigentes. No es, por tanto, una historia de zombies, sino un drama donde hay zombies.
Para entender esa diferencia, es necesario centrarse en los personajes. En su desarrollo. Y dentro de ellos, en uno en especial: el protagonista, Hideo Suzuki.
Hideo es un perdedor. Ayudante de mangaka, rechazado una vez tras otra por su editor, olvidado incluso por sus compañeros de profesión, siente, dentro de sí, una combinación insostenible de culpa y pasión. Culpa, porque no puede ser una persona exitosa; pasión, porque su vida sin el manga no tiene sentido. Pero cuando estalla la epidemia zombie, los roles sociales cambian. La valía de cada persona ya no se determina por su capacidad para generar dinero, sino para sobrevivir. Y Hideo tiene una ventaja determinante en ese campo: es una de las pocas personas de Japón con licencia de armas y experiencia en su uso.
El problema es que los problemas de la sociedad no mueren con ella. Y quien ha interiorizado que es un perdedor, seguirá siendo un perdedor. De ese modo Hideo no se verá capaz de usar su arma durante gran parte del metraje. Huyendo de sí mismo, de su responsabilidad y, también, de la vida, todo lo que hará es correr y depender de aquellos que le rodean. Disparar le da miedo. Intervenir le da miedo miedo. Porque si fracaso, ¿qué pasará si fracasa?
I Am A Hero es dolorosa porque se siente real. Verosímil. Hideo es tan patético, inseguro y débil como cualquiera de sus espectadores. Como cualquiera de nosotros. Algo que sólo empeora cuando rascamos la superficie. Cuando vemos cómo se articula la infección.
En el lado de los muertos no existe menos influencia de la sociedad. Cada no-muerto sigue haciendo todo aquello que hacía en vida. Trabajar, ir de compras, hacer salto de altura. Lo que fuera. Cualquier cosa que anidara profundo en su corazón o en su cabeza, que fuera para él una rutina que rumiaba para sí de diario, es lo que seguirá repitiendo de forma obsesiva después de muerto. De ahí que, ni a la muerte ni al barrido de la sociedad, nada cambie de forma significativa: los zombies siguen manteniendo la misma identidad que fueron desarrollando en vida. Incluidas sus inseguridades, miedos y particularidades.
Ahí radica lo realmente aterrador. Ni la muerte puede salvarnos. Si Hideo hubiera muerto al principio de la película, todo lo que hubiera hecho es o claudicar ante la idea de buscar otro trabajo o dibujar manga hasta que la putrefacción hiciera su trabajo. Porque al igual que el villano carismático al ser mordido todo lo que hace es llorar suplicando por su mamá, el virus zombie lo único que hace es sacar a flote aquello que anida en lo más profundo de nuestra psique.
En otras palabras, todos están muertos. De antemano. Ninguno se salva de que los mate su deseo, sus sueños, su necesidad de estar con sus colegas o con su pareja o con su madre. Quien sobrevive es porque no tiene nada, salvo la vaga sensación de que la vida no tiene sentido.
De ahí el final. Lo que ocurre cuando por fin Hideo se decide a usar su arma. Si en cualquier otra película ese sería el momento de la catarsis, la demostración del auténtico heroísmo del protagonista, aquí ocurre todo lo contrario. Claudica ante la sociedad Mata porque no le queda más remedio, porque debe proteger a otras personas. Algo queno le hace sentir ni poderoso ni empoderado. Puede que a ojos de los demás sea débil y pusilánime, pero es buena persona. No quiere matar. ¿Y que ocurre al final? Que mata a más de cien zombies. Que adopta el rol que la sociedad le ha exigido siempre.
El hombre.
El que provee a la tribu.
El que mantiene a las hembras seguras mientras ellas cuidan a las crías.
Pero eso es precisamente lo que no es. Lo que nunca ha sido. Hideo no es un hombre ni quiere llegar a serlo. No, al menos, en el sentido sociológico de la palabra: alguien sin aspiraciones ni sentimientos.
Cuando la sociedad se viene abajo no sólo no se lleva con ella sus valores, sino que los impone con todavía mayor brutalidad. Como si sólo la muerte pudiera liberarnos en una irónica parodia de la vida buena. Algo que no hace sino recrudecer lo triste de su final. Cuando por fin cuadra en el rol que la sociedad le exige, la de El Hombre®, él no puede sino sentirse miserable. No ha cumplido sus sueños. No quería convertirse en hombre. Él quería dibujar manga, estar con su novia, ser feliz. No matar centenas de zombis para proteger a una mujer fuerte y una adolescente en apuros.
Sólo de ese modo se puede explicar que I Am A Hero sea un drama donde hay zombies. Porque, al final, lo que nos dice es que, ante la muerte encarnada, sólo hay una salida digna: morir en el momento que ya no podamos seguir haciendo lo que más nos gusta. Porque así, al menos, nuestra vida al menos habrá tenido un sentido.
Y si tiene un sentido, aun cuando acabada, al menos no tendremos que arrepentirnos de habernos convertido en aquello que nunca deseamos llegar a ser.