El idealismo de la juventud puede llevar hacia caminos oscuros que quizás jamás deberían haberse trascendido. La combinación de las compañías inadecuadas, una acumulación de inteligencia feroz, una particular carisma y una absoluta impopularidad en el instituto pueden llevar el acometer algunas locuras extremas. Aunque algunos en estas circunstancias se harían con armas automáticas para arrasar la patética vida de sus compañeros otros se decidirían por elementos más prosaicos: ¿quién desea la muerte de los demás cuando lo que se debería aspirar es hacia la anulación de la muerte de uno mismo? Y es a partir de ahí de donde partiría Litche Hikari Club, una excelente adaptación al manga a cargo de Usamaru Furuya de una obra teatral de finales de los 80’s.
El Litchi Hikari Club está compuesto por nueve jóvenes de instituto que unen sus fuerzas en favor de conseguir algo, hasta el momento, imposible: una Inteligencia Artificial capaz de asimilar y comprender el lenguaje natural humano. Este club será liderado con mano de hierro (en sensual guante de seda) por Zera, un monstruo frío y manipulador que impone un reinado del terror racional donde la imaginería nazi se mimetiza con el ajedrez como única forma de cambio de poder en el seno del club. Esta pretendida hiperracionalidad se desmorona con facilidad cuando, muy lejos de ser Hitler el referente del perverso Zera, se descubre como un seguidor fehaciente de Heliogábalo. Si el emperador romano fue un degenerado sólo preocupado en la veneración de su culto al Sol que representaba en sí mismo y en sus correrías sexuales con ambos géneros, Zera no sería más que su representación contemporánea del mismo; el que en la antigüedad pretendió perpetuar su juventud como entidad divina convirtiéndose en transgénero el que en la posmodernidad pretenda perpetuarse como Ente Divino deberá pasar pos los caminos de la trascendencia poshumanista de la robótica. Es por eso que la racionalidad, la estetización de la razón política, no es más que el juego
A partir de aquí todo es una historia de excelso ero-guro: sexo de toda índole, violencia desatada hasta sus más pútridos extremos e historias de romance imposible por intergénero o interespecie. Nada se escapa de la degeneración absoluta que perpetua a su alrededor Zera que no dudará en destruir todo cuanto ha creado para perpetuar su sueño de trascender su mortalidad; su necesario declive hacia la decadencia. Por eso cuando Robot no sólo no consiga lo que le exige sino que se revelará como una entidad viva capaz de enamorarse y de enamorar se cristalizará la auténtica tragedia de la trascendencia: cualquier intento de alcanzar la trascendencia a través del intelecto parte siempre de que los demás nos perpetúen; es imposible auto-trascenderse ajeno al mundo. He ahí que todo se convierta en un vodevil brutal donde nada está vetado más allá de la pura pasión desatada donde muere la estetización de la política para dejar paso a la política auténtica, la política definida a través de un caos eterno donde se impone la pasión más desaforada que pueda imponerse sobre los demás. He ahí la terribilitá de las pasiones (sean robóticas o humanas) pues nos conducen necesariamente hacia el seno de una política tan pura que será capaz incluso de destruirnos.
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