El lugar que más nos determina en el tiempo es allá donde crecemos. En tanto es durante la infancia cuando nuestra personalidad está en formación, ya que nuestra sensibilidad aún está infinitamente abierta a los estímulos mundanos, es durante ese tiempo cuando las experiencias y los modos de vida que conozcamos determinarán, con mayor peso a priori, nuestra posterior visión del mundo. Nuestros hábitos, nuestra perspectiva vital, siempre se verá determinada por el horizonte mundano al cual hayamos podido acceder durante nuestra etapa de formación; no es lo mismo haber nacido en un barrio obrero que en un barrio de clase media, haber nacido en medio de la escasez o de la abundancia. Los espacios nos determinan porque están vivos, sienten, respiran, porque nadie es una isla en sí mismo y nuestra visión está siempre determinada por aquello que conocemos. incluso cuando puede adquirirse cierta perspectiva con el tiempo.
Lograr perspectiva no significa necesariamente renunciar al mundo que hemos conocido, al imaginario construido a través de la experiencia personal. En el caso de Mentiré si es necesario esto resulta evidente. A través de textos breves, articulados bajo una lógica biográfica que es puesta en duda desde la primera página, Daniel Ausente plasma los ecos fantasmales de una Barcelona inundada por la droga, una joie de vivre juvenil indistinguible de la angustia existencial más profunda y un ambiente postapocalíptico que inunda el ambiente de decadencia absoluta de la España en los eternos estertores del franquismo. En ese sentido, la obra se nos presenta como una representación histórica rayana lo mitológico. Todo lo que presenciamos es extraño, con un aroma de otro tiempo, pero al tiempo por ellos nos resulta de algún modo cercano, como si al salir a la calle no pudiéramos evitar encontrar los restos fosilizados de ese pasado que viene a nuestro encuentro en los barrios más deprimidos de nuestras ciudades. No sólo de Barcelona, sino de toda España.
Podríamos definir Mentiré si es necesario como una serie de pequeñas cápsulas de costumbrismo lovecraftniano. Aquí el terror no es cósmico, es tan mundano que tiene nombres pronunciables por el hombre —«heroína» en particular, pero también «extrarradio» o «embarazo juvenil» — , pero generan exactamente la misma clase de malestar: sentimos que el narrador escapa una y otra vez del destino funesto de quienes le rodean casi por accidente, que es un superviviente que ha adquirido cierta claridad de pensamiento a costa de haber quedado marcado por la locura. Locura pop, en cualquier caso, aquella propia del mal llamado «paranoico» que debería ser llamado «escéptico».
Yonquis ufólogos, tíos alcohólicos, primas de actrices del destape. Su fauna es infinita, misteriosa, mágica. Todo cabe porque la realidad no es que supere a la ficción, sino que toda ficción se alimenta siempre de lo real, de aquello que ya hemos conocido de primera mano (porque es nuestro día a día) o de prestado (porque nos ha llegado desde las experiencias de otros, sean reales o ficticias). Ahí se encuentra la ficción, acechando en cada rincón: nunca sabemos cuánto hay de verdad o cuanto de invención, aunque tampoco importa, porque podemos ver que incluso que es claramente ficticio —o lo que aparenta serlo, porque tampoco queremos poner en duda la posibilidad de las heroicidades sobrenaturales del autor— está fuertemente anclado en lo real. En la educación sentimental producida en un tiempo lejano, pero que todavía contamina los rincones oscuros de nuestro presente. Los límites de la ficción carecen de importancia porque lo que nos importa no es la biografía del autor, sino su «yo».
Mentiré si es necesario está plegada de «yo», de la personalidad desatada de Daniel Ausente. O de lo que él quiere mostrarnos como tal. Dilucidar lo que es real y lo que es ficción tiene una importancia secundaria, si es que no nula, porque podemos oler entre sus lineas la esencia de un hombre, incluso cuando elige tomar un camino diferente al que la realidad escogió en su momento; intenta plasmar aquello que define a su existencia, no la realidad en sí mismo. Porque la realidad rara vez resulta verdadera. Al ir hilando diferentes textos breves, sumergiéndonos de forma paulatina en su mundo, consigue ganarnos a través de ese constante chocar entre realidad y ficción, entre la miseria cotidiana y la magia pop, para alcanzar ese lugar mágico que es la realidad llevada hasta la histeria, la ficción como una realidad infinitamente más real que cualquier acontecimiento documentado hasta el último detalle.
Una infancia de cómics, películas con tendencia hacia la fantasía y un entorno desequilibrado, en sí mismo de derribo, crean la base perfecta para cultivar una memoria del pasado atravesada por el terror, la nostalgia y la angustia codificada en un grito sordo en forma de huida hacia adelante, de la autocondena como única salida para aquellos que no tienen salida. Porque puedes salir del barrio, pero el barrio nunca saldrá de ti.
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