Copa, de Dj Hell
El sueño del (post)adolescente medio desde hace ya algo más de veinte años es la posibilidad de alcanzar la fiesta perpetua, la posibilidad de una fiesta inagotable que se auto-perpetua en su propia condición de fiesta. Esto, que en realidad no es nada nuevo, es una concepción que se lleva generando desde el principio de los tiempos, aunque sólo ahora se haya democratizado la fiesta ‑como coto no exclusivo de una catarsis colectiva necesariamente revolucionaria, cabría añadir- hasta el punto de convertirse en tótum revolútum de la propia noción original de fiesta; lo que en principio era una comunión catártica basada en la anulación de toda racionalidad consciente ha ido derivando, lentamente, hasta orillar en mares más fértiles. Por supuesto poca gente mejor habría que Dj Hell para abordar esta problemática que está íntimamente ligada por la capacidad catártica del techno.
En Copa, canción que nos servirá de punta de lanza de esta ontología de la fiesta, Dj Hell toma como sampler Copacabana de Barry Manilow para hacer una nueva concepción de la fiesta; si Copacabana es, aun hoy, sinónimo del loungue que acompaña las fiestas más tórridas, Copa sería la perversión impúdica de este sueño imposible de placer. La canción avanza en un comienzo a trompicones hasta que lentamente se va definiendo en una melodía principal que, lentamente, se va haciendo con el poder hasta definirse en una suerte de deceso techno de aires tropicales en los que nos sumergimos en esas exóticas playas de excepción continua de la realidad. Lo único que nos hace salir momentáneamente de esa noción son los cambios de ritmo, tan alocados como aparentemente aleatorios, que van configurando una percepción particular de la progresión festiva. La sublimación se da de un modo furtivo en una manipulación constante del ritmo que acontece naturalizado en la música.
Obviamente esto nos deja en la posición dada de que existe un control pertinente sobre el ritmo que se da en la fiesta, ¿quien lo produce? Obviamente el dj. Él, como amo y señor de aquello que produce la catarsis colectiva, manipula las fluctuaciones propias de la música para que no se estanquen en condiciones auto-perpetuizantes ‑condiciones que, en tanto su repetición, obliteran la posibilidad de exención de la racionalidad al devorarse a sí mismos- y así devenir en un eterno estado de gozo irracional. O, lo que es lo mismo, si hasta ahora la fiesta ‑y, con fiesta, vale cualquier forma de catarsis colectiva- tenía un límite dado es porque, sin la posibilidad de (re)dirigir los flujos comunes de la totalidad acaban por estancarse sus deseos y caer hechos pedazos en su propia irracionalidad ante la mirada de la razón cínica. El dj sería, en esta situación, el héroe que conduce a sus seguidores hacia un estado perpetuo, siempre a través del cambio, de cumplimiento del deseo.
¿Pero en el caso que hemos descrito no sería el dj una especie de dictador discreto que dirige los deseos de la concurrencia a través de la manipulación de una serie de fantasías (para ser más exactos: la música) impuestas? No. No lo sería porque para serlo deberíamos suponer que toda música ‑y, por extensión, su actividad catártica- se define exclusivamente a través de los trazos exclusivistas de las formas fluctuantes del ritmo, y no hay nada más lejos de la realidad; en palabras del propio Dj Hell: la música de club (…) siempre ha sido extremadamente dependiente de la atmósfera y del contenido. La atmósfera (tanto del medio como de la música) y el contenido (de la música con respecto del medio) son dos cosas que van fluctuando e influenciándose mutuamente a través de un agente catalizador: el dj. De éste modo según la fiesta vaya fluctuando en diferentes formas atmosféricas (en la catarsis del público) el dj, al menos el dj habilidoso, habrá de ajustar la atmósfera musical para que se ajuste a la atmósfera del medio dado, que de hecho ha cambiado, ajustándose a través de su propio contenido. La labor última del dj sería, en cualquier caso, dirigir los deseos subyacentes en cambio del público de tal forma que se vean satisfechos antes de que sean racionalizados, puestos en cuestión, y, por tanto, hayan abandonado su estado de éxtasis (musical).
Esta condición de heroicidad se ve presente en el propio videoclip de la canción donde vemos un Dj Hell totalmente anodino, sin ninguna clase de pasión por el mundo de fiesta caribeña que le rodea, a la cual arrastra hacia su mismo estado de ánimo que era el que estaba subyacente a sus formas. Sus poses abigarradas, premeditamente pseudo-elegantes, van precisamente con el tono pretencioso y roto que imprime el dj sobre la canción; el dj (re)define los espacios propios de la fiesta a través de los abusos realizados en la música. Por ello un buen dj sería aquel que es capaz de manipular emocionalmente sin que se den cuenta los estados alterados de los que lo escuchan manteniéndoles siempre en un cambio perpetuo que les impida escapar de la espiral arracional, anterior de la racionalidad misma, donde se perpetua ese estado de auténtica decisión personal. El dj democratiza los espacios propios al llevarlos siempre a un estado de perpetua evolución coherente con la de su público.
Al final, con la canción en un estado derivativo de pura reminiscencia solipsista loungue se cierra con una serie de imágenes absolutamente contrapuestas: los jóvenes cuerpos esbeltos bailando hasta el final y Dj Hell, estático, sosteniendo una copa que le anuncia como el victorioso ganador de la contienda. Como dj consiguió perpetuar a partir del cambio evolutivo la pose de estos alocados jóvenes haciéndoles dirigirse en cambios que ni ellos mismos conocían que deseaban, pero los deseaban. El resto es la demostración empírica del triunfo de la necesidad de la razón en la dirección de la masa ciega de la irracionalidad catártica.
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