Aunque tenga mala presenta en nuestro tiempo, no existe nada negativo en la ironía que le venga de forma innata. En tanto herramienta, utensilio del lenguaje que utilizamos para comunicarnos de un modo más efectivo, si la ironía es buena o mala dependerá del uso que hagamos de ella; ninguna herramienta está cargada per se en la totalidad de sus posibles acciones, sino que depende siempre de quién la esgrime. La ironía puede ser tanto un arma de liberación como de opresión. Por ello carece de sentido condenar la ironía de pleno, como si fuera un acto pernicioso por sí mismo, cuando puede ser también una herramienta efectiva para la emancipación de los oprimidos.
En Gainax siempre han hecho buen uso de la ironía. Además de saber reírse de su tendencia a los «finales Gainax» —caóticos finales abiertos con poca o ninguna explicación, dejando todo a la interpretación del espectador — , cuando han mirado hacia su interior-exterior, hacia el mundo otaku, no han tenido ningún problema en relativizar su importancia del mismo modo. En Otaku no Video hacen una parodia de lo que suponía ser otaku en los años 80’s, parodiando al mismo tiempo a los propios fundadores del estudio. Por el camino, como no podía ser de otro modo, ponen el foco en todos los prejuicios que la sociedad de la época tenía por cualquiera interesado por la animación, el manga o los videojuegos; el ejemplo más claro es el propio motor de la película: mientras el protagonista es aficionado al tenis nos lo presentan como un chico popular e interesante, pero cuando se aficiona al anime es automáticamente excluido por su entorno a pesar de ser la misma persona. Ironía, entonces, incluso desde su plano narrativo.
Todo trata, en último término, sobre la obsesión. Obsesión que en el otaku, a ojos de Takeshi Mori, es siempre autoconsciente, motivo de ironización de los estereotipos. Las constantes contradicciones, absurdos o situaciones límite en las cuales va colocando a los personajes —especialmente en las partes de imagen real, donde desgranan cifras estadísticas al respecto de su comunidad a través de falsos testimonios— sirven para dar una imagen de ellos como entidades extremadamente obsesivas, enfermizas, incapaces de conciliar la vida cotidiana con el consumo masivo del material de su interés. El gesto irónico resulta claro. Desde los hombres que dan testimonio que piden que su identidad quede oculta para no ser descubiertos como otakus hasta los que directamente huyen de las cámaras, como si fueran entidades subterráneas que viven ajenos a la sociedad humana —lo cual es, irónicamente, la imagen que tiene el común de los mortales de cualquiera que tenga una afición o interés considerado no-normal — , pasando por la obsesión como punto de giro dramático. Al fin y al cabo, por la obsesión el protagonista gana y pierde, en diferentes ocasiones, todo lo que tiene.
¿Es posible que existan otakus así? Existen, de hecho. ¿Sso significa que todos lo sean? En absoluto. Lo que la gente «normal», los no-otakus, piensan (o pensaban) que eran ellos es lo que plasma la película llevándolo hasta el extremo, creando una disonancia cognitiva propia de la ironía: está llevado hasta tal punto ridículo que es evidente que no puede ser real. No puede existir una gran masa de gente así, por más que la sociedad pretenda hacer ver que sí.
Otaku no Video es, al mismo tiempo, un mockumentary, una epopeya otaku puramente realista y una reivindicación de la imaginación, todo ello encapsulado en un anime de montaje delicioso —fruto de las imposibilidades técnicas, como deja entrever la cantidad de escenas no-animadas de las que hace gala— con la conjuración de los propios miembros de Gainax jugando a parodiarse a sí mismos a través de sus personajes. Todo ello lleva a que las dos vertientes que abre, la real y la animada, se vayan entrelazando de forma sorprendente, casi quijotesca, para acabar en una fantasía escapista que no es tal: el otaku nunca envejece, nunca muere, porque vive en una realidad donde los sueños todavía son posibles. Está por encima de los «adultos» que le acusan de un peterpanismo que no es tal, porque es consciente de su obsesión.
Se ríe de sí mismo porque es un método efectivo para hacerse ver como realmente es, porque no tiene sentido dejar en las manos de los otros la perspectiva real de aquello que son. Pese a todo, Mori no habla tanto del otaku medio como del otaku capaz de crear, capaz de sobreponerse a todo y encontrar su lugar en el mundo. Nos habla de sí mismo y de todos sus compañeros de Gainax y, en un sentido profético, podríamos decir también que de todos aquellos que acabarían marchándose, dado el escaso nivel de la empresa en los últimos tiempos, para fundar Trigger. O lo que es lo mismo, hacen ironía de la ironía también: existen los otakus como la gente dice que son, pero la mayoría son otra cosa.
La verdad, en último término, está del lado de los anormales. El otaku puede soñar con trascender, con pilotar un mecha o convertirse en una magical girl (e, incluso, querer cambiar el mundo siguiendo su ejemplo), ¿y a la gente «normal» que les queda? Nada, salvo la desesperanza de un mundo hostil. Un mundo hostil que ellos mismos están perpetuando.
Deja una respuesta