Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difundo pastor, con otros no esperados sucesos (en Don Quijote de la Mancha)
Miguel de Cervantes Saavedra
1605
Negar que Don Quijote de la Mancha no es un ejemplo de progresismo nos haría flaco favor. Sus personajes, pastores y curas, cortesanos y villanos, como estamento bajo y por ello de lengua cafre, que dicen lo que piensan a diferencia de como piensan lo que dicen aquellos más nobles, acuden siempre al exabrupto y la intriga para poner de vuelta y media a las amadas, que resultan ser enemigas. Amadas crueles, indiferentes y más bien lerdas (según quienes las hablan), por aquello de bajarse las bragas ante cualquiera que ponga por delante la saca. Acusemos a la época. Eso no excluye para que, en monólogo lúcido, Miguel de Cervantes ponga en palabras de una enemiga considerada homicida por mostrarse indiferente ante los hombres, la respuesta hacia todos aquellos que, bota de vino en ristre, deciden aliviar sus penas con cuatro insultos para la parienta.
Suicidándose por amor de una muchacha un pastor, ante lo cual Don Quijote y Sancho Panza acuden a su funeral, más por morbo que por pena —lo cual demuestra hasta que punto es connatural al hombre el cotilleo, pues antes de facebook ya existían funerales — , para comprobar allí que ocurre, en sus poemas y confidencias deja dicho lo cruel de las disposiciones de su deseada enemiga. ¿Por qué se suicida? Por ignorado. Hecho suficiente para que los pastores, amigos ellos, decidan conocerla por basilisco.
¿Cómo se defiende ella, por derecho, ante tan funestas acusaciones? Con un monólogo donde viene a decir que si bien hermosa, mujer hermosa, eso no la hace objeto: si ella es bella y se enamoran por ello, ¿por qué ella debería corresponder, pasando por alto fealdad o sentimientos, si se suponen amándola por aquello que tiene de beldad? No tiene por qué amar a aquel que dice amarla; ella decide sobre su cuerpo y su alma. «Como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado la naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendido por hermosa» —dice la muchacha, más bien asqueada, de la profunda ignorancia de aquellos que dicen desearla. Eso no excluye que continúe, que no sea sólo eso, sino que su monacal virtud, pues nada en ella ha declarado hacerle caso alguno, se deba por elección hacia sí misma: como su hermosura le depara nada más que disgusto, decidió ignorar a cuanto hombre se le acerque. Eso no excluye que Don Quijote haga de caballero andante, protegiéndola allá donde sola se protege, pero al menos Cervantes demuestra un gusto impropio de la época: invocar a la mujer como inteligente, pudiendo a sí misma defenderse.
¿Hace de ésto un canto feminista? No, o no tanto como demostración de que si bien la parodia iba hacia la caballería, también guardaba sitio para aquello que entonces rodeaba. Pastores y curas, cortesanos y villanos, hoy pueblerinos o ciudadanos: no tenéis enemigas, pues más vosotros parecéis enemigos de las mujeres y la caballería —ya no digamos del sentido común, por sentido poco común — , pues os acusarán de falócratas cuando en verdad no sois más lo que siempre habéis sido: inseguros en tanto incapaces no por machos, sino por lerdos.
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