Gentlemen Take Polaroids, de Japan
El como ser un auténtico caballero ‑y, a partir de aquí, entenderemos caballero como algo no exclusivamente masculino, siquiera humano: una partícula podría ser caballerosa por tener un comportamiento físico elegante- es algo que ha preocupado de forma constante a la humanidad; la necesidad de medir la estética de la vida para crear una máscara que haga de nuestra identidad una obra de arte en sí misma es algo que ha acompañado siempre a cualquier persona consciente de la importancia de la imagen en el mundo. Por supuesto por el como ser un caballero no entendemos sólo un cierto valor estético y unas ciertas formas éticas empáticas con respecto de los otros ‑que, además, deben darse de forma constante en toda situación- sino también toda una forma rituláica de concebir el mundo. Es por ello que el auténtico caballero, el que camina con elegancia con el mundo, debe cristalizar toda su concepción de elegancia universal en mitos originarios de su caballerosidad, por ello el arte y sus afinidad electivas son una condición necesaria para el caballero.
Considerar a Japan, y a David Sylvian en particular, el paradigma de cierta forma de caballerosidad no sería, en ningún caso, una boutade dicha para epatar al público potencial. Cualquiera que conozca su discografía sabrá que la querencia por sonidos sobrios aunados con cierta tendencia hacia un tecnicismo solipsista, que no abruma al espectador con burdos juegos de artificio, hace que creen una atmósfera sutil que abraza pero no asfixia al oyente. En el caso de Gentlemen Take Polaroids esto se lleva hasta cierto paroxismo: todo es sutil, elegante y refinado; incluso aunque todos los instrumentos están haciendo algo técnicamente excepcional tenemos la sensación de que es algo normal, para nada fuera de lo común. La elegancia en el pop significa, en suma, la capacidad para hacer traslucir lo extraordinario sin ponerlo directamente presente.
¿Cómo consiguen hacer esto? Mediante la sutileza, en la anulación de toda estridencia; obligando al oyente a hacer un esfuerzo intelectivo para penetrar en su juego. El verdadero caballero es sutil, no efectista, lo cual puede confundir el tocino medio, mucho más común en nuestra especie que los caballeros, con el puro aburrimiento. Es por ello que los fuegos fatuos, las demostraciones impresionantes de efectismo, no son más que una forma burda de fingir una elegancia, una técnica auténtica, que no se tiene. Para entrar en éste juego de forma sincera hay que aprender a escuchar, observar y sentir con tanta elegancia como la que se construyen sus mitos.
Si recientemente afirmaba que la gente ya no sabe escuchar música, eso es una tendencia que se ve en la ausencia de toda forma de caballerosidad en el grueso de la población. Por supuesto los caballeros han sido siempre una excepción en nuestra especie, una maravillosa excepción, pero cada vez se han ido perdiendo progresivamente más estas formas casi místicas de conocimiento extrapolado en forma de sentido de vida en favor del puro efectismo. Cualquier persona que actualmente pretenda hacer gala de un gran gusto estético no hará mención del cuidado trabajo de bajo de Mick Karn en el disco que nos ocupa, ya que, en el mejor de los casos, intentará epatarnos burdamente con la elegancia de hacer polaroids ‑que, por supuesto, el haría y nos enseñaría si es que este caso no fuera genuinamente imposible- demostrando no haber entendido nada. Ser un caballero no es cierta adoración vintage, ni mucho menos una pose que se pueda copiar, es, como ya he afirmado anteriormente, un sentido de vida que nos arropa como una segunda piel.
Cuando uno aborda Gentlemen Take Polaroids no respira pura pose, mensajes vacuos de caballerosidad impostada, sino un arduo calculo perfecto de composición armoniosa con el mundo. Cada nota, cada movimiento, cada fotografía y medida de vestuario están tomados con la idea en mente de crear un mito, una conformación específica del pensamiento cristalizado, a través de la cual servir de ejemplo guía a través de la cual otros puedan medirse. Por ello no podemos decir que haya pretensión alguna por parte de Japan de constituirse como guía de Lo Caballeroso, sino que en su trabajo extremadamente elaborado alcanzan este título por los méritos propios de un sentido de la elegancia, de ese sentido ulterior de la caballerosidad, que va más allá de toda noción de individualidad; alcanzan y sintetizan una clase de armonía específicamente propia. Y eso es ser, de verdad, un caballero en el mundo, la posibilidad de construirse como un conjunto perfectamente armonioso con respecto de nuestra condición identitaria en el mundo.
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