Afirmar que la prensa no tiene interés por lo real, o no más allá de los monetarios, es un aspecto extrapolable al respecto de casi cualquier profesión; la total ausencia de compromiso con la verdad o la calidad, siendo compromisos correlativos, es una de las más lúgubres problemáticas de nuestros días. No hay análisis, hay sensacionalismo. Cualquier información viene mediada siempre por auto-censura como entendimiento tácito donde no decir nada que pueda incomodar a los poderes fácticos, asumida por constante cultural —política o religiosa, tanto da — , e incluso invirtiendo recursos en manipular la realidad. Nada es verdad, todo está permitido: el problema es que la apropiación de la verdad se ha producido, violando la posibilidad de verdad, por parte de verdugos que se afirman cronistas. Toda realidad ha devenido sensacionalismo en la óptica periodística.
Si existe género contaminado por excelencia, siendo el periodismo caldo de cultivo perfecto para cualquier forma subrepticia o descarada de hacer del medio modo de mutar el mensaje, ese es la crónica negra en su tendencia hacia la lectura sensacionalista, hacia el juicio superficial que busca nada más que crear un estado de alarma social a través de originar amenazas invisibles que creen la necesidad de leer periódicos. Lo que hacen los estados por poder, pero con los aún más discutibles fines de ganar dinero. No es el caso de Señores del Caos, crónica negra que aborda con profundidad sistemática los hechos que conducen hacia sus abominables consecuencias; lo fácil hubiera sido retratar el black metal desde su presunción maligna: fácil en tanto resulta sencillo embadurnar de amarillo o rosa las páginas escritas sobre sucesos funestos, especialmente cuando escalan hasta lo mortal o lo terrorista, ya no digamos cuando además se mueven en el terreno organizado; cada pequeña adhesión es un punto más hacia el tratamiento sensacionalista. Su mérito es no dejarse llevar por la tendencia sensacionalista, o no hacerlo en exceso, desmontando en el proceso gran parte de las arquitramas conspiratorias creadas por el hambre amarillista de las noticias.
Aunque no siempre. En ocasiones Michael Moynihan y Didrik Søderlind, autores del libro, se dejan llevar por el sensacionalismo que atacan y acaban haciendo declaraciones en exceso amarillas, aunque apenas sí pequeños reductos de cardos en campo de margaritas. O iglesias entre fiordos.
No por crónica negra centrada también en el ámbito sociológico que colinda más con lo musical que con las costumbres; aunque se nos venda como una historia del black metal, cosa que es al menos en tanto movimiento violento, su acercamiento resulta ortodoxo al respecto de sus intenciones: poco tiene de profundidad en el ámbito musical o sonoro, mas al contrario, su análisis estilístico es bastante pobre cuando no directamente nulo —Cradle of Filth no son epitome de nada, ni de sí mismos, aunque lo crean diferente sus autores— aunque no por ello lo hace un mal libro. Al menos sí otra cosa. Comete errores de bulto en lo musical, pero es excelente en su estudio sistemático como crónica negra de la (sensacionalista) crónica negra tras el black metal; es un buen ensayo sobre el movimiento, incluso sobre los desmanes periodísticos en el trato de la crónica negra, pero su cirunscripción tiene más que ver con el inner circle que con el black metal per sé.
Aunque su desarrollo en el ámbito histórico-musical resulta una agradable, aunque insuficiente, panorámica del movimiento, y su trabajo al respecto de los crímenes y el tratamiento que se le dio en prensa es ejemplar, apabullante en capacidad para desmontar mitos y fantasías de ambos lados de la trinchera, el libro hace aguas cuando se excede en la hipotética adhesión nacionalsocialista del género. Mientras los dos primeros aspectos tienen una lógica subyacente que puede suscribirse sin «peros» —el black metal no tuvo ángeles por creadores, lo cual hace lógico que se aborde no sólo como ensayo musical, sino como crónica — , la tercera carece de cualquier base: a pesar de que dedican una cantidad desaforada de páginas a tratar la adscripción nazi dentro del movimiento, no son capaces de crear siquiera la sensación de que exista una auténtica uniformidad que justifique su distinguido tratamiento. Las filiaciones evidentes del black metal a la ultra-derecha brillan por su ausencia, al menos en tanto movimiento. Problema que redunda en el no-tratamiento del ámbito musical, ya que ignorar a Nargaroth pero hablar de Absurd queda rayano el absurdo, al menos tanto como afirmar que el black metal se sostiene sobre ideas de supremacía blanca. O al menos no cuando se ignora el uso irónico de los símbolos fascistas por parte de músicos del género, desde Mayhem hasta Anorexia Nervosa —aunque éstos últimos, ya más como The CNK—; no es más parte del black metal Sebastian Schauseil que René Wagner, si es que no menos: que el primero matara a un chico y el segundo no, no nos dice nada sobre su adscripción al movimiento; que el segundo compusiera un disco considerado canónico dentro del género, Black Metal ist Krieg, sí nos habla al respecto.
