La auténtica blasfemia: Slavoj Žižek sobre Pussy Riot

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El pre­sen­te tex­to es una tra­duc­ción del es­cri­to de Slavoj Žižek al res­pec­to del ac­tual en­car­ce­la­mien­to y jui­cio pró­xi­mo de las Pussy Riot, gru­po ru­so de riot grrrl acu­sa­do de blas­fe­mia, que fue pu­bli­ca­do ori­gi­nal­men­te en in­glés en Ctodelat News. La tra­duc­ción del tex­to así co­mo las no­tas al pie son de pro­duc­ción propia.

¿Las com­po­nen­tes de Pussy RiotLa re­be­lión de los co­ños, en es­pa­ñol, nom­bre con un mar­ca­do tin­te po­lí­ti­co por su cla­ra ca­rac­te­ri­za­ción de lu­cha fe­mi­nis­ta con­tra la fa­lo­cra­cia do­mi­nan­te del es­ta­do. acu­sa­das de blas­fe­mia y odio ha­cia la re­li­gión? La res­pues­ta es sim­ple: la ver­da­de­ra blas­fe­mia es la acu­sa­ción del es­ta­do en sí, la afir­ma­ción de que es un cri­men de odio ha­cia la re­li­gión cuan­do es al­go que se mues­tra cla­ra­men­te co­mo un ac­to po­lí­ti­co de pro­tes­ta con­tra la ca­ma­ri­lla go­ber­nan­te. Recordemos el vie­jo di­cho de Brecht en La ópe­ra del men­di­go: ¿Qué es ro­bar un ban­co com­pa­ra­do con fun­dar­lo?. En 2008, Wall Street nos dio una nue­va ver­sión: ¿qué es ro­bar un par de mi­les de do­la­res, por lo cual se va a la cár­cel, com­pa­ra­do con la es­pe­cu­la­ción fi­nan­cie­ra que arre­ba­ta a de­ce­nas de mi­llo­nes de per­so­nas sus ho­ga­res y bie­nes, por lo cual lue­go se es pre­mia­do con la ayu­da del es­ta­do de su­bli­me gran­de­za? Ahora, no­so­tros te­ne­mos otra ver­sión des­de Rusia, des­de el po­der del es­ta­do: ¿Qué es una mo­des­ta pro­vo­ca­ción de Pussy Riot en una igle­sia com­pa­ra­do con las acu­sa­cio­nes con­tra Pussy Riot, esa obs­ce­na­men­te gi­gan­tes­ca pro­vo­ca­ción del apa­ra­to del es­ta­do que se bur­la de cual­quier no­ción de­cen­te de la ley y el orden?

¿Fue cí­ni­co el ac­to de las Pussy Riot? Hay dos cla­ses de ci­nis­mo: el amar­go ci­nis­mo de los opri­mi­dos, des­en­mas­ca­ran­do la hi­po­cre­sía de aque­llos en el po­der; y el ci­nis­mo de los opre­so­res mis­mos quie­nes vio­lan abier­ta­men­te sus pro­pios pro­cla­ma­dos prin­ci­pios. El ci­nis­mo de Pussy Riot es de la pri­me­ra cla­se, mien­tras que el ci­nis­mo de los que os­ten­tan el po­der —¿por qué no lla­mar a su bru­ta­li­dad au­to­ri­ta­ria Prick Riot?Prick es un jue­go de pa­la­bras con la do­ble acep­ción de prick en slang pa­ra re­fe­rir tan­to un sen­ti­do fa­lo­crá­ti­co del po­der (Rebelión de los pe­nes) en opo­si­ción al sen­ti­do mar­ca­da­men­te fe­mi­nis­ta del nom­bre del gru­po, co­mo pa­ra ha­cer un in­sul­to po­co ve­la­do (Rebelión de los gi­li­po­llas)— es del mu­cho más omi­no­so se­gun­do tipo.

Ya en 1905, Leon Trotsky ca­rac­te­ri­zó a la Rusia za­ris­ta co­mo una atroz com­bi­na­ción del lá­ti­go asiá­ti­coKnout, en el ori­gi­nal. Una cla­se de lá­ti­go asiá­ti­co in­tro­du­ci­do en Rusia so­bre el si­glo XV con­sis­ten­te en un lá­ti­go co­mún con va­rias ca­be­zas de cue­ro. y el mer­ca­do de va­lo­res eu­ro­peo. ¿No es es­ta de­no­mi­na­ción una que se sos­tie­ne más y más en la Rusia de hoy?¿No es el anun­cio de la lle­ga­da de las nue­va fa­se del ca­pi­ta­lis­mo, el ca­pi­ta­lis­mo con va­lo­res asiá­ti­cos (que, por su­pues­to, no tie­ne na­da que ver con Asia y sí to­do con lo re­la­cio­na­do con las ten­den­cias anti-democáticas del ca­pi­ta­lis­mo glo­bal del mo­men­to)? Si en­ten­de­mos el ci­nis­mo co­mo el des­pia­da­do prag­ma­tis­mo del po­der que, en se­cre­to, se ríe de sus pro­pios prin­ci­pios, en­ton­ces Pussy Riot es­tán en con­tra de el ci­nis­mo per­so­ni­fi­ca­do. Su men­sa­je es: las ideas son im­por­tan­tes. Ellas son ar­tis­tas con­cep­tua­les en el sen­ti­do más no­ble de la pa­la­bra: ar­tis­tas que per­so­ni­fi­can una Idea. Esto es por qué vis­ten pa­sa­mon­ta­ñas: más­ca­ras de des-individualización, de ano­ni­ma­to li­be­ra­dor. El men­sa­je de es­tos pa­sa­mon­ta­ñas es que no im­por­ta quien de ellas fue­ra arres­ta­da — no son in­di­vi­duos, son una Idea. Y es­to es por qué son una ame­na­za: es fá­cil me­ter en pri­sión a un in­di­vi­duo, ¡pe­ro in­ten­ta en­car­ce­lar a una Idea!

El pá­ni­co de aque­llos en el po­der —ex­pre­sa­do por lo ri­dícu­lo de su ex­ce­si­va­men­te bru­tal reac­ción— es­tá ple­na­men­te jus­ti­fi­ca­do. Cuanto más bru­tal sea es­te ac­to, más se con­ver­ti­rán Pussy Riot en un sím­bo­lo. Desde ya mis­mo el re­sul­ta­do de las opre­si­vas me­di­das han he­cho de Pussy Riot un nom­bre fa­mi­liar en to­do el mun­do, literalmente.

Es el sa­gra­do de­ber de to­dos no­so­tros bus­car pre­ve­nir que los va­lien­tes in­di­vi­duos que com­po­nen Pussy Riot no pa­guen con su car­ne el pre­cio de de­ve­nir en un sím­bo­lo mundial.

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