Tiempo de Marte, de Philip K. Dick
En contraposición al estilo de vida propia de la humanidad, tendente hacia la languidez, actualmente vivimos en un sistema que nos conmina hacia la constante aceleración de nuestros signos vitales. Es por ello que siempre debemos estar calibrando nuestra aceleración, ajustándonos al ritmo que impone la sociedad, para que está no pase sobre nosotros. No debería extrañarnos en semejante situación que, enfermedades modernas como el estrés, hayan florecido como las flores de Mayo que son: síntoma de los irreductibles procesos propios de su tiempo. ¿Qué hubiera pasado, o qué pasará, a nuestra llegada a Marte?¿Nuestra vida (neo)neo-colonial cambiaría nuestra actitud acelerada por una consideración más pausada y monótona propia del tiempo auto-perpetuizante en la eternidad del lugar donde aun no hay nada que hacer porque está todo por hacer? Quizás sí, pero lo más probable es que el cambio nos matara; nos hemos acostumbrado a ser animales de alta velocidad.
Si alguien conoce la psique humano de un modo embarazosamente cercano ese es Philip K. Dick, es por ello que la solución que nos tiene que dar con respecto de como sobrevivir cuerdos en un mundo que se rige por unas velocidades anómalas a las propias nuestras es la farmacopea. Como nos enseña Dick, especialmente de la mano de Silvia Bohlen, todo se arregla a través del (ab)uso de todas formas de fármacos, o conformaciones aditivas que produzcan un régimen médico equivalente a través de la segregación hormonal. Así nos encontramos que los personajes, bien sean abrumados por el paso tenazmente lento del mundo o su estresante rapidez, están medicándose constantemente para poder tolerar las conformaciones propias de su realidad; no intentan adaptarse a su hábitat, ni convertirlo para su beneficio, sólo consienten la normalización a través de la química. Esta farmacología contra todo lo anormal ‑el aburrimiento, el no poder dormir, la esquizofrenia, la soledad; el tiempo, siempre el tiempo- puede darse tanto a través de lo artificial (fenobarbital) como en lo naturalizado (tener un amante); todo es una búsqueda de Lo Normal a través de los efectos farmacológicos.
La construcción que hace Philip K. Dick en Tiempo de Marte de esta nuevo territorio a colonizar es la de una suerte de Infierno post-industrial. Así en Marte uno sólo puede alimentarse con lo allí producido, trabajar en trabajos mal cualificados controlados por oligarcas y, sí así se quiere, dejarse llevar una libertad propia de Thoreau: política y tremendamente naturalista. De éste modo en la ausencia de cualquier placer palpable (ni alimenticio ni de cualquier otra clase) los trabajadores mal cualificados acaban arrojados a los brazos del estrés en su forma más pura mientras los objetos liberados de toda imposición laboral descubren las infinitas caras del aburrimiento. Ahí nace el drama cotidiano de todos los días.
Toda la novela orbita alrededor de esta noción de objeto sujeto a un entorno cuyos efectos lo manipulan de un modo atroz hasta hacerlo romperse en sí mismo, por ello la única diferencia en el sufrimiento de los personajes de la novela es exclusivamente de grado. Aunque los problemas de Silvia Bohlen sean los de cualquier persona frívola sin ningún reparo en recrearse en su propia crapulencia cotidiana son, en último término, exactamente los mismos problemas que los del niño autista Manfred Steiner: ambos tienen una concepción del tiempo (personal) que no se ajusta con las condiciones del tiempo (material). Mientras Silvia tiene una pretensión de celeridad que sólo podría encontrar en la Tierra, la necesidad de cumplir cierto grado de fantasías ‑de deseos pequeños e inocuos a priori, pero aun así presentes- en un espacio corto de tiempo, el problema de Manfred es que su tiempo personal es excesivamente rápido, pues sólo puede ver la decadencia de todas las cosas del mundo. De éste modo todo problema planteado sólo es de grado de la apreciación del tiempo del sujeto con respecto del mundo: el que aprecia infinitamente despacio el mundo sólo es capaz de ver El Aburrimiento de lo inmutable (o lo inexistente) y el que aprecia infinitamente rápido el mundo sólo es capaz de ver el colapso de cuanto objeto componga cuanto existe.
¿Cómo solucionar esto? La solución más eficaz y constante que apreciamos, según Dick, ya la hemos visto antes: la medicación constante. Si todo falla, como es el caso último de todos los personajes, la única solución es forzar las condiciones de nuestro tiempo (personal) a nuestras expectativas; aquellos que tengan una apreciación del tiempo muy lento se estancan en deseos vacuos, que no desean, para poder cumplir fantasías que aceleren el tedio del mundo mientras que los personajes con una apreciación más veloz se aferrarán a aquellas condiciones menos permutables del mundo. A través de esto, lo único que consiguen, es destruirse lentamente hacia el colapso.
No hay solución perfecta si nuestro tiempo (personal) no se ajusta al tiempo (material) porque cuesta mucho trabaja cambiar cualquiera de los dos. Es por ello que el único normal en el caos de tiempos que se entrecruzan es, precisamente, el esquizofrénico. En tanto entidad que siempre está yendo más rápido-lento que el propio tiempo material pero sólo ligeramente más, consigue construir una posibilidad futurible en el control de ese tiempo; la depreciación delirante del pensamiento esquizofrénico es una visión artística, condición de posibilidad de acontecimientos por venir indiscernibles desde un estado equilibrado de visibilidad del tiempo. ¿Y por qué es así? Porque, como cualquiera que tenga unas mínimas nociones físicas sabrá, no podemos ver el movimiento de un objeto que se mueve a nuestra misma velocidad, pero tampoco podemos apreciar uno que se mueve mucho más rápido o lento, por ello el esquizofrénico, el que se mueve un poco más lento o un poco más rápido, es capaz de apreciar esas depreciaciones de cambio de ruta, velocidad y paisaje que se dan en éste viaje nuestro que es la vida. Por eso todo pensamiento esquizofrénico, como todo pensamiento artístico, está fuera de su tiempo: necesariamente han visto algo más allá de lo que lo normal es capaz de ver.