Ser hombre es duro. Habrá quien lo justifique como falsedad en tanto los hombres tienen derechos particulares a los cuales los demás no pueden aspirar —como si la opresión femenina no jugara en ambas direcciones: ridiculizar al hombre que llora no es menos cosificar que sexualizar el cuerpo de las mujeres; es crear, en último término, mecanismos de control social — , que si bien es cierto sólo tendría sentido como afirmación absoluta si todo hombre fuera un varón blanco heterosexual de clase alta; la mayoría de hombres del mundo son, por definición, otros. Peludos o impolutos, altos o bajos, orondos como panzas bien formadas o escuálidos como llegar a fin de mes, lo único que comparten todos los hombres es un cromosoma en común que parece el femenino roto por una de sus patas. Como seres incompletos, primitivos y presionados a ejercer una dominación que se dirige también contra ellos al ser la mayoría demasiado oscuros o con los bolsillos demasiado esquilmados, la vida es lo que pasa mientras hacen lo que dictan los demás: vestir de un modo acorde a su edad, abandonar sus intereses personales, formar una familia, cortarse el pelo, afeitarse, ponerse traje para ir a trabajar, ir al gimnasio, comer mejor. La vida es lo que pasa mientras la biopolítica te mete un dedo por el culo, porque Cosmopolitan dice que así se estimula próstata.
Se podría creer que es exagerado afirmar que Hard Target es la gran película de su tiempo sobre la masculinidad, cuando no una boutade, dado su género; el cine de acción arrastra la creencia de ser un género menor, hipermasculinizado en el peor sentido, entendiendo el mundo desde una perspectiva machista basada en la violencia como solución de todos los problemas, incluida la calidad fílmica. Nada más lejos de la realidad. Aunque si bien es cierto que encontramos en la opera prima occidental de John Woo menos demencia esteticista que en su etapa oriental —donde creó su particular estética basada en planos largos cruzados con planos cortos muy cerrados de detalles del escenario durante los tiroteos y una forma de concebir las escenas de acción clásicas del cine negro (con especial cariño por el polar de Jean Pierre Melville) como escenas de artes marciales (creando lo que se denominaría gun-fu)— seguimos encontrando aquí algunos de los rasgos de sus obras mayores: el hombre hecho a sí mismo, el juego de planos, las palomas como elemento estético y simbólico —la pureza de un acto noble realizado como un ataque la desesperada— y, como no podía ser de otro modo, una querencia por la acción hipervitaminada basada en los excesos acrobáticos. También, aunque quizás de un modo menos evidente, la idea del hombre como un ser derrotado al tener que soportar la tensión entre sus ideales y la realidad que habita.
Chance Boudreaux es cajún, exmilitar y marino mercante; su poder se reduce a ser Jean-Claude Van Damme, como nos demuestra cuando la coprotagonista Natasha «Nat» Binder es agredida por unos ladrones a plena luz del día —nota para quienes están gritando «paternalismo»: ella se defiende, pero la superioridad numérica de los enemigos puede con ella— lo cual le conduce a pegarles una soberana paliza sólo utilizando sus piernas. Su poder se reduce a la capacidad de acto. Ni Nat cae rendida a sus encantos ni lo descubrimos como triunfador, ya que acaba trabajando para ella a cambio de la cantidad de dinero suficiente sólo para poder volver a trabajar de marino mercante después de pagar al sindicato: un héroe obrero, sin encanto ni interés, salvo sobrevivir un día más.
En la fragilidad del estatus social del protagonista es donde se dirime la trama y el subtexto de la película. Sus cualidades físicas son indiscutibles, pero todo lo que se hace se dirige por cierta convicción de honor basada en el respeto de sí mismo; nada de lo que hace Boudreaux podría considerarse paternalista o como un acto de venganza ciega, sino la búsqueda personal de un modo a través del cual poder volver a su vida normal. Ayuda a Nat no porque sea mujer y necesite ayuda, primero lo hace por dinero y después porque están juntos en el problema. Del mismo modo, resulta normal que busque protección en la figura de su tío: el Tio Douvee ejerce como contrapunto lógico, como ayuda necesaria, por aquello que tiene de fuerza próxima: el hombre que no tiene nada, el obrero, lo único que conoce por seguro es su familia, sea física (Douvee) o existencial (Nat). Concebir que hay machismo o alguna clase de demostración de poder porque sea bueno haciendo una cosa, dar hostias, que sólo le sirve para no ser aplastado pero no para trabajar, porque por no aguantar las órdenes de un patrón déspota y liarse a guantazos fue expulsado, es querer ver una masculinidad enfermedad allá en cada lugar donde haya hombres.
Si bien el detonante de la película es la imposición de no permitir trabajar a Boudreaux, las consecuencias de ello serán también de clase: quienes se interponen en su camino por estar en vías de destrozar su negocio son blancos heterosexuales de clase alta que juegan a la cacería humana con pobres desdichados que nadie echará de menos. Aunque una historia de clases altas depredando a las clases bajas no tendría por qué remitirnos a la lucha de clases, ni siquiera cuando su protagonista se llama «oportunidad» y todo apunta hacia esa lectura —personas de minorías étnicas con problemas laborales siendo perseguidas por patrones abusivos que intentan liquidarlos para poder seguir cosificando a las personas a través del trabajo suena, en realidad, muy marxista — , al menos sí resulta evidente que no puede considerar que todos los personajes masculinos tengan los mismos privilegios: Nat tiene más que Chance, a pesar de ser mujer, del mismo modo que la posición de Emil Fouchon como varón blanco de clase alta se sobrepone por encima de cualquier derecho de ambos. Derechos que no emanan de la masculinidad tanto como del poder, lo económico y lo social: Emil Fouchon es un hombre de dinero, deportista y profundamente sádico; su misoginia se sobrentiende y sin duda no es un hombre que dudaría en matar o ridiculizar a otro al verlo llorar, ¿la desigualdad emana entonces del género o de la sociedad? Los hombres replican privilegios de opresión, pero no emanan de la masculinidad en sí.
La idea de hombre que se desarrolla en el cine de John Woo, basada en la amistad y la búsqueda del honor y la justicia a cualquier precio, podría parecer machista sólo desde una lectura capciosa, o directamente interesada. Las hostias de Hard Target son ominosas y la presencia de mujeres escasa, pero recordemos la muerte más simbólica: con una granada en las pelotas. La masculinidad en John Woo es la muerte de los privilegios propios del varón blanco de clase alta que pasa por encima de todo y de todos, es encontrar en los demás la posibilidad de llorar o encontrar una mano amiga cuando sea lo que más necesitamos.
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