DiE
BiS
2013
A veces el terror se oculta tras la máscara de la cotidianidad. No del andar solos en mitad de la noche por la ciudad o encontrarse envueltos en una situación de violencia que nosotros no hemos propiciado de modo alguno —que, aunque cotidianos, son hechos que se sustentan sobre su propia singularidad: ocurren en la esfera pública, allí donde no controlamos los acontecimientos — , sino de hechos mucho más prosaicos. Cuando sentimos que todo lo que creíamos saber de algo o alguien se desmorona. Esa sensación de que deberíamos hacer algo con nuestras vidas, pero que debido al miedo, a la confusión, al daño recibido, no descubrimos cómo cambiarlo o cómo tomar las riendas de la misma, incluso cuando cara al público no tenemos ningún motivo para quejarnos. El momento en que estar en casa nos hace sobresaltarnos con cada sonido o ruido producido temiendo el instante en que todo se venga abajo, cuando sentimos que somos marionetas del destino o de una tercera persona y carecemos de cualquier control sobre nuestra propia existencia, es cuando conocemos el auténtico terror: la angustia existencial.
Chicas desnudas, de gesto triste, nos observan en un vídeo de estética feísta, con una iluminación deficiente y bastante grano, mientras cantan «ven y pregunta por las cosas que están sucediendo aquí». Esa es la primera frase que oímos. Todas parecen en alguna medida heridas, que o bien han estado llorando o bien ya se han rendido; muñecas rotas, bellezas efímeras: son japonesas, son cantantes, son idols. Objetos de adoración. Como todo objeto, las personas se creen que las poseen, que pueden hacer cualquier cosa con ellas, que es lo que están denunciando con su canción, DiE, este grupo de idols, BiS. Lo hacen rompiendo el pacto implícito idol/público, según el cual ellas son tratadas como diosas, adoradas en toda faceta de su existencia, pero a cambio pertenecen al público, careciendo de una identidad propia más allá de su máscara: todos sus actos, hasta el más nimio, deben ir dirigidos a ellos. A todos y cada uno de ellos en particular.
No hace falta sufrir alguna clase de violencia física para sentirse agredida, abusada, violada. Su objetificación, su condición de objeto, ya es un acto violento suficiente. Productos manufacturados por una industria que las sobrecargan de trabajo intencionalmente para que no puedan tener vida personal, su única herramienta para visibilizar su situación es su música, su condenación. Hacer de su yo su persona, portar por máscara aquello que se había prometido obviar en relación contractual que tienen con sus adoradores. Señalan que son seres humanos desde su posición de ser convertidas en ídolos, en cosas.
La canción no tuvo buena recepción pública en el momento de su estreno. Cuando alguien a quien dicen amar les pidió ayuda, buena parte de sus seguidores decidieron darles la espalda: se sentían traicionados, atacados porque insinuaran que abusan de ellas, aunque sea implícitamente, al permitir que se perpetúen sus condiciones de trabajo. Que sus agendas estén tan apretadas que su vida social se resienta. Que tengan que estar siempre disponibles para ellos en persona o redes sociales, quieran ellas o no. Que no puedan tener novio por contrato. «No todos los hombres son así, no todos los seguidores de BiS son así» —dirán algunos ofendidos por insinuar que su inacción, su falta de repulsa ante el tema, perpetúa esos hechos. Eso lo saben ellas, eso lo sabemos nosotros. Pero ellas, no sólo BiS, todas (y todos) las idols, lo saben mientras la industria del entretenimiento sigue colocándolas en la posición de objetos.
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