Entrada publicada originalmente el 25 de Diciembre de 2011 en ngo. La entrada ha sido corregida para su publicación en el blog.
Umi Shizuka, Koe wa Yami, de Kazuki Tomokawa
Si se nos ocurriera hablar de acid folk, algo que estamos haciendo según se nos ocurre la posibilidad de hacerlo, saldría a relucir, más pronto que tarde, el nombre de Kazuki Tomokawa (友川 かずき) a la palestra. Este sexagenario conocido como el filósofo gritador ha conseguido crear toda una confluencia subterránea de seguidores, donde se le sitúa en la posición de una auténtica deidad; todo aquel que lo conoce acaba completamente fascinado ya no tanto por sus capacidades vocales, vistosísimas en cualquier caso, si no también por su economía de arreglos que le hacen un maestro de la guitarra acústica. La combinación de voces de orden melódico, gritos y algo cercano al quejío flamenco se va solapando en una técnica sencilla, sin grandes aspavientos, donde la guitarra acompaña una voz poética capaz de quebrar cualquier concepción anterior de como debe ser el folk. Porque esto es folk, pero supera todas las expectativas que pudiéramos poner en que significa ello.
Aunque activo desde 1976, su primera obra maestra no la encontraríamos hastaSea Is Silent, Voice/Soul Is Suffering (Umi Shizuka, Koe wa Yami 海静か、魂は病み), ante su capacidad insoslayable de conjugar con una natural perfección todos los registros que fueron intuyéndosele, siempre con un acierto rotundo, en sus seis discos anteriores. Por ello, en términos generales, podemos decir ‑o, incluso, debemos- que lo único que une al conjunto de las canciones es un cierto tono melancólico, una disposición discursiva hacia el tono poético ‑cosa que le viene de familia, pues su hermano es el famoso poeta Satoru Nozoki- y la base exclusivista de guitarra y voz como elementos nucleares de la canción.
De sentir la necesidad de resaltar algo de esta obra de virtuosismo ingenuo de Tomokawa ya desde su génesis sería su tendencia hacia la violencia desatada, aun cuando perfectamente medida, desde la cual construir un acid folk corrosivo como para acabar (de forma definitiva) incluso con el crítico más exigente. Literalmente. El ejemplo ideal lo encontramos ya en el primer tema, The Other Side (彼方 kanata) en el cual se conjugan los fascinantes punteos casi country con un genuino proceso que sólo podría ser definido como aporreamiento de la guitarra, que casi llora de sufrimiento en las partes más intensas, mientras va cubriendo delicadamente el conjunto completo con una capacidad inusitada para los gritos. Todo ello sin contar además las fabulosas aliteraciones y juegos vocales, con los que se arranca constantemente, los cuales parece como sí sólo él fuera capaz de arrancarle de sus entrañas al japonés. Y aunque esas capacidades vocales únicas siguen en Became A God (神様になれ kami ni nare) todo se tornará melancolía e el paso hacia un estilo más propio de un folk japonés bien tamizado por el tono triste de balada enka, que además rescatará específicamente en de forma magistral en Santouka-yo (山頭火よ), donde solapará econjunto; sin gritos conocidos. ¿Todo esto para qué? Para darnos en los morros en It’s the End of the World at All (一切合財世も末だ issai gassai yo-mo sue-da) al su condición de canción eminentemente folk con tintes pop, donde los gritos son samplers y el conjunto se permite pequeños estallidos psicodélicos, jamás sin parar de retornar hacia su espíritu siempre japonés. En último término eso es Tomokawa y nada más: la capacidad de mimetizarse en todas las formas de folk inimaginables a través de su profunda japonesidad.
Aunque pudiera ser tentador seguir desgranando canción por canción el disco ‑aunque, también, sería un ejercicio suicida- eso sería peligroso y contraproducente: se podrían escribir libros enteros sólo sobre éste disco en particular y los saltos ciegos que ejecuta a la perfección en una progresión totalmente alucinada. Bastará con decir que, después de todo lo anterior, en Homicide and Clear Blue Sky (殺人と青天井 satsujin to ao tenjyo) sigue con algo cercano a lo que sería el pop actual cultivado por grupos como Tokyo Jihen con tintes progresivos, lo cual debería servirnos para entender hasta que punto puede hacer (y hace) lo que le da la gana sin que, ni por un segundo, deje de sonar exactamente como él desea sonar. Y es así porque, a diferencia del músico medio, él es un auténtico maestro de la música; él es un espécimen único: el filósofo punk del zen gritado.
Si la música está muriendo, como gusta de decir a abotargados pseudo-críticos de medio pelo, entonces deberíamos observar meticulosamente cada paso que den los grandes maestros que han sabido crear alrededor suyo toda una nueva forna única, exclusiva de sí mismos, de concebir la música. En este caso Tomokawa sería como el maestro zen que espera en la montaña más alejada del mundo conocido, aceptando como alumnos sólo a aquellos capaces de aceptar la necesidad del aprendizaje a través del peregrinaje: encontrar al maestro es algo tan importante para aprender como el ser iluminado por éste; sólo hay camino hacia la verdad, nunca conclusión del viaje. Por eso seguir el camino trazado por Tomokawa es más valioso que su entendimiento mismo, pues aun cuando no demos con él seguro que encontraremos una manera nueva, una más pura, de mirar cuanto nos rodea majestuoso y vibrante con nosotros.
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