Antología, de Katsuhiro Otomo
Si por algo tiene un interés particular la obra de Katsuhiro Otomo es por su condición de extremadamente poliédrica, lejos de ser un artista de una sola idea desarrolla una tendencia constate a la poliformación. Es por ello que intentar abordar de una forma exclusivista esta antología es tan absurdo como imposible: en el mejor de los casos hay tres o cuatro ideas subrepticias coronando dispersamente las diferentes historias aquí presentes. Es por ello que, quien quiera acercarse a la obra de Otomo, siempre habrá de ser desde una mirada multiplicadora que se abra a toda posibilidad no desde su condición de contorno, de lo que se cierra al exterior, si no de dintorno, lo que siempre queda en el exterior negado como condición de interiorización exclusivista.
I
Uno de los elementos más comunes dentro de la obra de Otomo es la de la instrospección como origen de la belleza y lo terrorífico del hombre. Sus personajes están continuamente atados hacia el pensamiento interno, hacia la problemática particular en tanto entidades con raciocinio, por lo cual se acaban viendo asediados hacia un terror interior brutal; lo siniestro se esconde tras la familiaridad, tras lo bello y cercano, que se torna oscuro. El ejemplo más brutal, y precisamente caracterización perfecta de esta noción de lo siniestro como perpetrador necesario de lo bello, sería la hiperbreve Flor en la cual un hombre debe morir para que una flor puede florecer en un páramo oscuro. Es así como lo siniestro, lo que hay de oscuro en el mundo, sirve para perpetuar toda la belleza que hay en él. Lo cual continúa en Memories sólo que la flor es metáfora de los recuerdos de una mujer cuyo amor perdió décadas atrás más allá del espacio donde se sitúa.
Pero el terror como introspección no sólo vale para ensalzar la belleza, sino que en ocasiones simplemente es aquello que va más allá del pensamiento humano pero es real. Ahí las muertes brutales y sin sentido de El sonido de la arena o Swing menor se demuestran como lo auténticamente siniestro: lo que el hombre no puede entender, ni podrá entender jamás, pero es sustancialmente real. Lo cual abordará también, como es normal en él, con humorísticos resultados en otras de sus obras.
II
Sería irresponsable pasar de puntillas por algo que Otomo ha demostrado tener un interés sustancial: la lucha contra el orden establecido, pero también el como se constituye y conforma. Aquí la cosa cristalizaría en todas las historias de Crónica del Planeta Pulpo donde, con animales ingredientes del sushi, compondría una suerte de historiografía del poder alternativa a través de una ciencia ficción surrealista.
La crónica de la lucha contra ese poder se daría en Bola de fuego en donde veríamos como la lucha contra la sociedad no pasa tanto como un combate contra el poder ‑que también- como por la introspección que abordábamos en el punto I. Sólo en el momento que los personajes protagonistas practican una revolución de sí mismos, una revolución interna de sus sentimientos, adquieren un don único capaz de derrocar a través de un caos iluminador el poder que domina el mundo; la introspección que nos vacía ‑y entiéndase vacío como un concepto zen- es en Otomo la condición necesaria para poder interactuar con ese más allá del pensamiento que es real en el mundo. Esto tendría de nuevo su propia versión sardónica en el excelente Hair donde ese poder desestabilizador es un catarro.
III
Para acabar nos encontraríamos su antología de historias conocidas como Es un mundo asombroso donde, re-interpretando historias clásicas occidentales à la Otomo, hace confluir todas sus teorías anteriores. Así todas las historias tratan sobre hombres que se enfrentan contra una realidad que les sobrepasa y son capaces de comprender; sus acciones son infructuosas y el lenguaje no clarifica el mundo, sino que lo oculta en visiones de lo que se supone que es y no de lo que es. Por eso todo final es infructuoso y absurdo cuando no directamente una idiotez, ¿por qué? Porque es imposible aprehender el mundo si no es aceptando lo que hay de terrorífico, extraño y absurdo en él; sólo podemos comprender el mundo si aceptamos que existe ajeno a nosotros, ajeno al hecho de si lo entendemos o no.
Por ello el genio de Aladino concibe el deseo como cualquier noción lingüística sea esta cual sea y no cuando el hombre explicite que es un deseo, o la intención de El viejo y el mar sea la intención de tener sexo con una mujer-pez: no lo comprendemos, ni hace falta, sólo debemos aprender a aceptar que el mundo siempre está más allá de nuestra racionalización del mismo. Y eso, Otomo, lo sabe mejor que nadie.
Deja una respuesta