Tal problema no sólo redunde en lo musical, sino también en las bases: los grupos de black metal considerados nazis, auto-declarados NSBM, son ninguneados por su calidad, escasa, o por su autenticidad, nula. El black metal es misántropo, quizás pagano, no supremacista. Su mensaje siempre ha oscilado entre lo satánico y lo pagano, entre cierta adscripción inconsciente al cristianismo y un combativo ejercicio anti-sistema, que ha dado tanto lugar a filiaciones nacionalsocialistas, en el caso de Absurd, comunistas, en el caso de los seminales Sarcófago, o anarquistas, hablando de Panopticon. Al fin y al cabo, ni siquiera el nacionalismo se filtra en la música de los grandes del género auto-considerados como tales: ni Vikernes ni Fenriz hacen alusiones extremas en su música, no así necesariamente en sus (burdos) ejercicios promocionales; siendo que la promoción no es música, e incluso está más próximo de la provocación que de la ideología, incluso aquello debería dejarse en suspenso. Ser nazi no hace tu música nazi, o el clásico «ser mala persona no te hace ser mal artista».
El problema de tal espantada, es que pecan de los mismos prejuicios que acusan: igual que la prensa buscó convertirlos en satánicos desalmados que podían desestabilizar la nación, cuando en realidad su potencial era más bien adolescente —en los 90’s se quemaron más iglesias por accidentes o tormentas que por atentados relacionados con el género; la naturaleza y los descuidos parecen bastante más peligrosa para las iglesias de madera noruegas — , Moynihan y Søderlind buscan convertirlos en neo-nazis que podrían desestabilizar el sistema. ¿Por qué? Por el sustrato material del presente: el nacionalsocialismo es tabú tal que conjura demonios allá donde no los hay —que no por ello el nazismo es una saludable ideología como otra cualquiera, pero no debe usarse como herramienta de censura — , usándose entonces como excusa para censurar cualquier conducta que se considere inapropiada. Si quieres anular la legitimidad de un movimiento, acúsalo de supremacista; o de simpatizar con ETA, en España.
Aunque sufren de un insidioso ataque de amarillismo hablando de amigos del saludo romano, tan insidioso como peligroso: les hace situarse en una posición ideológicamente comprometida que les hace ver fantasmas donde hay sombras, es una excepción. Resulta sorprendente cómo consiguen llevar a los protagonistas hacia declaraciones personales fuera de sus discursos grandilocuentes habituales —que definen ese naïf campo través entre ironía y genuina confusión adolescente — , haciendo del proceso un interesante ejercicio de introspección que resultaba sino imposible al menos sí improbable en los implicados. En nada quedaría esa capacidad para hacerles hablar sino viniera acompañado de un elegante tratamiento de declaraciones, cosa que encontramos: contrastan diferentes puntos de vista, en ocasiones antagónicos entre sí para demostrar que, como movimiento, el black metal no tiene nada de homogéneo: hay tantas variantes de pensamiento en su interior como posibles variaciones de base se puedan concebir. Es lógico. Por eso tiene aún menos sentido su obsesión con adscribirlos al nazismo. Como movimiento romántico puede derivar con sencillez hacia los nacionalismos más agresivos, incluso también en el fascismo, lo cual no excluye en ningún caso que su base sea una oposición fiera, sin adscripciones ideológicas de índole extrema, contra el sistema: la recuperación de los orígenes, de los mitos fundadores, trasciende la mera condición de movimiento filofascista. Cosa que, aunque ellos mismos dejan caer, parecen olvidar en su desesperado intento de vincularlos con 卐El Mal卐®.
Su documentación, basta y rica en detalles —desde cómics paródicos hasta ensayos, pasando por entrevistas y artículos anteriores o realizados para la ocasión — , hace de Señores del Caos una auténtica obra de referencia sobre el black metal, al menos en cuanto movimiento social. Si en vez de obcecarse con lo nazi hubiera profundizado en lo musical, intentando discernir los diferentes movimientos y evoluciones que van aconteciendo en el tiempo —cosa que hace al principio, salvo porque desiste de hacerlo según cimienta la idea de que una vez establecido el género ya es black metal a pesar de su propia homogeneidad — , entonces no sólo estaríamos hablando de un muy buen ensayo, sino de un ejemplo imprescindible de como tratar una crónica periodística. Crónica periodística que podría ser otra cosa, algo más. Algo más que podría haber sido el canto de cisne de un movimiento, que se queda sólo en un excelente ejercicio de documentación y desmitificación: ni el blacker era tan bravo ni tan equivocado: demasiadas molestias se tomó la prensa para lo que, en teoría, era nada más que un movimiento marginal excedido en intenciones. No dudaron sin embargo en sepultarlo bajo los escombros de una realidad manipulada, de un realismo sensacionalista.
Satanistas o nazis, incluso terroristas, las consideraciones que se toman hacia el movimiento podrían resultar incluso cómicas de no tener una tan funesta intención: masacrar cualquier forma de romanticismo, de guerra abierta contra un sistema corrupto. Si en un año se queman más iglesias por accidentes que por satanismo, ¿por qué lanzarse tan rápido para apilar madera en la pira donde quemar a las brujas nacidas de aquel negro metal?
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