Love Sick Dead, de Junji Ito
¿Cuales son los límites de la duda? Para Descartes, santo patrón del escepticismo moderno, la duda debe ser metódica pero no absoluta, porque de hecho aunque dudemos de todo no podemos dudar de la perfección de los números y de la existencia absoluta de Dios. Ahora bien, para el hombre común del siglo XXI, alguien que se cree mucho más alejado de toda posible contingencia de inexistencia de lo que en realidad está —como de hecho demuestra las ya clásicas crisis de edad, pues el saberse viejo, el saberse quemando etapas, es el terror ante la consciencia cada vez más firme de un próximo dejar de existir absolutamente: es la forma última del terror al no ser—, esto parecen problemas completamente ajenos a su esfera de interés. El auténtico problema de estos individuos y, por extensión, de todos nosotros, es que esa duda se auto-proclamara como constante habitante del corazón de nuestro cerebro, produciendo que nunca podamos de dejar de temer, aunque sea en un segundo plano, que ser es necesariamente ser para la muerte y todo lo que de ello se subsume, como la consciencia de que nunca cumpliremos todos nuestros deseos. El terror último del hombre es la muerte, pero lo es por lo que tiene de definitivo, por lo que tiene de productor de eliminadora de la condición de ser; una vez muertos, ya no somos, sin ser, no vivimos.
En Love Sick Dead el nunca reconocido con fruición suficiente como extremadamente peligroso Junji Ito desarrolla una historia donde pretende bordear los límites del terror como terror a algo para convertirse en terror en sí a través de la duda metódica, una duda que se aplique no sólo a la historia sino que, en último término, la duda infecte con metodismo hasta el último gramo de tinta sobre el cual se imprimió el manga. El desasosegante terror que infecta cada costura del papel donde está impresa la historia no es un algo en tanto no podemos justificarlo como terror hacia algo en particular, sino que es el sentimiento en sí de sabernos ante un abismo imposible.
Nada hay en el cómic que no sea un cuestionamiento terrible, constante y difuso, lo cual se representa en los adolescentes que se muestran como desconociendo de forma absoluta lo que pueda acontecer en sus vidas; el cruce de buenaventura, el método de predicción consistente en esperar en un cruce hasta que pase un desconocido para preguntar algo la solución sobre algo de vital importancia para uno mismo, no deja de ser una representación del caminar a ciegas por el mundo del adolescente medio. Quienes aun no tienen aun suficiente experiencia vital para saber guiarse, e incluso en quienes podrían confiar tampoco tienen medios para saber indicarles posibles soluciones a sus problemas —lo cual amplía el espectro de personas de adolescentes a cualquier individuo que esté vitalmente perdido, dudando incluso de su propia existencia — , deben guiarse por el actuar a ciegas por el mundo o dejarse guiar por el primero que pase por sus vidas. He ahí el suicidio, la muerte, la completa anulación del ser: una lectura básica, sin profundizar más allá del primer capítulo, nos diría como la vida es un camino oscuro en el cual un mal encuentro puede conducirnos hacia el abismo de la (auto)destrucción.
El problema es que Junji Ito es extremadamente más complejo que esto, siempre buscando retorcer hasta su extremo último las consecuencias de las cosas hipotéticamente sencillas —siendo las cosas más sencillas la estupidez de la gente incapaz de aceptar un destino fatídico que va, inexorablemente, más allá de las capacidades humanas— que éste se atreve a abrir como cajas de pandora que ocultaban infinitos pliegues en su posibilidad de traer el caos al mundo. Aquí la duda se conjuga con el deseo, la necesidad imperiosa de que toda duda sea contestada y actuar en consonancia con ésta, incluso hasta el punto de llegar a la acción violenta si bien no para conseguir la respuesta, sí para justificarla —lo cual en el manga se escenifica en los suicidios de las chicas cuando se les dice que nunca encontrarán el amor, que no deja de ser la reacción adolescente del fanático sin espíritu crítico cuando se le dice ante sus dudas que él nunca cumplirá su deseo de poseer aquello que desea; ellas no encontrarán el amor igual que el fan fatal nunca será el autor de la obra de sus desvelos. La duda oculta un deseo, un anhelo, el cual tememos que se nos vea negado en la respuesta; si no nos gusta elegir, incluso hasta el punto de preferir que elija otro por nosotros, es, simple y llanamente, porque nos aterra equivocarnos.
Qué es El chico guapo de negro es algo que no nos aclara nunca Ito, porque de eso no trata la historia: la historia es la hipérbole extrema, completamente alucinada, de como un deseo acuciante que nos lleve incluso hasta la duda, la duda que oculta el temor de que nuestro deseo acabe incumplido, puede conducirnos a los actos negativos más extremos; no controlamos el universo (Remina), ni el orden simbólico (Uzumaki), ni la naturaleza (Gyo), ni mucho menos los límites de la experiencia de nuestra propia existencia. Si es algo real, una proyección del protagonista o una mera metáfora asumida como personaje para dar empaque al conjunto en sí no sólo no lo sabemos ni podríamos saberlo de forma alguna, sino que debería darnos exactamente igual; él es El Terror personificado de la perdida, la consciencia interior de que nuestro deseo es irrealizable: el mensaje de la obra. Eso es Junji Ito, la duda tan perfecta que sólo esconde el terror de la inexistencia.
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