El gran triunfo del capitalismo es sólo uno: hacernos creer que la clase obrera no necesita de la lucha para su auto-reconocimiento; es en sí una clase media parte del sistema. Esta problemática ‑planteada ya hace casi un siglo por Paul Nizan, con su estilo tosco y panfletario, casi de pasada en “Los perros guardianes”- hunde sus raíces en el instante en que el fordismo entra en escena. Cada trabajador con su coche, sus créditos a medida y sus hipotecas a 45 años se sienten parte de un sistema que los integra, que nunca los discrimina como meros medios de producción, disociando su entidad de obrero con la propia de sí; la clase obrera se transforma así en clase media. Ahí se inicia la era de la mentira.
En Frozen Sky el tótem cEvin Key nos demuestra como la mentira es la fantasmagoría que cosifica al sujeto que la guarda como un tesoro. El cielo como un lugar congelado que nos promete el título contrasta con los siniestros primeros versos después de los gritos de locura “Llegar a lo alto, la altura está en llamas / rojo de nuevo, leer una mentira / todo el mundo está en llamas” lo cual nos plantea una imagen clara: el Infierno, o el apocalipsis. Pero nosotros, espectadores privilegiados, podemos ver como se propaga cuando afirma que “Lo estoy viendo / dispararse hacia tu lado”; como nadie está a salvo de caer en las llamas. Pero lo trágico es la afirmación final de esta parte de la canción “te aferras a una mentira / tú crees en ella”, no sólo padece la afección de una mentira ‑que en este caso es el fuego que está consumiendo el mundo- sino que la interioriza como una verdad personal. El obrero que cree ser de la clase media está destinado a siempre errar los ataques que haga contra aquellos que le inducen a su lamentable estado actual, que siempre fue una conquista social y nunca un derecho por motu proprio.
¿Por qué mirar un cielo congelado? Porque nos creemos la mentira de que nada está en llamas, de que todo sigue igual y podemos jactarnos de ser una clase media favorecida. Sin embargo las llamas existen y tienen nombre propio: Crisis. Y el único modo de deshacernos de estos grilletes empieza por sabernos clase obrera; no creernos las falacias de que somos parte de un sistema que se alimenta de nuestra sangre. Sino comenzamos aceptando esto caeremos en lo que nos dice cEvin Key “En algún lugar por allá / cuando lo intento y lucho / no puedo recordar los actos de la maldad”. Debemos aceptar la necesidad de reformarnos de nuevo en combatientes, en reanudar esa oxidada ‑aunque algunos preferirían caduca- lucha de clase, por nuestros derechos, no en acomodados sujetos que no somos: “lavando la sangre que conozco / más mañana, tus mentiras ensordecedoras”.
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