Dr. Ikkaku Ochi Collection, de Akimitsu Naruyama (Ed.)
La presunción de la imagen científica como una forma de control y exclusión social es tan certera como inexacta: en tanto imagen necesariamente imprime una serie de valores que van más allá de los usos ‑por otra parte, creativos- que se hagan de ellas; una imagen es una imagen independientemente de la tipología específica que se le aplique. En este libro podemos encontrar estas conformaciones de forma cristalina debido a, principalmente, su capacidad para desenmascarar sin palabras condiciones específicas del cuerpo como objeto contenedor de otro objeto. El Dr. Ikkaku Ochi Collection nos demuestra como la imagen científica es capaz de retratar tanto la descomposición mutante de un objeto, el cuerpo, a la par que la composición desnuda de otro objeto, la razón humana.
La génesis del libro ya es, de hecho, una conformación de la consecución de imágenes singulares que reflejan el contorno y el dintorno de la condición humana. Akimitsu Naruyama, en cierta ocasión, encontró como por casualidad en un edificio abandonado una caja de misterioso contenido; la madera laqueada, la inscripción casi indescifrable y la aura de antigüedad, de imperfección mística, lo hacían un objeto maravilloso y arcano. Dentro un grupo de un par de cientos de fotos daban a luz a un trabajo minucioso de investigación de las deformidades físicas durante la era Meiji. Como si de un mito se tratara la caja misteriosa, al ser abierta, descubrió una realidad nueva para el mundo, aunque siempre estuviera presente. Un acontecer más allá de Lo Normal.
El hecho de que el descubrimiento fuera hecho por un artista y no por un científico connota el tratamiento observacional que se le ha dado al libro. Pasó de una caja misteriosa (la caja literal) hacia otra igualmente misteriosa (el libro) donde ambas están cuidadas y mimadas, contextualizando en ambos casos esa recreación del mito fundacional del descubrimiento de lo oculto. Abrir este libro es, de hecho, como abrir la caja original que contenían sus fotos.
Dentro de él se contienen imágenes de deformidades, de formas imposibles según el mecanicismo biológico, que van más allá de la más corrosiva de las imaginaciones del hombre. Pero el tratamiento de las fotos, aun cuando nunca abandonan su condición clínica, no es fría y distante sino que muestra siempre una proximidad aberrante; a través de sus deformidades podemos leer quienes son. Como si de un libro convencional se tratara cada foto, cada imagen, nos insta a descifrar la historia y condición de esas caras nunca resignadas, siempre valientes, melancólicas y meditabundas. Como si cada uno de ellos fuera, de hecho, un relato en sí mismo que (re)componer para poder descubrir el por qué no de su enfermedad, la cual sería la mirada clínica, si no de su condición existencial. Aunque están enfermos más allá de toda posible normalización escapan de la mirada clínica para instituirse como un objeto artístico; no son cuerpos mecánicos defectuosos, son personas racionales que irradian una dimensión artística propia.
¿Como puede conseguirse que, a través de la imagen clínica, se llegue hasta esta condición de objeto artístico? Permitiendo que cada uno de los implicados pose con la voluntad de sus sentimientos encarnados. La actitud zen de la mirada hacia la oscuridad, de una contemplación hacia lo incognoscible, dota de cierta belleza prosaica a cada uno de estos cuerpos mutilados de su espacio y su tiempo para ser cristalizados en conformaciones metafóricas de su propio ser. Mirar con repulsión o asco, o mirarlos como meros objetos clínico-mecánicos, es un desprecio hacia la belleza de unas entidades que han sido capaces de trascender su propio dolor para erigirse en paz con su (a)normalidad. Porque cada uno de ellos es un relato tan singular en su contingencia como es cierta su condición de divergencia con respecto de una imagen ideal del cuerpo que, por primera vez, se nos presenta como algo existente en su metáfora.
Y es que, en última instancia, el cuerpo deforme es metáfora de todo cuerpo del mismo modo que el cuerpo ideal lo es: a través de su singularidad (lo que hay de «falso») y su realidad (lo que hay de «verdadero») se configura la idea de los cuerpos reales (e imperfectos). Pues sólo existen cuerpos, ni ideales ni deformes, en la realidad contingente del mundo.
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