tanto la alquimia como el amor consisten en la síntesis de la existencia

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Toda aven­tu­ra apa­re­ce en el aco­mo­da­ti­cio seno de una gru­ta hú­me­da y os­cu­ra, que es­ta sea el úte­ro ma­terno, un hue­vo o in­clu­so una fá­bri­ca es al­go más in­ci­den­tal que de­ter­mi­nan­te. Por ello in­clu­so an­tes de se­guir a la luz, de sa­lir de nues­tro pri­mer ho­gar, ya he­mos si­do de­fi­ni­dos en la ba­se mis­ma de nues­tro ser; es­ta­mos con­fi­gu­ra­dos ba­jo una ge­né­ti­ca y los flu­jos bio­ló­gi­cos de nues­tra ma­dre. Incluso los ob­je­tos son crea­dos ba­jo la esen­cia de su pro­ge­ni­tor; tras el re­co­no­ci­mien­to de pa­ter­ni­dad en su im­pre­sión de la esen­cia pro­pia. Y por ello Stone Junction, la obra maes­tra de Jim Dodge, em­pie­za cuan­do su pro­ta­go­nis­ta aun es­tá en el vien­tre materno.

Ya des­de que es­tá en el seno de su ma­dre, la mag­ní­fi­ca Annalee Faro Pearce, co­mien­zan las aven­tu­ras de Daniel cuan­do su na­ci­mien­to se­rá ac­ci­den­ta­do an­te la ne­ga­ti­va de su pro­ge­ni­to­ra en dar­lo en adop­ción. A su na­ci­mien­to am­bos ten­drán que huir ha­cia la na­da al no te­ner nin­gún lu­gar don­de vi­vir has­ta cuan­do co­mo por ca­sua­li­dad aca­ban en­con­trán­do­se con la AMO, la Asociación de Magos y Forajidos, que por al­gu­na ra­zón les pro­te­ge­rá. Así co­mien­za el via­je de for­ma­ción de Daniel don­de irá ca­yen­do en las ga­rras de di­fe­ren­tes maes­tros que le irán en­se­ñan­do las más va­rio­pin­tas es­tra­te­gias de la exis­ten­cia. Aprenderá me­di­ta­ción, el uso re­crea­ti­vo y ofen­si­vo de las di­fe­ren­tes dro­gas, los pla­ce­res del se­xo, co­mo ac­tuar con in­te­li­gen­cia en los jue­gos de azar, el ar­te del dis­fraz e in­clu­so, en úl­ti­mo tér­mino, co­mo des­apa­re­cer; apren­de­rá los di­fe­ren­tes mo­dos de ex­plo­rar que es el yo, de cons­truir­se co­mo una en­ti­dad pen­san­te. Y por ello es erró­neo de­cir que es­ta­mos an­te una fas­tuo­sa y ge­nial no­ve­la de for­ma­ción, si­quie­ra que sea un via­je ini­ciá­ti­co, de prin­ci­pio a fin no se nos na­rra más que la exis­ten­cia de Daniel y sus de­ci­sio­nes a tra­vés de los no-lugares de su existencia.

¿Qué es un no-lugar? Podría pre­gun­tar­se el lec­tor sus­pi­caz. Un no-lugar es, se­gún Marc Augé, aquel lu­gar de trán­si­to que no tie­ne su­fi­cien­te im­por­tan­cia re­la­ti­va co­mo pa­ra ser con­si­de­ra­do un lu­gar por de­re­cho pro­pio; ca­re­cen de una exis­ten­cia de­fi­ni­to­ria. En los no-lugares, ya sean au­to­pis­tas, su­per­mer­ca­dos u ho­te­les, siem­pre se arri­ba con una in­ten­ción de trán­si­to, ja­más hay una fi­ja­ción del te­rri­to­rio co­mo lu­gar al cual afe­rrar­se co­mo pro­pio; son lu­ga­res ab­so­lu­ta­men­te va­cíos. Por ello, re­cor­dan­do la fi­lo­so­fía del es­pa­cio de Heidegger “El va­cío no es na­da. Tampoco es una fal­ta. En la cor­po­rei­za­ción plás­ti­ca el va­cío jue­ga a la ma­ne­ra de un ins­ti­tuír que bus­ca y pro­yec­ta lu­ga­res.” los lu­ga­res só­lo exis­ten en tan­to son cons­ti­tuí­dos por aquel que obli­te­ra su na­de­ría. O lo que es lo mis­mo, el no-lugar só­lo se cons­ti­tu­ye co­mo lu­gar du­ran­te los in­ter­va­los de tiem­po que hay gen­te fí­si­ca­men­te en ellos de­bi­do a que no es­tán car­ga­dos de una im­pre­sión emo­cio­nal que los per­mu­te per­pe­tua­men­te co­mo lu­gar. El ser, Daniel, no es más que un lu­gar so­bre el cual se van pro­yec­tan­do imá­ge­nes emo­cio­na­les que lo cons­ti­tu­yen. Por eso no es un via­je ini­ciá­ti­co o de for­ma­ción, por­que to­do via­je ha­cia el fu­tu­ro, ha­cia la muer­te, no es más que la pro­yec­ción exis­ten­cial de una vida.

