Es peculiar comprobar como va dando bandazos durante la historia las representaciones de los arquetipos primordiales que definen a la humanidad como entidad en sí misma. Si primero se dieron como relato oral que se transmitía de generación en generación después cristalizaría en la edad de oro del teatro y posteriormente en el folletín novelesco del XIX. ¿Y actualmente? Obviamente nuestras series de televisión, por extensión y dramatismo, son las candidatas perfectas para seguir definiendo el mito. Y esto lo sabe muy bien Jorge Carrión y lo demuestra en Teleshakespeare.
¿Qué es el mito? El mito viene del griego μῦθος que significaría aproximadamente discurso o palabra. Sin embargo en español ha adquirido una significación propia que vendría a ser una narración donde se suceden acontecimientos prodigiosos protagonizados por entidades extraordinarias; el mito nos introduce en el origen de hechos conformantes de la sociedad a través de arquetipos sublimados de la humanidad. De este modo podríamos decir que el mito es un acto de habla ritualizado, una narración que representa de forma metafórica el espíritu de la sociedad hacia la que responden. Por ello un análisis de estos relatos nos dará el retrato patente que se esconde detrás de las relaciones que en él se ven representados; justo lo que hace Roland Barthes en el imprescindible Mitologías y también Jorge Carrión aquí, en Teleshakespeare. En el episodio piloto nos narra esto mucho más extensamente y ejemplificado dando fuerza al discurso, actualizándolo hasta la realidad contemporánea: la narración en el siglo XXI pasa necesariamente de ser una ficción lineal a ser una ficción cuántica . El relato evoluciona necesariamente con la sociedad, adecuándose a los cambios sustanciales que se dan en su seno para que así puedan ser transmitidos de la forma más eficaz posible. Y eso incluye tanto que cambien los mitos en sí como que cambie su medio.
¿Por qué Teleshakespeare? El nombre no podría ser más exacto ya que Shakespeare sería uno de los primeros en retratar con exactitud los dimes y diretes de la sociedad occidental pre-moderna hasta nuestros días. Por supuesto no sería el primero ya que podemos seguir su rastro hasta los clásicos del teatro griego o, incluso antes, en la Teogonía de Hesíodo donde el origen de los dioses es una narración fidedigna de la visión del mundo que tenían los griegos. Pero Shakespeare dio un vuelco sustancial al acercar al común de los mortales esas obras, como irónicamente lo harían los clásicos griegos, a través de la imagen. Y es que, si la novela siempre ha retratado esta realidad patente, la masa siempre aceptará mejor la representación que la palabra; aquí se constituirán las teleseries o, como prefiere llamarlas Carrión, las telenovelas. Haciendo de lo que podría ser potencialmente un folletín una gran obra de teatro, un Shakespeare expandido en el espacio y el tiempo, la televisión nos ofrece una recapitulación de nuestra realidad. A su vez, Carrión, nos va desgranando estas series una a una enseñándonos lo que esconden en su seno para lanzarnos a la cara todo aquello de lo que estamos constituidos; produce el desvelamiento, o el spoiler, de todo cuanto se esconde tras aquellos mitos que hemos articulado como realidades propias de nuestro tiempo.
El mito cambia y evoluciona en todos sus aspectos y, por ello, siempre es necesario re-articular el análisis de las Mitologías sobre las que se sustenta nuestra sociedad. Y he ahí el gran valor de este divertidísimo y brillante ensayo de Carrión, retrata con una lucidez propia de aquel que conoce muy bien los flujos de su tiempo todo aquello que se esconde detrás de las realidades ritualizadas que son las telenovelas; como Prometeo nos confiere el fuego divino que escondían los dioses para sí. Y cada generación necesita su propia versión del Prometeo.
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