Si existe una carta de presentación válida para el artista, o para cualquiera que defina su campo de acción dentro de la lógica del arte —desde el mago hasta el filósofo, pasando por el más abstracto papel del crítico — , es hacer de su primera obra un mecanismo capaz de ir más allá de lo que cualquier persona pueda reconocer, al menos hasta el momento, como posible en su disciplina. Sólo esgrimiendo un estilo propio, depurado ad nauseam en forma y ritmo con ecos que trasciendan la visible mano del maestro, se puede alcanzar una dimensión propicia a través de la cual construir un repertorio a interpretar a la medida del propio espíritu perpetrado en el proceso —haciendo no sólo de la forma una belleza intrínseca por sí misma, sino ineludible del fondo que pretende transmitir — ; la técnica perfecta, aplicada con la precisión de un reloj, no significa nada si lo que se nos presenta no pasa de ser el enésimo clon de algún otro maestro artesano o la copia descarada de endebles estructuras que no funcionaban siquiera en origen. La mejor carta de presentación para un artista es arrogarse en lo obvio, en cuestionar la presencia inmóvil del mundo, en no aparecer como un fanático.
Si hablamos de un grupo como los japoneses Nothing’s Carved In Stone, nacido de las cenizas de dos grandes como Ellegarden y The Hiatus y por maestros sólo ellos mismos, resulta natural que toda su acción se dirigiera hacia encarar una postura común que no conllevara el riesgo de un cambio excesivo en las formas comunes de sus anteriores grupos; cualquier giro brusco podría haber decepcionado a sus fans, a lo que se esperaba de ellos, haciéndoles caer lejos del statu quo que la industria o el público pudieran tolerar. La realidad, es bien otra: su debut, Isolation, fue un giro radical de forma y personalidad en lo que respecta a su labor como músicos.
Todo comienza con una tormentosa catarata de guitarras que se elevan inmisericordes para sostenerse bajo la cúpula perpetrada por un bajo de tintes funk ante el cual sólo puede competir en contundencia el suelo creado por una batería que, cuando creemos saber qué está tocando, cambia tres veces su ritmo interno; «bienvenidos al espacio auténtico de la música» —parece gritarnos el grupo desde sus instrumentos. Establecer cualquier tipo concepción, manual o comparación se nos muestra infructuoso en todo grado, salvo por aquello que podemos picotear como emanaciones que se nos insinúan: nos recuerdan al emo de Ellegarden o Jimmy Eat World como a la hibridación pop tan propia de Japón que encontramos en grupos como 9mm Parabellum Bullet, pero en ningún momento se puede establecer una comparación 1:1 que tenga sentido; existen referencias y pautas similares, no estrictas líneas en común.
Como consecuencia de lo anterior acaba por acontecer que, en la canción, se da un virtuosismo totalmente alucinado que nos conduce hacia derroteros de dificultad técnica que, rayano lo obsceno, resultan fácilmente accesibles para el oyente medio. El virtuosismo de Nothing’s Carved in Stone radica en conseguir que una composición cuya complejidad técnica debería hacer árida su escucha suene accesible incluso para el oyente ocasional más endeble. Su sencillez radicada en una sublimidad que nace de su incontestable control técnico permite esos dos niveles a los cuales todo gran artista aspira, sólo que muy pocos logran: que sean disfrutables por la masa de oyentes, incapacitados críticos por elección; para ser apreciado aún más a quienes estén abiertos a escuchar con atención, quienes pueden considerarse connoiseurs musicales.
Este tecnicismo constante, que puede recordarnos el excelente trabajo de otros japoneses como mudy on the 昨晩, se ve representado a la perfección en la ejecución visual que hacen del mismo en el contexto del videoclip. Los miembros del grupo, ocultos siempre ante la mirada de la cámara, aparecen sólo fugazmente, distorsionados o en segundo plano; el interés de la mirada del espectador debe estar constantemente dirigida hacia los instrumentos y su manipulación. Importan las manos, no los rostros. Con ese juego de cámaras, hasta donde llegan es hasta sus últimas consecuencias: en las partes de la canción donde predomina la calma nos podemos recrear en como Ubukata casi susurra al micrófono o como tamborilean celéricos los dedos de Hinara sobre las duras cuerdas del bajo; sin embargo, cuando estalla el espíritu del grupo en llamas, todo se difumina para convertirse en un constante nonsense donde los motivos instrumentales se van concentrado con rapidez para que veamos al tiempo que sentidos. Los cambios sensitivos se producen, en el videoclip, desde un orden de significación doble: el sonoro y el visual.
Todo interés que pueda generar el grupo, en sus fronteras o fuera de ellas, está completamente justificado. Ya sea desde la perspectiva del interés en la música ligera o de un acercamiento crítico a la música, Nothing’s Carved In Stone se mostraron con Isolation como el sueño húmedo de la industria: virtuosos sin dejar de ser accesibles. También por ello, gozoso para otros artistas; el crítico se puede recrear en sus bondades, el escritor lucirse con las recreaciones, el filósofo extraer consecuencias de su virtuosismo: la distancia que hay entre el grupo y quienes lo escuchan tiende a cero porque, de hecho, pretenden conseguir lo mismo. Esa es la receta alquímica de la canción, su canto de cisne intuido en la noche.
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