Maqueta, de Hello Drivers
Aunque los géneros son ideas conformadas originariamente más allá del tiempo, su historicidad está fuera de toda duda: todo género evoluciona, cambia, va asumiendo las formas propias del tiempo en el que se circunscriben. Por eso la idealidad mal entendida de un género como algo estático, no existe. Todo género va evolucionando, cambiando, fluyendo, dando lugar así a otras formas que en otro tiempo fueron impensables, pero que se tornan como una derivación presumible dentro de la lógica propia de su tiempo. Es por eso que no tiene sentido juzgar un género por sus fundadores, porque ellos no están en su origen; lo originario del género es su idea, aquello que permanece estático dentro de él que nos permite saber que unos determinados rasgos le pertenecen, pero siendo su forma algo que varía de forma constante según el propio devenir histórico. Pensar los géneros como algo inamovible, algo que debería permanecer siempre en el grado cero de aquellos que lo perpetuaron, es una imbecilidad.
Se hace imperativo comprender ésto para entender la auténtica profundidad de Hello Drivers, su filiación última, contra los desmanes propios que podrían querer hacernos saltar con una ínclita objeción purista. En su interior, el shoegaze. Es por eso que en ésta, su primera maqueta, no nos resulta difícil descubrir una serie de rasgos definidos que van perfilando un cierto sonido propio del género con mayor onanismo de zapatillas que podamos encontrar en la actualidad: muros de ruido, voces y guitarras distorsionadas, una densa oscuridad sonora. La adhesión de ciertos toques post-punk en el bajo y una mayor preponderancia de los platillos en la batería no desvirtúa su sonido, mas al contrario: el shoegaze se va filtrando incolumne, enrarecido pero en una forma aun fácilmente cognoscible, de entre cada grieta del estruendoso muro que han constituido en su sonido. He ahí que la familiaridad con la que abordan el género provoca una cierta familiaridad en su sonido, como si de hecho ya los hubiéramos escuchado antes; incluso lo más enfervorecido de su propuesta, esos detalles propios del post-rock algo escindidos de la lógica primera del género, nos resultan perfectamente coherentes en su conjunto.
Lo que el purista objetaría dentro de este trabajo sería la distancia que hay con los orígenes de género, el hecho de que no suena como el shoegaze (que yo escucho). Así podríamos decir que su oscuridad resulta más como un cálido abrazo festivo de un amigo que una densa cuchillada en la noche, que sus muros de ruido se definen por una amabilidad punk en vez de por la metódica suma de distancias existenciales y la guitarra parece demasiado abocada al desarrollo, cuando debería mutar en silencio para apreciar el silencio del ruido. Incluso aunque todo ello pueda ser verdad, no dejarían de ser las críticas propias de alguien cuyo entendimiento permanece estancado.
El valor de Hello Drivers se encuentra en retorcer los principios del shoegaze, en forzar su condición histórica sin violar su condición eidética. O lo que es lo mismo, carece de sentido acusarles de no ser shoegaze por no sonar como My Bloody Valentine —para lo cual podríamos también aducir que, de hecho, su principal referente al respecto del género sería Slowdive— en tanto, por disposición, su pretensión es llevar más allá el género: suenan a shoegaze, pero también suenan como algo eminentemente propio; he ahí que suenan familiares incluso cuando nos resultan nuevos. En ese sentido podríamos afirmar entonces que el entendimiento del grupo pasa no por conocer el género en sí, sino por dejarse infectar por la historicidad del mismo: aquel que no sea capaz de comprender cual es su situación específica en el shoegaze no será porque ellos sean malos o no hagan shoegaze, sino porque él está completamente desconectado de la historicidad del mundo. Su entendimiento permanece estancado en un idealismo espurio.
Si resultan interesante un grupo como Hello Drivers, si nos resultan próximos como shoegaze, es porque todo género es flexible más allá de un núcleo duro que permanece como su realidad originaria. Así pues, en tanto permanecen los muros de sonido y ciertas deferencias por la distorsión, el reconocimiento dentro del género resulta tan natural como reconocer que un tigre blanco es también de hecho un tigre: incluso aunque su apariencia sea diferente, en último término es fácil reconocer el núcleo básico a partir del cual se han visto constituidos.
Siguiendo esta lógica, no nos resulta difícil comprender por qué nos resulta tan sencillo aceptar algo que se sale de los géneros sólo lo suficiente como para hacerlo evolucionar hacia algún punto específico más allá de la tradición hasta ahora constituida: nos remite a algo que nos resulta propio por partida doble: lo nuclear, la base eidética invariable del género, y lo histórico, lo que va cambiando con el tiempo según las transformaciones que se produzcan en el mundo. Es por eso que cuando una persona deja de comprender los cambios dentro de los géneros no es por hacerse viejo, es porque ahora es incapaz de comprender los cambios históricos que acontecen de forma particular en todo cuanto acontece en el mundo; el destino de todo cuanto existe es devenir, porque sólo lo que está muerto permanece yaciente. Por eso el entendimiento siempre va de la mano de los valientes que se atreven a pensar el presente sin olvidar la tradición, porque a ellos pertenece la visión del futuro.
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