El futuro de las letras tiene nombre femenino y es Yume de Sen Jin, que me cede este pequeño pero genial relato para disfrute de todos los lectores del blog. A su vez, Mikelodigas se desmarca haciendo una ilustración perfecta para enmarcar este relato. Podrán encontrar el trabajo de Yume en Divagaciones de una «filóloga» zombie y el de Mikel en Buscando mi Lugar
La mujer de rojo me visita desde hace unos meses. Siempre llega el mismo día, silenciosa. Mamá me avisó tiempo atrás de su llegada, pero yo mantenía la esperanza de que nunca apareciese. Mis primas me habían contado cosas horribles sobre ella. Cuando le dije a mamá que no quería recibirla me dio una bofetada y aseguró que debía comportarme como una mujer, porque es lo que sucede: cuando ella te visita, entonces eres una mujer.
Recuerdo su llegada. Era invierno, completamente de noche. La noté. Sentí un escalofrío y me dieron retortijones en la tripa. Recé para que se fuera pero no sirvió. Ella llegó y tal como lo hizo volvió a marcharse días después, muda como una estatua.
A partir de esa noche continuaron sus visitas, tan horribles, tan dolorosas. La mujer de rojo me provoca mucho dolor. A veces creo incluso que no podré soportarlo y moriré. Daría lo que fuese para que visitara a mi hermano, en lugar de a mí. Ésta es una condena que sólo sufrimos las mujeres de la familia. Mamá dice que tenemos que mantener la tradición, y que negándome a ello, lo único que hago es deshonrarla.
A mamá ya no la visita la mujer de rojo, pero en su rostro hallo las evidencias de que durante algún tiempo la acosó. Asegura que siempre se mantuvo firme, no se quejó ni una vez. Yo la creo porque mamá es muy fuerte, pero yo no lo soy. No quiero seguir con esto. Los dolores son horribles mientras la mujer de rojo está conmigo. El odio que siento hacia ella es inhumano, y mamá se tira de los pelos en los momentos en los que blasfemo mientras me retuerzo de dolor.
Me gustaría saber si cada niña recibe a su mujer de rojo. Mamá dice que sí, mas no la creo. En ocasiones, cuando salgo a jugar al parque, observo a las demás muchachas y las noto tan felices que no puedo imaginar que algo tan horroroso tenga un hueco en sus vidas.
Mamá me intenta convencer de que ahora ya no puedo acercarme a los chicos porque soy la tentación, demasiado peligrosa. Entonces le pregunto cómo se casó ella con papá y me explica que en el momento oportuno la mujer de rojo me guiará hacia un matrimonio seguro. Ella dice que siempre fui una niña un poco tonta y que sigo siéndolo, que hay aspectos en la vida que no entiendo bien y por ello no alcanzo a comprender el poder que tengo en mis manos. Nosotras somos verdaderamente poderosas, la sangre que corre por nuestras venas es especial.
Lo cierto es que estoy atemorizada. Presiento que en poco tiempo la mujer de rojo llegará. Los espasmos en el vientre vuelven a atenazarme. Me retuerzo en la cama, comienzo a llorar. Todavía recuerdo la horrible tortura del mes pasado, esta vez no soportaré una tortura igual. No quiero que vuelva. Si esto significa ser mujer, prefiero no serlo. Algún día intentaré intercambiarme con mi hermano aunque él no quiera.
Ya está aquí. No hay marcha atrás. No tengo dónde esconderme. Ella siempre me encuentra. Noto la sangre cálida deslizándose por mis muslos. Acaba de llegar otro mes más mi menstruación, y ahí se abre la puerta y por ella entra la mujer de rojo, muda como siempre. Mamá entra detrás. Sollozo en silencio. Ella me susurra que tengo que aguantar, que debemos continuar con la tradición de la familia y que entonces se sentirá orgullosa de mí. Yo no entiendo de tradiciones ni de honor, sólo comprendo el dolor que ella provoca en mí.
—Muy pronto serás una bruja estupenda —susurra a mi oído mamá.
Y el martirio se reanuda una vez más, en mi momento más fértil, aquel en que mi sangre otorga el poder.
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