estéticas de los finales de la historia

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Si hay un me­dio par­ti­cu­lar­men­te pro­pi­cio pa­ra re­tor­cer los pre­su­pues­tos de la reali­dad a tra­vés de nues­tra pro­pia per­cep­ción ese es sin du­da el del có­mic. Con el uso de co­lo­res y for­mas en cual­quier con­jun­ción po­si­ble den­tro de la ima­gi­na­ción ‑y la técnica- del di­bu­jan­te se pue­de plas­mar to­do aque­llo que se si­túe en los lí­mi­tes de lo pen­sa­ble; se pue­de re­crear cual­quier reali­dad po­si­ble por im­po­si­ble que es­ta pa­re­cie­ra. Es por ello que en el có­mic hay una par­ti­cu­lar que­ren­cia por la ex­pe­ri­men­ta­ción for­mal, sea más su­til o evi­den­te, que lle­va in­clu­so al he­cho de que al­gu­nas de las obras más acla­ma­das del me­dio ten­gan vi­sos de una ex­tre­ma abs­trac­ción por su ca­rác­ter ex­pe­ri­men­tal. Un buen ejem­plo de es­to se­ría Spider-Man Fever de Brendan McCarthy.

En és­te ar­co ar­gu­men­tal ve­mos co­mo nues­tro hé­roe arác­ni­do aca­ba en una di­men­sión des­co­no­ci­da con­tro­la­da por unas ex­tra­ñas ara­ñas que usan un po­der má­gic­ko más allá de la com­pren­sión del hom­bre. Servido co­mo ali­men­to, al ser me­dio ara­ña me­dio hom­bre, las mis­mas le re­tan a ca­zar una mos­ca que sir­va de ban­que­te pa­ra to­da la co­lo­nia co­mo for­ma de de­mos­trar su con­di­ción de arác­ni­do. Mientras tan­to el Dr. Extraño ini­cia­rá su bús­que­da a tra­vés de es­ta di­men­sión fluc­tuan­te que pa­re­ce cam­biar en pro­ce­sos más allá de cual­quier ló­gi­ca hu­ma­na pri­ma­ria. La di­men­sión se ar­ti­cu­la den­tro de las re­glas de la ma­gick lo cual lo ale­ja de la in­va­ria­bi­li­dad del mun­do hu­mano co­mún: to­do es vo­lá­til; li­bre de ser cam­bia­do a vo­lun­tad en tan­to es asu­mi­do, creí­do, co­mo si siem­pre hu­bie­ra si­do así. De és­te mo­do no im­por­ta que ha­gan o don­de se di­ri­jan los per­so­na­jes, pues la úni­ca dis­po­si­ción ne­ce­sa­ria pa­ra las más bá­si­cas de las in­ter­ac­cio­nes pro­fun­das es su voluntad.

Pero la dé­bil tra­ma que sos­tie­ne el có­mic no sig­ni­fi­ca­ría na­da sin el pro­li­jo apar­ta­do grá­fi­co que lo en­vuel­ve. Concebido co­mo un ho­me­na­je al es­ti­lo grá­fi­co de Steve Ditko to­do es una re­mi­nis­cen­cia ha­cia la cul­tu­ra hip­pie en ge­ne­ral, ade­más de un re­torno ha­cia el gra­fis­mo pro­pio del LSD en par­ti­cu­lar. Desde el en­sal­za­mien­to de la na­tu­ra­le­za has­ta los co­lo­res vi­vos pa­san­do por la sá­ti­ra bur­da so­bre las in­co­mo­di­da­des la vi­da mo­der­na ‑im­pa­ga­ble ese Unhappy Meal- to­do es la bru­tal re­vi­si­ta­ción de los pre­fec­tos estéticos-políticos del hom­bre que creo los per­so­na­jes en­vuel­tos en la his­to­ria; del hom­bre que tras­cen­dió su con­di­ción de di­bu­jan­te has­ta ser un icono pop en sí mismo.

Y en­tre to­da es­ta Magick, LSD, gra­fis­mo re­tro, iro­nía tos­ca hip­pie y exal­ta­ción de los pro­ce­sos na­tu­ra­les nos en­con­tra­mos la más ári­da de las na­das: aque­lla que es­ti­mu­lan­do nues­tra per­cep­ción só­lo nos alu­de a re­ta­zos del pa­sa­do. No cons­tru­ye na­da nue­vo, só­lo ho­me­na­jea tos­ca­men­te unos tiem­pos pa­sa­dos que siem­pre tu­vie­ron una pre­sen­cia de es­te­ti­za­ción de la reali­dad más po­ten­te que cual­quie­ra de sus re­vi­val; que ar­ti­cu­la­ron un dis­cur­so crea­dor de reali­dad más cohe­ren­te con res­pec­to de sí mis­mos. Por eso Spider-Man Fever es más el re­tra­to iró­ni­co de una reali­dad pa­sa­da que la re­pre­sen­ta­ción iró­ni­ca de una reali­dad pre­sen­te. La reali­dad se de­fi­ne a tra­vés de los va­lo­res es­té­ti­cos del presente.

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