Hideout
Masasumi Kakizaki
2014
Toda obra está cargada de simbolismo. Cuando un autor afirma que su obra no lo está, cuando se pretende estrictamente literal, entonces sabemos que las impresiones arrojadas sobre la obra serán exclusivamente inconscientes; es imposible crear sin símbolos, ya que es imposible hablar de lo real como un relato objetivo. Todo acontecimiento pasa por el juicio, por la interpretación. La diferencia radica en si el autor conoce lo que está contando o, dejándose llevar por un simbolismo heredado culturalmente, impregna su obra de detalles cuyo significado desconoce. Ningún artista lo es desconociendo el simbolismo de su obra, porque sólo desde el conocimiento puede re-interpretarlo. Incluso si el conocimiento sólo lo es subconsciente.
En el caso de Hideout, su simbolismo resulta fácil de desgranar: la caverna y el monstruo que habita en él, la mujer encadenada y el niño que vagabundea buscando a su madre. La caverna es una vuelta al útero, un símbolo ctónico, adentrarse en la tierra como pretensión de penetrar en lo desconocido para traer al mundo aquello que se ha perdido. Renacimiento. Nuevo comienzo. El problema es que nada vuelve del Hades, porque son todo ilusiones y sombras chinescas. La pérdida inaceptable del protagonista es irreparable, nunca podrá huir de la sociedad o recuperar aquello que una vez tuvo, porque lo único que queda son las ruinas ilusorias de algo que ya no existe. Como simbolismo es sencillo, pero efectivo. La perdida del protagonista le lleva hacia un estado delirante, provocando que encuentra bajo tierra aquello que ha perdido, la posibilidad de restaurar su deseo. Destruido por el mundo, torturado por la consciencia, para lograr lo que quiere debe convertirse en el monstruo que habita bajo tierra, allá donde ningún otro hombre o dios puede juzgarlo o pararlo, aspirando encontrar en el otro mundo lo que tuvo y perdió.
¿Qué ocurre de no poder regresar a la superficie? Que el abismo le devolvió la mirada. Entonces descubre que nunca debería haber partido, haber sido arrojado al mundo, sino que debería haberse quedado eternamente en el húmedo calor del útero materno. Y ahora puede hacerlo. Vivir siempre de potencialidades, sueños, alucinaciones. La caverna es su útero, su posibilidad de recuperar el amor perdido.
Si Masasumi Kakizaki es consciente o no de estos simbolismos no podemos saberlo. Su historia transita los caminos del terror contemporáneo para contar un mito que ha sido conocido, al menos, dos veces diferentes en dos culturas en todo ajenas: Orfeo y Eurídice, en la Grecia clásica; Izanagi e Izanami, en el antiguo Japón. Ambos mitos representan no sólo la imposibilidad de revertir la muerte, incluso para los dioses, sino también la necesidad de aceptar la pérdida y aprender a vivir bajo la siniestra sombra de la muerte, salvo que se desee correr el riesgo de acabar convirtiéndose en aquello que se ha intentado derrotar. Porque no aceptar la muerte es una forma de morir cada día, si es que no de matar a los que todavía nos rodean con vida.
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