Otra dimensión, de Grace Morales
Se preguntaba un alemán de bigote impecable allá por finales del siglo XIX algo que, no por simple, dejaría de tener repercusiones mucho más profundas de lo que al alemán medio hubiera deseado: ¿es esto vivir? Cuando Nietzsche se pregunta esto no está aludiendo a ninguna clase de relación ontológica, metafísica, antropológica o política de ninguna clase ‑o, al menos, no en primera instancia, obviamente tendrá repercusiones profundas en todos esos campos- sino que está haciendo un cuestionamiento eminentemente positivo, se plantea simple y llanamente si la vida del hombre de su tiempo es una vida que merece ser vivida. Esta pregunta, uno de los puntales primeros de la filosofía nietzschiana, sería la misma que se irían preguntando sistemáticamente una infinidad de filósofos, escritores, artistas e, incluso, alguna persona normal no relacionada con las inquietudes más elevadas del espíritu; aunque la mayoría crean lo contrario, siempre llega el momento ‑o, en el más funesto de los casos, los momentos- en que cabe preguntarse: ¿es esto vivir?
Responder esta pregunta será cosa de cada uno, como no podría ser de otro modo, sin haber una respuesta universal para nadie. Según Nietzsche esto es vivir sólo si es una buena vida pero según, supongamos, H.P. Lovecraft esto no es vivir en absoluto pues si hasta la muerte puede morir, ¿qué sentido tiene la existencia? No es baladí esta posibilidad pues, si hacemos caso a la posibilidad de que no exista una Historia ni un Dios ni otros grandes conceptos, no hay un sentido ulterior del mundo al cual aferrarse; si los grandes conceptos no existen, o si existen pero nos son contrarios, nuestra existencia es sólo una caída libre hacia la muerte. Esa es la cuestión terrorífica y brutal, capaz de descomponer el rictus airado de cualquier lector por afilosófico que éste se declare, que intentaba evitar la pregunta anterior: ¿es esto vivir si no hay un sentido ulterior de la vida?
11 de Septiembre de 2011
Dos aviones se estrellan contra las torres gemelas; un caos inusitado descompone la paz radical de Occidente en general y de la ciudad de Madrid en particular: las vidas de todos se interrumpen (casi) necesariamente durante unas horas. Todos van de un lado a otro pensando en la 3ª Guerra Mundial, vaticinando una nueva era de dolor islámico o de dominio americano ad nauseam impuesto por El Santo Simulacro para dominar el mundo en nombre de La Libertad. El sistema se colapsa, durante un instante, pero aun nos queda Internet. Ahora se está instalando los primeros ADSL, se descubre el IRC y el messenger, los chat cobran vida y los servidores de pornografía empiezan a correr de forma primera sistemática: es el inicio de una nueva era en el colapso de su antigua era; lo analógico salta por los aires para dar paso a la realidad digital que quizás sea igual de mala, pero al menos es nueva.
Otra Dimensión, lo llama Grace Morales. El nacimiento de Internet en España, su llegada anticipada entre grandes fiesta (silenciosas) y el clásico escepticismo español acompañado por el no menos clásico, pero este algo más universal, abrazar con fervor todo aquello que antes se criticaba. Pero las personas no cambian. Siguen siendo igual de estúpidos, avariciosos, miopes de sus propios deseos, feos, malvados o simple y llanamente incapaces de relacionarse con el mundo; Internet sólo les ha dado un mecanismo primero a través del cual seguir derramando sus formas miserables, flácidas y apenas definidas en (a)imaginativas maquinaciones extensivas de La Realidad®: todo cambia para ser lo mismo. Con la irrupción de Internet lo único que cambio es la oportunidad, la promesa de un futuro mejor, caracterizada por la posibilidad de construir algo que revolucione el mundo. Pero no hay nada nuevo, Internet sólo es ahora la construcción de las antiguas identidades (personales, corporativas o empresariales) en un nuevo medio; el medio aun no es el mensaje.
11 de Marzo de 2004
Cuatro bombas explotan en una red de trenes de cercanías de Atocha; la sangre se derrama esta vez en casa: hoy, Madrid. Todos creen que es ETA, porque siempre que ocurre algo en España es ETA, pero fueron un grupo de yihadistas por la participación del país en la guerra de Irak, tres días antes de las elecciones generales, y de nuevo los cultistas de El Santo Simulacro salieron para predicar su palabra político-ocultista. Pero, de hecho, parece un simulacro, como el hermano gemelo nacido amorfo y a destiempo del gran revulsivo que se le supuso al 11S.
La diferencia es que hoy Internet ya es una realidad y con ello esa Otra dimensión, nadie es ya como era, todo está desinhibido, todo vale, pero sólo detrás de la pantalla: esto sigue siendo un país decente. Aquí todo se torna como una novela de Houellebecq, con el sexo desaforado que inunda cada micra de papel que inunda la tinta rehogada en metales sobre la celulosa repleta de químicos sobre la que se sostiene y ese vacío existencial que parece cebarse en la existencia de todos. Pero Morales no es Houellebecq, ni maldita falta que le hace. Donde el francés sólo ve el derrumbamiento del mundo, la descomposición de toda realidad al estilo lovecraftniano donde la única posibilidad de salir triunfante es suicidarse antes de que la mierda inunde tu vida hasta tener que seguir existiendo por pura inercia, la española es más nietzschiana: quizás esto no sea vida, pero sus personajes lo eligieron por voluntad propia. Y eligieron mal.
Si Otra dimensión se puede leer como un alegato anti-Internet, como los ecos sordos de los espectros de otra dimensión houellebecquiana que amenazan con la descomposición de nuestras propias vidas, sólo que más cañí, más costumbrista y real ‑el sexo es carne sobreasada, rolliza y sudorosa frotándose con un erotismo mundano, no desapasionado furor gimnástico de beldades ultra-mundanas-. Ahora bien, también se puede leer como el abandonar un pasado de deseos estancados. Sus personajes se lanzan a la conquista de Internet por no vivir una Vida Real® que les resulta indeseable, cuando no directamente perniciosa, y con la promesa siempre en mente de que las tierras colonizados son siempre de pastos más verdes, porque aquello es otro mundo, otra dimensión. Por eso sólo los que se desconectan, los que aceptan que su vida sólo puede cambiar si ellos deciden cambiarla por sí mismos mediante sus acciones y no mediante la falsedad y el auto-engaño, pueden alcanzar esa paz interior que supone un conciliarse con la vida, un saberse estar viviendo una vida que merece ser vivida por miserables o pequeñas que sean sus metas; si aceptan que el deseo no puede venirles venido mediado del exterior, pues el sexo no es solución de todas las cosas, y deben decidir por sí mismos que es lo que realmente desean para sí. ¿Es esto vivir? Sí y sólo sí ese vivir es digno de ser vivido en un eterno retorno de lo mismo, pues no hay más sentido de la vida que con aquel que nos sintamos satisfechos.
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