Neuromante, de William Gibson
Intentar abordar Neuromante parte siempre desde una incapacidad humana, pues sería necesario más tiempo del razonable ‑al menos, para el crítico medio- desgranar todos los argumentos valiosos que se van desgranando en la obra magna del cyberpunk. Y lo es no sólo por la capacidad del cerebro humana, asombrosa pero limitada para comprender el mundo en su totalidad, si no por como aborda esta representación del mundo el propio William Gibson. Nosotros en tanto lectores nos vemos sumergidos en un mundo nuevo pero ya en marcha, no se hacen concesiones para que podamos comprender cuales son los mecanismos internos a través de los cuales marcha un mundo de un mecanicismo panpsiquista digital; somos arrojados al mundo sin mayor disposición que nuestra capacidad para racionalizar aquellas cosas que no alcanzamos a comprender. Y en Neuromante las hay a borbotones: las interfaz de Internet, el hielo, los zaitbatsu, las IA, e, incluso, los personajes y la trama en sí misma; todo es un laberinto enigmático que recorrer dejándose llevar por los pocos asideros que nos permite la imaginación.
En suma, cuando uno aborda Neuromante, tiene dos opciones: atrincherarse en un bagaje racional y cultural justificatorio de todo cuanto se ve como incoherencias mal escritas o, y esta es la forma adecuada de conectar con el auténtico sentido de la obra, dejarse llevar hacia donde quiera la historia llevarle, quizás sin terminar de entender algunas cosas. Ninguno de los caminos nos lleva hacia una comprensión profunda de la novela, siquiera nos permitirá comprender todos los niveles que esconde tras de sí ‑para lo que haría falta un análisis minuciosísimo de un paradigma que está por llegar-, pero, al menos el segundo de los modos, sí nos permitirá abrir las puertas de la percepción hacia un mundo de silicio, un mundo imposible de conocer per sé.
Por supuesto todo es valido, o era válido, si somos un habitante de los 80’s pero no de los 10’s. Nosotros hemos crecido con el auge del cyberpunk frente a las narices, y con esto me refiero más a Matrix que a Blade Runner, lo cual nos permite presenciar de un modo dinámico esa concatenación de recursos ajenos que, sin embargo, nos resultan comunes. Es dificil que alguien se sienta incómodo ‑por incomprensión, ya que por cuestiones morales siempre pudiera hacerlo- con conceptos como cyberimplante o IA pues, aunque no son cosas que realmente hayan acontecido, sí entran dentro de nuestro imaginario habitual básico de la época. Existe la investigación y discusión con respecto de las IA ya no sólo como utopías, o como investigaciones aisladas y peculiares, sino como avances casi cotidianos que, quien bien que mal, conoce aunque sea de una forma general; los conceptos que en los 80’s eran de una futurabilidad especulativa han cristalizado en una realidad presente. Pero, ahora bien, cuando digo futurabilidad especulativa no lo hago por capricho, si ese futuro es especulativo sus consecuencias son especuladas y, por tanto, falibles.
La fabilidad de la especulación de Neuromante se ve presente en los vaqueros de la red. Su representación de Internet como una interfaz gráfica parecida a una suerte de juego de mesa, o incluso un videojuego, no deja de resultar tan entrañable como tremendamente retro; es así como nace el retrofruturismo. Es por ello que la novela consigue combinar dos futuros, el posible y el real, desde su condición de especulación pasada. Neuromante es una novela retrofuturista y futurista, representación pasada y realidad presente, a la vez.
Este binomio conceptual es la que produce que su comprensión sea siempre fugaz, imposible de abordar en su totalidad, si pretendemos hacer una síntesis final de su significado ulterior. Desde lo futurista podemos hablar de como las IA mimetizan el comportamiento humano pero lo exceden, su comprensión está más allá de conformaciones humanas; desde lo retrofuturista cabría señalar como las formas de representación han cambiado desde la imagen como idea mental hacia la abstracción metafórica; pero desde el presente, desde nuestro ahora, también podríamos decir como es una representación agriada de nuestro momento, como la buena novela negra, pues sus personajes acaban por ser exóticos perfiles profesionales forajidos, con la exótica Molly a la cabeza, y nada más que viven en un mundo corrupto a todos sus niveles. La capacidad de desbordar toda noción de racionalidad, su capacidad para atacar desde todos los flancos de la temporalidad posible, hace de la novela un rompecabezas poliédrico donde la única solución correcta es la que cada uno decida adoptar como correcta partiendo no desde el representacionismo, sino desde un realismo optimista que plantea que son todas posibilidades que conforman una realidad absoluta incognoscible.
Bajo esta perspectiva se vuelve lógico que no vea razón alguna para intentar dar una razón sintética última de Neuromante, o no sin abordarlo in extenso en un futuro en un medio más propicio, porque para comprender Neuromante como totalidad debemos hacerlo desde su condición de relación temporal múltiple y su condición de mito fundador. ¿Y qué funda éste mito? Si la novela negra fundó el presente, pues adelantaría nociones contemporáneas de la profesionalización de la humanidad, entonces el cyberpunk fundó la posibilidad futura, la condición rizomática del futuro que se va objetivando en una sola linea posible, el presente, sin negar las lineas divergentes del retrofuturo. Es por eso que, en cierto modo, podríamos decir que Neuromante es la gran novela sobre nuestro tiempo por venir constantemente; el devenir perpetuo de un deseo nomádico que excede al presente-futuro como las infinitas posibilidades de futuro que hubo (y se aceptaron) además del futuro que, finalmente, ha sido.