La “normalidad” actúa sobre los sujetos en sociedad como un virus: inicia una relación parasitaria en la cual va perpetuándose a través de la destrucción de lo divergente al tiempo que se contagia hacia otros individuos. Lo “normal” va constituyéndose destruyendo lo “raro” o, en caso de que esto pueda ser aprovechado de algún modo, estandarizándolo como una parte de sí; mimetizándose en una nueva conformación de normalidad evolucionada. De éste modo Lo Normal sería una realidad social básicamente viral: muta con rapidez, es sedentaria en su evolución pandémica y su existencia se basa en el parasitismo. De este modo no sería descabellado buscar una analogía con la excelente “La Cosa” de John Carpenter.
En “La Cosa” nos encontramos con un grupo de investigación americano en la Antártida que se encuentran con un chucho que está intentando ser asesinado por parte de un helicóptero noruego, el cual acaba por estrellarse con el suelo. Según pase el tiempo acabarán por descubrir que, para su desgracia, no están solos en aquel desierto blanco pues algo que mato a todos los noruegos de una base militar cercana ahora está entre ellos. Bajo esta premisa nos encontramos un monstruo lovecraftniano apócrifo, aun cuando podría rastrearse con facilidad la inspiración hasta una perversión de “En las montañas de la locura”, que irá destruyendo y remplazando mediante mímesis a todos los individuos de la base. Uno a uno. De este modo inducirá la paranoia en ellos hasta que al final sólo puedan confiar en arrasar con todo para poder acabar con una entidad que va más allá de la razón humana; que es capaz de replicarse como una versión perfectamente coherente con el entorno de aquellos que fagocita.
La Cosa actúa siempre como un parásito: da caza al sujeto ‑la célula- y la sustituye por una réplica de sí misma, lo cual produce una evolución en su seno al combinarse con sus elementos originales. La Cosa evoluciona como un órgano que va extendiéndose como un canon de absoluta mismidad. Como Lo Normal se va haciendo con todas las parcelas de realidad, con todos los cuerpos de la base, hasta conseguir establecerse como lo mayoritario; como aquello que se considera lo más apto y lógico para con el ser humano, aun cuando éste haya sido obligado a así creerlo.
¿Y como actúan en consonancia los “no-normales” ‑los raros; los locos- ante esta situación? Con una resistencia ilógica. Al establecer lo normal como un canon de lógica, pero también de salud mental, todo aquel que se aleja de éste canon se convierte automáticamente en divergente; en una entidad extraña y potencialmente peligrosa. Así el que recela de la normalidad y se establece en sus márgenes con actitud cautelosa es el sujeto raro, mientras que el que se enfrenta abiertamente contra esta con actitud activa destructiva, o pasiva pero diametralmente opuesta, sería el loco. De éste modo la normalidad se extiende como La Cosa: destruyendo en una asimilación mimética que no respeta el carácter único de cada entidad, sino que lo aglutina en una masa informe. Es por eso que La Cosa, como Lo Normal, es indestructible e incombatible, pues cuando se infiltra en el seno de una sociedad ‑por minoritaria que esta sea- es imposible hacerlo desaparecer pues los individuos son parte de una masa memética clónica. Por eso al final para combatir a La Cosa, a Lo Normal, sea la eterna sospecha que puede hacernos quedar paralizados ante un mundo en eterna fagocitación.
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