Seis tumbas en Munich
Mario Puzo
1967
El problema de la identidad es especialmente acuciante cuando es elegida. Si decidimos vestir una máscara, usar un pseudónimo para que no nos asocien con determinados actos o situaciones, exponer al público la continuidad de nuestra identidad a través de otro nombres es injusto; si nosotros hemos querido desdoblarnos de algún modo, nadie debería tener por qué asociar esas dos identidades diferentes como si fueran una sola. No sólo por respeto, sino también por admitir que podemos ser más de una persona. Es posible que el Yo con el que fui nombrado en el registro civil y el Yo de mi(s) pseudónimo(s) no sólo seamos dos personas distintas, sino también entidades completamente irreconciliables como una única identidad coherente.
Afirmar que Seis tumbas en Munich es una obra de Mario Puzo, autor de El Padrino, ni es lógico ni es justo. No porque sea una obra menor o una novela pulp que le falte un buen trabajo de corrección para poder hacer un trabajo crítico que pudiera ser interesante —que, aunque cierto, no es ni de lejos lo que nos ocupa en esta ocasión; la identidad lo es ajena de las intenciones de quienes las crean, porque lo que somos nos definen nuestros actos y no nuestras intenciones — , sino porque la firma Mario Cleri. Mario Cleri no es Mario Puzo ni siquiera si el primero es el pseudónimo del segundo, porque los actos de cada uno de ellos son diferentes de los del otro. Es por eso que siendo uno autor de novelas pulp, deslavazadas, inconcebible que se publicasen años después de su desaparición, y el otro el autor de una obra de culto, seguida de forma masiva, re-editada hasta la nausea en una cantidad abrumadora de idiomas, no podemos afirmar que sean la misma persona. Incluso si comparten el mismo cuerpo.
Dos personas que son una, dos identidades para un sólo ente. ¿Por qué decir que Seis tumbas en Munich es una obra de Mario Puzo cuando es una obra de Mario Clezi, que es Mario Puzo al tiempo que no lo es? Porque de ese modo venderá más, tendrá viabilidad económica. He ahí la terrorífica traición del capital: si pasando por encima del respeto, si alienando la identidad de alguien, es capaz de sacar más réditos de una acción, entonces pondrá el dinero por encima de cualquier clase de consideración, filosófica o no, al respecto de la identidad. Nada más.
Entonces, ¿es eso grave? Sólo en la medida que consideremos grave reducir la vida de una persona, sus deseos y sus actos incluso cuando nos escudemos en que es sólo un pseudónimo, a intereses comerciales de terceros. Al fin y al cabo, aquí sólo hemos venido a hacer un breve apunte sobre identidad y autoría. O no, no exactamente.