Aun con to­do no es di­fi­cil ras­trear otro gran te­ma tras la ge­nial obra de Jim Dodge: el amor. Durante to­da la obra el amor se cons­ti­tu­ye co­mo el ca­ta­li­za­dor au­tén­ti­co del apren­di­za­je exis­ten­cial; só­lo a tra­vés del amor ‑materno-filial, de amis­tad, de maestro-profesor y, por su­pues­to, el romántico- nos cons­ti­tui­mos co­mo se­res sub­je­ti­vos, co­mo se­res en el tiem­po. Según la sín­te­sis he­ge­lia­na en úl­ti­mo tér­mino la sub­je­ti­vi­dad ob­je­ti­va se con­fie­re en el he­cho de re­co­no­cer­me en el otro, en el si­tuar­me en el lu­gar del ab­so­lu­ta­men­te otro. Como Tristán e Isolda, só­lo en el mo­men­to de que yo de­jo de ser yo pa­ra ser la otra per­so­na es cuan­do la re­la­ción de amor se con­for­ma cris­ta­li­za­da; el amor es el re­co­no­cer­me a mi mis­mo en el otro, una en­ti­dad com­ple­ta­men­te aje­na a mi ser. Según Daniel va po­nién­do­se en el lu­gar de ca­da uno de sus maes­tros va apren­dien­do lo que es­tos sa­ben, con­for­ma su iden­ti­dad a tra­vés de la com­po­si­ción de lo que ca­da uno de ellos le en­se­ña so­bre el mis­mo en su apren­di­za­je. Así la cons­truc­ción amo­ro­sa no es tan­to una cons­truc­ción pro­pia­men­te di­cho co­mo un des­ve­la­mien­to del yo. Y só­lo en el amor ro­mán­ti­co, en la for­ma más pu­ra del amor, es don­de me pue­do re­co­no­cer a mi mis­mo a tra­vés del aban­do­nar­me en fa­vor de no ser dos, sino uno.

La fa­bu­lo­sa es­cri­tu­ra de Jim Dodge nos acom­pa­ña en un via­je de des­ve­la­mien­to, un via­je a tra­vés del cual nos mi­ra­mos con­ti­nua­men­te en el es­pe­jo que es el otro co­no­cién­do­nos só­lo en tan­to so­mos ca­pa­ces de amar al pró­ji­mo. Por ello no exis­te apren­di­za­je, to­do via­je exis­ten­cial es ne­ce­sa­ria­men­te un eterno des­cu­bri­mien­to del yo. Cada he­cho di­ver­ti­do o tris­te, dul­ce o amar­go, que nos na­rra el na­rra­dor es la his­to­ria de una exis­ten­cia tan sin­gu­lar co­mo to­das las que exis­ten; ca­da via­je es úni­co por eso el apren­di­za­je ja­más po­dría ser al­go co­mún. Quizás he ahí su per­fec­ción, ja­más se nos es­ca­ti­ma en in­for­ma­ción ni se nos nie­gan los apren­di­za­jes de los otros, siem­pre dis­pa­res en­tre sí, pa­ra for­mu­lar­nos co­mo se ha lle­ga­do a es­ta his­to­ria. Cada his­to­ria, ca­da exis­tir, es una sin­gu­la­ri­dad úni­ca que se da una so­la vez y que se mi­me­ti­za y com­pren­de só­lo des­de la com­pren­sión pro­fun­da de to­das las otras exis­ten­cias que le ro­dean. O lo que es lo mis­mo, ja­más po­dre­mos co­no­cer con exac­ti­tud el por­que de la vi­da de nin­gún ser hu­mano en la tierra.

Todo flu­ye y na­da se que­da es­tan­co, to­dos cam­bios per­pe­tua­men­te y por ello to­do ser se­rá siem­pre la su­ce­sión de nom­bres que le acom­pa­ña­ron en su via­je. Alabado seas Daniel Pearse, Annalee Faro Pearce, Smiling Jack, Dolly Varden, Johnny Seven Moons, Shamus Malloy, Wild Bill, Mott Stocker, Tía Charmaine, William Rebis Clinton, Bad Bobby, Jean Bluer, El Gran Volta, Jennifer Raine, Hermes Trimegisto; el que no pu­do atra­ve­sar dos ve­ces el mis­mo río. Sólo en la sín­te­sis del amor nos con­fi­gu­ra­mos co­mo aque­llos que en ver­dad somos.

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